Opinión
Felipe Escalante Tió
17/07/2025 | Mérida, Yucatán
La conducta humana ha sido objeto de análisis prácticamente desde el inicio de la historia. Precisamente una de las ramas más antiguas de la filosofía es la ética, la cual aborda el comportamiento de los seres humanos desde el punto de vista del bien y el mal, y Aristóteles escribió, en el siglo IV antes de Cristo, el tratado Ética Nicomaquea, precisamente con esa temática.
Pero más allá de buscar explicaciones acerca de por qué actuamos de una manera u otra, según lo que se considera bueno o malo desde la moral hegemónica de cada época, en el fondo está precisamente la idea de moral y de si ésta debe imponerse, más que enseñarse. En otras palabras, si en lugar de preparar a la población para que se forme un criterio propio acerca de lo que es correcto, se vayan creando mecanismos para controlar el consumo cultural de la gente común, llegando a un concepto: censura.
Un ejemplo contra el establecimiento de prohibiciones de este tipo lo encontramos en una publicación aparentemente inocua, como fue la Revista Cinema, que se editó entre 1916 y 1917 en Yucatán; es decir, en pleno gobierno del general Salvador Alvarado, quien aprovechó el control sobre la prensa que estableció uno de sus antecesores, Eleuterio Ávila, para acallar cualquier tipo de oposición a su mandato o muestras de simpatía hacia los grupos revolucionarios aliados bajo la Convención de Aguascalientes.
La Revista Cinema resultó una publicación que, dada la calidad del papel empleado, portadas a color y la inclusión de fotogramas de las películas que se exhibían en Yucatán, debió percibirse como cara para la entidad, pues costaba 30 centavos; esto cuando para adquirir cualquier diario se desembolsaban cinco centavos y un semanario político salía en 20 céntimos. El director propietario, Valeriano Ibáñez, no figuró antes, ni después, en el ambiente político o editorial peninsular. Eso sí, el periódico se identificaba como “defensor del cinematógrafo”.
Tomando en cuenta que el gobierno preconstitucional era militar, y el control establecido sobre la prensa, se antojaría sumamente difícil hallar un asomo de crítica y, sin embargo, en un editorial aparecido en el quinto número del semanario, correspondiente al 8 de diciembre de 1916, se encuentra una crítica al proyecto municipal de reglamento para espectáculos públicos, el cual incluía una disposición que prohibía la exhibición de películas policiales.
La explicación inmediata a esta medida sería porque para esa misma época las películas de Mack Sennet, en las que frecuentemente se daban persecuciones cómicas en las cuales un grupo de policías (Keystone Cops) eran ridiculizados. Sin embargo, la protesta no está dirigida hacia las comedias, sino contra los filmes dramáticos y de suspenso cuya exhibición, según manifestaba el periódico, “no creemos [...] se relajen nuestras costumbres y los absolutos y eternos principios de la moral queden profanados”.
En seguida, queda manifiesto que el origen de las películas policiales era mayormente de Estados Unidos, donde la industria cinematográfica era vigilada por círculos puritanos que estaban próximos a obtener la aprobación del Acta Volstead, que dio inicio a un periodo de prohibición de bebidas alcohólicas en ese país, y que igualmente exigían la producción de películas moralizantes. Así, los redactores de la Revista Cinema amplían: “es verdad que el espectador contempla el desarrollo de la constante lucha que sostienen en la vida el Bien y el Mal, la Virtud y el vicio, la justicia y la perversidad. ¿Pero, cuál es siempre el fin de esas pugnas trágicas? El triunfo espléndido del Bien, el reconocimiento y premio del mérito y el glorioso coronamiento de lo justo!”
En efecto, la estrategia que siguieron los cineastas fue la del final feliz. Así, muchas veces no importaba el sufrimiento de los protagonistas a manos de “los malos”, mientras que triunfaran.
Ahora, como entretenimiento, el cine movía las emociones, y esa misma crítica a la censura es también testimonio de cómo reaccionaba el público en las salas de exhibición: “Penetrad a un salón de cinematógrafo en el momento en que se está proyectando una película policial, en el rostro de los espectadores se revela la ansiedad, la angustia, en el momento que el personaje que representa la virtud, se encuentra en peligro, en cambio observad cómo la luz de la alegría les inunda los ojos en el instante en que el silencioso drama profundamente emocionante se desenlaza, con el castigo del personaje perverso. En ese instante de justicia, la sala resuena estruendosamente; los aplausos, los gritos de entusiasmo estallan formidables. Todas las simpatías del público han sido para el personaje que encarna la bondad y todos los anatemas para el que representa el vicio”.
Los redactores rematan manifestando su esperanza en que el H. Ayuntamiento atendiera y suprimiera “del Reglamento la disposición 9a a que nos venimos refiriendo”.
El cine continuó siendo un entretenimiento sumamente popular en Mérida y en general en todo Yucatán, como dejan ver los anuncios de salas de proyección en varias poblaciones fuera de la capital yucateca; espacios que se fueron perdiendo conforme las emociones se fueron reprimiendo y finalmente nos convertimos en silenciosos espectadores de las películas. Pero eso es materia de otras notas y tiempos más recientes.
Edición: Estefanía Cardeña