Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
10/04/2025 | Mérida, Yucatán
Por primera vez en más de 10 mil años, un sonido específico, escalofriante, se escuchó en el mundo: el aullido de un lobo gigante —o terrible, según la traducción—. En un lugar secreto de Estados Unidos, tres cachorros de la especie Aenocyon dirus fueron revelados y mostrados como una nueva hazaña científica.
En amplio artículo publicado el lunes en la revista Time se informa que usando ingeniería genética y ADN antiguo preservado, científicos descifraron el genoma del lobo gigante, rescribieron el código genético del lobo gris común para igualarlo y, utilizaron perros domésticos como madres subrogantes.
Y, entonces, la mitología clásica se fundió con el mainstreem: Son dos machos —Rómulo y Remo— y una hembra —Khaleesi—. A los seis meses, los lobos medían 1.20 metros y pesaban 36 kilogramos cada uno. Al llegar a la madurez completa, rebasarán los 1.80 metros y tendrán un peso aproximado de 68 kilogramos.
Los aún lobeznos manifiestan comportamientos naturales de la especie, como el aullido precoz (alrededor de las dos semanas de edad), conductas de acecho y caza, y una marcada desconfianza hacia los humanos. Brotaron de una probeta, en un mundo que no reconoce la memoria dinástica; son recuerdos de cartílago y pelos.
La empresa responsable de este aséptico fiat lux de laboratorio —Colossal Biosciences— anuncia el inminente retorno de mamuts, lobos de Tasmania y dodos; harán falta neandertales para este bizarro, desfasado, octavo día de la creación. No les demos ideas.
La irrupción de Rómulo, Remo y Khaleesi sucede casi dos décadas después de la muerte de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado. Los debates sobre este procedimiento se quedaron estancados; en contraste, los avances científicos se dispararon a la estratosfera. En una carrera entre la ética y la genética, apuesta todas tus fichas por la última.
La fantasía pleistocénica de Colossal Biosciences es una de las noticias del año, con la llegada abrupta del término “desextinción” en nuestro léxico; tan difícil es pronunciar esa palabra como asimilar su significado: No sólo nos remite a ya clásicos de la ciencia ficción, como Blade Runner y Jurassic Park sino que abre nuevas, increíbles posibilidades.
Niños sintiendo por primera vez en las manos el cosquilleo de los
hueches que acaban de desenterrar de la arena, o
makeches que nacen con pequeñas y brillantes gemas en su exoesqueleto; restaurantes que ofrecen en sus menús dzik de venados clonados u hombres solitarios que compran réplicas exactas de sus mascotas recién muertas.
Aunque parezca argumento de fábula de Asimov, ahí está el caso de Javier Milei, quien después de intentar comunicarse por medio de espiritistas con su mastín inglés Conan, contrató a una empresa para clonarlo. El laboratorio se excedió y
sacó cinco copias: Conan (bis), Murray, Milton, Robert y Lucas. La multiplicación de los panes y los conans.
En el caso de Colossal Biosciences, no se sabe con qué fin específico la empresa rescató del olvido al Aenocyon dirus; parece, más bien, un nuevo capítulo de ese lento y meticuloso deicidio en el que se ha embarcado la raza humana desde que se secó el barro con el que está moldeada: Hacer algo porque simplemente se puede hacer, aún si contraviene el orden natural de las cosas.
O tal vez sea un remordimiento de especie el motor de esta resurrección: la probabilidad soñada de enmendar errores, incluso los que orillaron a la extinción a otra especie. La noticia del regreso del lobo gigante pone de nuevo en la agenda el debate pospuesto, necesario, sobre los límites de la ciencia y el origen de la vida.
Edición: Estefanía Cardeña