Opinión
Felipe Escalante Tió
24/04/2025 | Mérida, Yucatán
Suele decirse que aquellos que se identifican como liberales o ateos necesitan del elemento clerical incluso para autoafirmarse. Un autor italiano indicaba que en la región de la Romaña, cuando se erigía un pueblo, lo primero era levantar una estatua dedicada a Giuseppe Garibaldi y en seguida construir la iglesia, por el mero hecho de que no hay motivo para decirse liberal, si no hay cura al cual echárselo en cara.
En Yucatán, el elemento anticlerical apareció durante el siglo XIX. Un momento fundacional fue cuando un joven estudiante del Seminario Conciliar, llamado Lorenzo de Zavala, presentando un examen, fue retado por un profesor a desafiar la autoridad de uno de los doctores de la Iglesia, y el alumno contestó “¿y por qué no, si San Agustín fue un hombre como usted o yo?”. Los testimonios indican que los sacerdotes docentes corrieron alarmados, porque creían que en ese momento se iba a desplomar el techo del edificio.
Al triunfo de la República, en 1867, el anticlericalismo se asoció aún más al liberalismo triunfante, y en Yucatán no faltaron individuos con cierto poder económico que se distinguieron precisamente por ambas militancias. A la vuelta del siglo
XX, sin embargo, los hermanos Flores Magón distinguían a estos como “come curas”, que limitaban su actividad política a hablar mal de la Iglesia católica, pero no se animaban a criticar el régimen de Porfirio Díaz ni a impulsar reformas sociales de avanzada.
Entre los personajes que se mantuvieron públicamente como anticlericales y llevaron esta postura a su vida pública se encuentra un joven periodista de nombre Carlos Escoffié Zetina, quien a partir de 1903 publicó El Padre Clarencio. No deja de llamar la atención que este semanario fuera nombrado como un sacerdote, aunque estas denominaciones venían del siglo anterior. En su segunda entrega, correspondiente al 23 de agosto de 1903, la revista puso en portada con una composición sumamente interesante para la época, aunque la calidad del dibujo deja mucho que desear.
El diseño obliga a hacer un ejercicio de perspectiva, pues los tres personajes aparecen en sendos encuadres, en una relación en la cual se va del de mayor al de menor tamaño. Los tres portan sotana, dando a entender que pertenecen al estado eclesiástico, pero sólo los dos más pequeños llevan tocada la cabeza. El primero, de gesto severo, podría identificarse precisamente como El Padre Clarencio, idea que se refuerza al verlo sosteniendo un letrero que indica su calidad de “liberal e independiente”. Aparentemente, llama la atención hacia los otros dos, uno que lleva una mitra, por lo que podría tratarse del entonces todavía obispo Martín Tritschler y Córdova; éste sostiene una lámina en la que se alcanza a leer “Pío X”, pero la ilustración es un asno que a su vez porta una tiara de tres niveles o coronas, aludiendo al Papa, quien había sido electo a principios de agosto.
En sus inicios, El Padre Clarencio dedicó buena parte de sus planas a exponer los escándalos de algunos sacerdotes en Yucatán, sin ignorar al jefe de la diócesis, e igualmente a exponer las contradicciones entre las manifestaciones públicas de fe y las leyes de reforma. Por esta actividad, Escoffié fue denunciado en varias ocasiones y pasó algunas temporadas en la Penitenciaría Juárez.
Si bien en las notas del semanario no hay mayor referencia al cónclave y la elección de Pío X, Escoffié brinda un testimonio de cómo se recibió la noticia del relevo de un sumo pontífice católico. Por otra parte, el caricaturista debió tener inspiración en las noticias que llegaron a la prensa del estado, que todavía no tenía la capacidad de reproducir fotografías. En lo que respecta a cómo los anticlericales tomaban los sucesos del mundo de la fe cristiana existen muy pocos documentos, eso sí, proclives a escandalizar las buenas conciencias, pero eso es tema de otras notas, y otros tiempos.
Edición: Fernando Sierra