Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
28/04/2025 | Mérida, Yucatán
El periodista Manuel Triay Peniche iba a escribir la biografía del profesor
Francisco Brito Herrera, pero la vida —y la muerte— se interpuso. Del director del Centro de Reinserción Social guarda en esa memoria prodigiosa anécdotas, frases y pláticas; el cajón de un sastre que sabe que no podrá costurar las historias de esa vida.
Aún así, bordó una necrológica: "Te vas al penal, como director o como interno”, recuerda Triay que esa fue la orden que recibió el profesor Brito Herrera cuando hace 28 años el gobernador Víctor Cervera Pacheco lo envió para hacerse cargo del Cereso de Mérida.
Antes, el profesor Brito, compañero de mil batallas de Cervera, le había pedido al entonces gobernador la dirección de una secundaria pública. ”Coño, Brito”, le espetó Cervera. ”Regresa mañana y hablamos”. Fue en el siguiente encuentro cuando Cervera le lanzó la amenaza y el ofrecimiento.
El penal era entonces una papa caliente. Su director, Miguel Ángel González, había tenido la ocurrencia de fomentar una especie de autogobierno, organizando incluso unas elecciones entre los internos; la democracia abortó entre la violencia. Brito se estrenó entre cenizas y malestar.
”Y no tenía idea alguna en lo que se estaba metiendo”, recuerda Triay, transpirando la tinta de las crónicas periodísticas que escribió en ese génesis penitenciario. El primer choque con la realidad fue devastador, como devastadores son los calambres que recorren las extremidades de los internos adictos ante la falta de droga.
El maestro, sin embargo, fue comprendiendo que todo se resumía a mantener ocupados a los presos y a estar cerca de ellos. ”A todos los internos, cuando entraban, los recibía y les decía: ’Yo no te traje aquí, no es mi culpa tu actual situación, pero vamos a tener que convivir. Si ponemos de nuestra parte nos vamos a llevar bien’”.
Para mantener ocupadas a, en ocasiones, casi 2 mil personas encerradas se necesita imaginación: deportes —de mundialitos de futbol a miniolimpiadas, de las acrobacias pancreáticas de la lucha libre a la violencia intelectual del ajedrez…—, religión —hay misas y confesiones, acompañamiento espiritual, oficios religiosos…— y cultura.
En 2019, varias decenas de internos cubrieron sus cuerpos tatuados con leotardos animal print para recrear la fantasía protagonizada por gatos ferales del musical Cats. La función ya había comenzado cuando se instaló en una de las sillas de la primera fila un hombre con chaqueta y gorra. Al concluir la obra, se reveló que entre el público estaba el entonces gobernador Mauricio Vila Dosal.
Esa foto ocupó espacios incluso en la prensa nacional, que no daba crédito a lo que sucedía en el penal meridano: presos interpretando obras de Broadway, con el gobernador en primer fila. El país ardía, pero la brisa soplaba, suave y fresca, en Yucatán.
Es quien ocupó la subsecretaría de Gobierno en la administración de Vila, Fernando Rosel Flores, quien recuerda esa escena y asegura que nunca antes un gobernador había acudido a un penal. ”Le gustó tanto a Vila que repitió, y fue el encargado de dar la patada inicial en el mundialito posterior”, asegura Rosel.
Para contextualizar esta anormalidad hay que señalar que en las últimas décadas, las cárceles mexicanas han sido escenario de numerosos motines y actos de violencia, reflejando una crisis estructural en el sistema penitenciario. Aunque no existe una base de datos oficial que consolide todas las cifras a nivel nacional, diversos informes y registros periodísticos permiten ofrecer un panorama general.
Según el monitoreo de asociación civil Asistencia Legal por los Derechos Humanos, entre 2011 y 2023 se registraron: 94 motines en centros penitenciarios, 858 homicidios dentro de las prisiones y 4 mil 319 internos heridos. Estos datos provienen de la sistematización de información del “Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional” y de reportes en medios de comunicación.
Para incluir un referente geográfico, el penal de Kobén, en Campeche, ha sido escenario de múltiples episodios de violencia. En diciembre de 2024, un motín dejó siete muertos y varios heridos. En febrero de 2025, otro tiroteo entre bandas rivales resultó en siete reclusos muertos.
La singularidad yucateca: El penal meridano es una excepción, en gran medida al trabajo realizado por el profesor Brito. A Rosel Flores le tocó, además, gestionar el encierro dentro del encierro. Relata que durante la pandemia, el profesor Brito y su equipo se atrincheraron en el penal, en el que permanecieron dos meses y medio sin salir. Adentro, no sólo se purgaba una sentencia; muchos administraban la ansiedad que anuncia el fin de los tiempos.
Se prohibieron las piñas, las manzanas y las uvas, para evitar así la destilación de evasiones etílicas. Y, por supuesto, el gel antiséptico. Las medidas tomadas surtieron efecto, y no sólo se evitó un brote que pudo haber diezmado a la población carcelaria sino que se consolidó la pax britoniana.
La vida del profesor Brito bien vale el libro de Triay; la última conversación sobre su escritura fue hace apenas un mes, pero el protagonista, asegura Triay, lo posponía: "No se vale, me decía, eres mi amigo y sólo vas a escribir cosas buenas de mí”.
Todos los jueves, el director del Cereso se reunía con Rodrigo Menéndez Cámara, director de La Revista Peninsular. Ahí, además de los panecitos que él llevaba, se comían la realidad. Para el periodista, el profesor Brito no siempre tuvo el reconocimiento que se merecía, ya que en temas de seguridad ”se reconoce lo que se ve, no lo que no se ve”. Y, por su ausencia de problemas, el penal es invisible.
Entre las anécdotas que mejor recuerda Menéndez Cámara está la de la doble fuga de un preso conocido como "el encajuelado” —César Miguel del Sagrado Corazón de Jesús Rodríguez Lara—. Primero, según salivaron los reporteros de nota roja, se escondió dentro de un camión de basura y escapó a Tabasco, donde días después fue reaprehendido, y meses más tarde salió del Cereso vestido de enfermero y cuando ya se disponía a escapar por vía aérea a la Ciudad de México fue detenido.
A este funcionario de la vieja guardia le tocó sentir el calambre de los nuevos tiempos. Una de sus últimas encrucijadas fue el trato que se le debía brindar a un preso que se identificaba como mujer y que solicitaba su cambio al penal de mujeres, según relata Triay. Y la llegada de células del crimen organizado de otras partes del país.
Una de ellas, asegura Triay, incluso amenazó con asesinarlo. Una amenaza muy real, que cumplió su objetivo de inyectar miedo. ”Él no tenía escoltas, siempre estaba solo”, dice Triay. Pero, ante esa amenaza, tuvo que solicitar protección. ”Parecía tener vergüenza por tener miedo”, concluye su amigo.
Edición: Estefanía Cardeña