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Los pasos de Grace

¿Por qué la lectura de esta novela nos pone a relexionar sobre el alcoholismo?
Foto: Fernando Eloy

Es difícil concebir el mundo sin alcohol. La mayor parte de las celebraciones del ser humano se acompañan de bebidas alcohólicas porque desinhiben y aligeran el ánimo de los convidados. En su larga historia junto al ser humano, el alcohol se ha convertido en la droga más popular en las sociedades. Vinculadas a la convivencia, a rituales metafísicos o ceremonias religiosas, las bebidas espirituosas han estado presentes en todas las civilizaciones antiguas y hoy en día, salvo en algunos países cuyos habitantes profesan la doctrina del profeta Mahoma, se sigue consumiendo alcohol en grandes cantidades. No es casual que en la Biblia el primer milagro que se le atribuya a Jesucristo sea la transformación del agua en vino, bebida que, más adelante, sería adoptada como la sangre del hijo de Dios en la ceremonia de la eucaristía.
       
Escribo lo anterior porque cuando terminé de leer Los pasos de Grace (Universidad de Colima 2024), la novela de Sofía Orozco, caí en la cuenta de lo acostumbrados que estamos los seres humanos a vivir con el alcohol, sin reparar en las desastrosas consecuencias que puede traer consigo su consumo desmedido. 
     
Siendo el alcohol algo tan común en nuestras vidas, ¿por qué la lectura de Los pasos de Grace me dejó tan reflexivo? ¿Será que en el fondo los que nos consideramos “bebedores sociales” sabemos lo fácil que es caer en la trampa permanente de la felicidad etílica? ¿Puede una novela de esta naturaleza confrontarnos con nuestras culpas?
     
Narrada en segunda persona, es decir dirigiéndose al lector de manera directa, Los pasos de Grace cuenta en sus ciento veinte páginas, la caída de Grace, una mujer que aparentemente lo tiene todo pero que al mismo tiempo se siente vacía. De nada le sirve estar casada con un hombre exitoso y fiel, tener dos hermosos hijos adolescentes y vivir en una confortable casa -sirvientes y perro incluidos - rodeada de un extenso jardín. Lo único que parece complacerla es la bebida. El alcohol le da seguridad, la ayuda a ligar al tipo que se le antoja, a decir lo que se le viene en gana. El alcohol la regresa a su vida de juventud temprana, cuando salía a las discotecas con las amigas y era asediada por los hombres. 
     
Así es como nos enteramos de que la insatisfacción que embarga a la protagonista no es gratuita. Le viene a Grace desde su infancia por falta de amor materno. Y deriva en alcoholismo casi por imitación, puesto que la madre también padecía de la misma enfermedad.

He dicho enfermedad porque fue gracias a la lectura de este libro que he caído en la cuenta de que el apego desmedido por las bebidas espirituosas debería de llamarse de esta manera, aunque los hombres lo disfracemos de mil formas con otros apelativos menos agresivos. 
       
Lo cierto es que hay una línea muy delgada entre ser el alma de la fiesta con unas copas encima y convertirse en una peste. Y esto es lo que le sucede a Grace, quien comienza a ser repudiada por los padres de familia de los compañeros de escuela de sus hijos, pues cada vez que acude a las piñatas de algún niño, se pone como una cuba con la botella de vodka que suele llevar oculta en su enorme bolsa de mano Hermés.
       
“Comes un poco de botana, das sorbitos al agua para bajar el nivel del vaso y rellenarlo con el alcohol de la botella. Tapas con el mantel tan honorable hazaña. Bajas la bolsa al suelo, con una mano abres el vodka, te agachas con el vaso de agua de jamaica y lo rellenas. Notas como te mira tu vecina de asiento, tal vez extrañada por los movimientos raros que realizaste. Pero por la risa callada y maliciosa que hace intuyes que una de ellas vio tu proeza. Una vez que te incorporas y te sientas derecha en la silla das un trago. El alma te vuelve al cuerpo.”

En su libro La vida material (1987) la gran Marguerite Duras escribió que “cuando una mujer bebe es como si bebiera un animal o un niño. El alcoholismo es escandaloso en una mujer, y una mujer alcohólica es rara, un asunto serio. Es un insulto a lo divino en nuestra naturaleza”. Grace, la protagonista de esta novela, entre sus fiestas, desvaríos, lagunas mentales, infidelidades, reconciliaciones, disculpas y promesas, parece confirmarlo.   
     
Dedicada a la promoción de la lectura desde hacer más de veinticinco años, la tapatía Sofía Orozco, a la que imagino lectora insaciable, es también una narradora eficaz que ha sabido construir un personaje femenino que resulta entrañable.  La novela no da tregua al lector. El descenso de Grace a los infiernos, con sus claroscuros y ambivalencias, se describe con detalle. Tanto que, por momentos, como debe de ser, despierta conmiseración y algo de odio en los lectores, pero, sobre todo despierta curiosidad: curiosidad por descubrir cómo terminará sus días esta mujer que en las últimas páginas decide luchar un día a la vez por librarse de las seductoras zarpas del vodka. ¿Podrá conseguirlo? Toca a los lectores averiguarlo.


Edición: Emilio Gómez


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