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Apagón insólito

Dependemos en demasía de la electricidad; ¿qué pasa con esos rincones del mundo que viven en penumbra?
Foto: Efe

Con el apagón... que cosas suceden,
que cosas suceden.... con el apagón.
Con el apagón... que cosas suceden,
que cosas suceden.... con el apagón
Yuri

Estábamos en casa, tranquilamente aporreando el teclado, a media mañana, cuando nos dimos cuenta de pronto que ya no teníamos acceso a la Internet. Tras un momento de confusión, después de buscar el número telefónico del proveedor del servicio, nos percatamos de que tampoco teníamos energía eléctrica. El celular no tenía señal. El ascensor no funcionaba. Una rápida visita al vecino, para preguntarle si a él también se le había ido la luz, nos hizo enterarnos de que el apagón afectaba a toda España. Millones de personas sin electricidad, e incomunicadas. Miles atrapados en vagones del metro, en trenes y en ascensores. La mayoría de los comercios cerraron, lo mismo que las oficinas, fábricas y demás centros de trabajo y escuelas. Todos sumidos en la confusión y la incertidumbre. Algunos incluso atemorizados.

Fueron solamente unas cuantas horas, pero bastaron para desatar compras de pánico. Recurrir a los comercios donde se venden velas y veladoras fue inmediato, y comprensible: estamos tan acostumbrados a contar con la luz al pulsar un botón, que no solemos tener esos artículos en casa. Se entiende también la prisa por hacerse con agua embotellada: al no contar con energía para mover las bombas, muchos pisos quedaron sin agua en los grifos, y permanecer hidratados es una necesidad siempre impostergable. Extraña un poco la celeridad con que se acudió a los pasillos de conservas y alimentos procesados. Nada nos decía que el asunto fuese a resultar demasiado prolongado. Y lo que resulta aún más sorprendente fue a rapidez con que se vaciaron los estantes de papel sanitario. ¿Por qué será que sentimos que su carencia resulta amenazadora?

Toda vez que no teníamos al alcance de la mano nuestras fuentes de información acostumbradas – nada de televisión, redes sociales, celular o Internet – empezamos a adelantar, o a escuchar, las especulaciones más desenfrenadas: el apagón ha llegado a toda Europa, incluso en Estados unidos se han quedado sin luz eléctrica, se trata de un acto de ciberterrorismo, es un plan de Putin, o una venganza de Netanyahu, alguien quiere empañar las exequias del santo padre… en fin, cualquier cosa para explicar lo que nos parece inexplicable. Incluso apareció por ahí la versión de que Úrsula von der Leyen acusaba a Rusia de haber desencadenado el ataque en represalia por el apoyo a Ucrania, y que ya se apreciaba el movimiento de la armada rusa y la estadunidense en los mares del norte. Pura palabrería malintencionada.

Después de visitar los bares más cercanos, en busca de noticias bañadas con cervezas hasta agotarlas, o tras encontrar algún vecino poseedor de una radio de transistores, dispuesto a conectarla a un altavoz para compartir con los transeúntes algún noticiero proveniente de un lugar donde todavía se contaba con energía; tras unas horas de silencio desacostumbrado, sin pantallas de celulares y tabletas, empezó poco a poco a recuperarse por sectores el servicio de energía eléctrica por la península. Tras unas horas de incertidumbre y conspiranoia, España suspiró aliviada, y los españoles entre risas y a voces comenzaron a compartir sus anécdotas e impresiones. La crisis parecía superada, y empezaba el tiempo de preguntarse quiénes habían sido los responsables del apagón, y cuáles habían sido sus consecuencias más importantes. Como no me preocupa demasiado asignar culpas, ni creo que merezca la pena competir por la teoría más descabellada de conspiraciones multinacionales, he dedicado estos días a reflexionar acerca del asunto en dos sentidos, que creo no está de más compartir.

Lo primero que me ha venido a la mente es la enorme dependencia que hemos ido construyendo con respecto a la electricidad, que tiene unas implicaciones importantes sobre nuestra calidad de vida. Tantas, que este espacio no alcanza para enumerarlas, mucho menso para discutirlas o analizarlas. Baste con decir que se han hehco evidentes cuando nos encontramos – todos a la vez – expuestos a su carencia por unas cuentas horas. Nos encontramos con que no podemos cocinar, entretenernos, trabajar, o comunicarnos unos con otros. Si llevamos esto a escala de nación, no es sorprendente que la generación de energía sea a la vez uno de los pilares del desarrollo y una condición de vulnerabilidad. No contar con una autosuficiencia energética hace a las naciones dependientes de otras, y las atrapa en la controversia incómoda acerca de cuáles serán las mejores fuentes de energía, que fortalezcan soberanía, contribuyan al bienestar de los connacionales, aseguren la sustentabilidad ambiental, hagan un uso económicamente más eficiente de los recursos disponibles, y colaboren con el resto de las naciones para lograr abatir los riesgos del cambio climático global. Surge la tentación de reconsiderar el uso de combustibles fósiles, como carbón, petróleo, gas natural o materiales radiactivos; a la luz de la variabilidad de las fuentes alternas, como el viento o la energía solar; y nos urge a evaluar más a fondo la pertinencia de buscar con más atingencia soluciones basadas en naturaleza, que permitan un desarrollo menso dependiente de la tecnología convencional.

Han bastado unas pocas horas para que nos encontremos vulnerables y temerosos. En un periodo brevísimo, hemos sido capaces de imaginar oscuros enemigos capaces de hacernos daño con presionar unas cuentas teclas, o actores locales empeñados en lastimar a todos los actores sociales en el ánimo de trastocar el statu quo e imponer su particular visión de organización social y forma de gobierno. Pensemos en lo que pasan pueblos para los que perder el suministro de energía es una cuestión cotidiana y duradera, que viene aparejada a otras formas de deterioro más peligrosas. Pensemos en las comunidades que esperan constantemente el estallido de un misil, o un dron; que carecen de recursos para preparar sus alimentos, o que no tienen siquiera alimentos qué preparar; que no cuentan con la energía ni el equipamiento suficiente y adecuado para extraer de algún sitio agua suficiente y apropiada para el consumo humano. Pensemos en los pueblos de medio oriente, del África subsahariana, de centro y Suramérica, o de Asia, que enfrentan niveles tales de escasez y de violencia que les obligan a arriesgar la vida en busca de un lugar en un país distinto, donde se habla otra lengua, y donde se les desprecia, persigue y explota. Que estas pocas horas de apagón nos sirvan para fortalecer nuestra empatía.

Lea, del mismo autor: Turismo y medio ambiente

Edición: Fernando Sierra


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