Opinión
La Jornada Maya
22/04/2025 | Mérida, Yucatán
El deceso del papa dejó claro que, sea quien sea el líder de los católicos romanos, el personaje es de interés noticioso. Tiene que serlo, porque a pesar de que la institución ha recibido duros golpes en las últimas tres décadas, siendo demoledores la crisis a partir de las denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, en todo el mundo, y después el confinamiento por la pandemia de Covid-19, la feligresía ha disminuido y envejecido en los países de mayor tradición. Sin embargo, el papado de Francisco se distinguió por acudir a los márgenes; salió, como antiguo misionero, a países donde el cristianismo en general tiene una presencia más bien testimonial, y muy minoritaria.
También salió de los templos y acudió a las redes sociales, donde encontró que aún hay quienes encuentran consuelo en la fe, especialmente jóvenes. De hecho, ha quedado suspendida la canonización del beato Carlo Acutis, quien este domingo habría sido elevado a los altares como el primer santo millenial, y potencial patrono del Internet.
Luego de 12 años de pontificado, resulta evidente que la mayoría de cardenales con derecho a voto hayan sido nombrados por el papa recién fallecido. Sin embargo, esto no quiere decir que la alta jerarquía eclesiástica vaya a elegir a alguien con un perfil semejante o que exista el consenso para mantener la política de apertura hacia los desposeídos y marginados por las potencias mundiales; particularmente hacia migrantes, mujeres y personas de la diversidad sexual. Si en su momento Francisco llamó a los obispos mexicanos a no dormirse en los laureles y evitar dar viejas respuestas a nuevas demandas, en realidad debe entenderse que el mensaje fue para los jerarcas, y entre estos hay quienes consideran herética la vía abierta por Jorge Mario Bergoglio.
Si para los mexicanos, las respuestas deben ser para la problemática que representa el crimen organizado y la migración, el llamado es para todos los católicos (y el universo de denominaciones religiosas) para atender los mismos problemas, además de la vulnerabilidad de los grupos indígenas americanos y etnias alrededor del mundo, atrapadas en guerras comerciales, por el control de recursos naturales o amenazadas de genocidio.
El llamado de Francisco a los obispos y sacerdotes se resume en actuar para fortalecer el tejido social, algo que puede resultar incómodo para quienes han entendido ejercer la religión a conveniencia o solamente en fechas específicas en las cuales se dedican fuertes cantidades de pirotecnia a la imagen de la devoción correspondiente; una devoción de pedir favores, cumplir mandas y entregar ofrendas, no de reconocer como prójimo al migrante, al mendigo, al gay. La exigencia es que se ofrezca una alternativa a una vida en busca del privilegio de unos pocos en detrimento del bien común, en la que tarde o temprano se abren las puertas a la corrupción, el narcotráfico, y se llega al miedo generalizado.
Al próximo papa le tocará esa herencia, en un mundo en el cual líderes ultraconservadores han llegado a posiciones de poder, amenazando con reescribir la historia, limitar el acceso a bienes baratos y con tambores de guerra en el fondo. El cónclave tendrá la responsabilidad de elegir al líder de millones de creyentes en el mundo, y si quien ocupe el trono de San Pedro será imitador de Cristo o un jugador de ajedrez político.
Edición: Estefanía Cardeña