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Érase una vez Paulo Faria y la banda del viejo oeste

El actor y dramaturgo entendía que el arte tiene un componente social
Foto: Rodrigo Reis

Hace unos meses, mientras combatía mis propios fantasmas, incrédulamente leí la noticia de que Paulo Faria había fallecido (1965-2024); ¿Quién era Paulo Faria? Faria fue director, actor y dramaturgo, fundador de la compañía Pessoal do Faroeste (La banda del viejo oeste), en São Paulo, Brasil. A su vez, Paulo formó parte de esa lucha vigente de quienes entienden que el arte tiene un rol social, más allá de la contemplación. Cuando llevé a cabo mis primeros recorridos de campo por el barrio de la Luz, una zona central paulistana en donde inmediatamente se podía percibir la marginalidad urbana sin el más mínimo pudor o simulación; dado que el consumo de crack, trabajo sexual, personas en condición de calle, circulan y habitan en los alrededores de una decimonónica estación de trenes. Ante esa incógnita de cómo empezar una etnografía, tuve la fortuna de conocer a Paulo durante un día de carnaval en el teatro Pessoal Faroeste, una casa antigua de tres plantas ocupada como un espacio cultural, al margen de los sectores “legítimos de la cultura”. En aquel espacio escondido dentro una zona sumamente estigmatizada, se encontraban alrededor de 30 activistas de la cultura, disfrazados y bailando. Ese mágico espacio artístico llamado Pessoal do Faroeste se mostraba como una realidad alterna, en donde consumidores de crack, artistas, defensores de derechos humanos y antropólogos éramos bienvenidos. 

Por otra parte, el artista Hélio Oiticica marcaba una época en el arte social, con la bandera de una silueta del cadáver del bandido de la favela Mangueira “Cara de Cavalo”, asesinado por la policía a finales de los sesenta, utilizando la frase: “Seja marginal, seja heroi” (sea marginal, sea un héroe). Paulo Faria aplicaba en el arte la frase de Oticica, saliéndose de los círculos glamurosos de la cultura institucional y adentrándose en la marginalidad y heroísmo social en el centro de São Paulo. En la entrevista que le realicé, Faria se autodefinía como “franciscano”, sin el interés de generar capital y adquirir pertenencias. Por ello, este artista manifestaba su compromiso con una causa, entendiendo el arte como una curación y una herramienta de inclusión; bajándose del escenario con la voluntad social de repartir comida y café a personas en condiciones vulnerables.

Cabe mencionar que poco antes de enterarme de la muerte de Paulo, vi un filme llamado Yannick (2023) de Quentin Dupieux. En dicho filme, ubicado en París, un vigilante/velador asiste a una obra de teatro, este personaje llamado Yannick interrumpe la obra expresando su indignación por la pobreza de la pieza teatral y sus actuaciones. Yannick es expulsado del teatro, generando burlas entre espectadores y actores. El protagonista de esta historia regresa con un arma de fuego y secuestra el teatro; con el objetivo de escribir una mejor obra de teatro, misma que los actores estarán obligados a representar. Esto viene a colación dado que, en numerosas ocasiones, Paulo fue interrumpido a mitad de la pieza teatral por personas químico-dependientes y en condición de calle. En algunas de estas ocasiones, se generó una dinámica integral con personas del barrio de la luz; no obstante, también existieron momentos tensos donde Paulo tuvo que convencer a quien interrumpía para continuar con la obra. Contrario a lo que sucede en Yannick, Paulo afirmaba que antes de expulsar a un habitante en condiciones vulnerables del teatro, cancelaría la obra, dado que parte de la misión de esta compañía era la inclusión artística en una zona sumamente marginalizada. De ese modo, Paulo Faria construía una dinámica en la que el artista no representaba una autoridad sobre el público por el hecho de encontrarse en un escenario.

Paulo me explicaba que su interés estaba en representar a la “Ciudad invisible”, lo que me hizo pensar en los roles sociales y simbólicos del arte.  Paulo llevaba a cabo una forma anti-hegemónica de las prácticas artísticas, en donde el espacio, el tiempo, lo social, político y económico se construían dentro de la dimensión del teatro de una manera alterna a la tradicional. Con esto no quiero establecer que esta sea la única manera de vivir el arte, no obstante, Paulo abría la posibilidad de incluir a sectores que por diversas condiciones sociales no pueden acceder a las actividades convencionales del arte. Finalmente, cabe mencionar que, ante la adversidad de una investigación antropológica en otro idioma, fueron un respiro todas las ocasiones que coincidí con Paulo: siempre me sonreía, dándome la certeza que contaba con todo su apoyo.



Edición: Fernando Sierra


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