Opinión
Óscar Muñoz
28/05/2025 | Mérida, Yucatán
Desde que una persona inicia su educación formal, uno de los contenidos educativos principales, si no es que el fundamental, es el aprendizaje de la lectoescritura. Esta necesidad de aprender a leer y escribir les permitirá a los alumnos, con el tiempo, a utilizar la lectura y la escritura como recursos didácticos ante otros contenidos educativos. Si bien la lectoescritura es el contenido que los alumnos enfrentarán todos los días en la mayor parte de su primer año escolar, posteriormente, en los siguientes grados escolares de la primaria, los niños aprenderán historia, por ejemplo, a través de la lectura, o lenguaje, a través de ejercicios de escritura.
Por lo anterior, es notorio que la lectoescritura es, inicialmente, un contenido educativo y, posteriormente, un recurso didáctico. Sin embargo, le lectura y la escritura no se quedan ahí, como contenido y recurso educativos. No habrá que olvidar que, por una parte, está la literatura como componente esencial del área de Español y, por otra, los niños reciben, como parte de sus Libros de Texto Gratuitos, un compendio especial de lecturas básicamente literarias. Y, en este caso, más que un contenido o un recurso, la lectura de estas muestras literarias será diferente: los alumnos tendrán la oportunidad de usar la lectura como una fuente de placer.
En efecto, en la escuela primaria, los niños tendrán la oportunidad de enfrentar la lectura como contendido educativo, como recurso didáctico y como una fuente placentera de emociones y nuevas visiones de la vida. Aunque la escuela formal no debería ser el único espacio donde sea posible leer, ya sea por necesidad de aprendizaje o por el simple gusto de leer. El hogar y el barrio deberían contar con rincones adecuados para la lectura. Si bien, las bibliotecas públicas habían sido los espacios ideales para consultar libros o leer por placer, en la actualidad, estos lugares se han transformado, sin querer, en bodegas de libros “viejos”.
Respecto de esto último, será importante que las secretarías de Educación y de Cultura, salgan al rescate de las bibliotecas públicas, sitios ideales para la lectura, y promoverlas con nuevas funciones. Una alternativa para el rescate de estos sitios sería la promoción de la lectura placentera; otra podría ser el fomento de la escritura literaria, y otra más, la operación de actividades artísticas infantiles que impliquen una “lectura” de las obras, ya sean pictóricas, gráficas, escultóricas y demás. Entonces, las bibliotecas públicas podrían renacer con una nueva operación integral de actividades para niños, adolescentes y jóvenes: centros activos de diferentes lecturas.
Si bien persisten de alguna manera las Salas de Lectura, Las “nuevas” bibliotecas que se proponen completarían las necesidades de contar en los barrios con espacios destinados a la lectura en todos sus aspectos: el educativo, el lúdico, el artístico y el cultural. No deben dejarse a los niños y los adolescentes al garete en asuntos de lectura y contentarse con lo que éstos alcancen a leer en sus escuelas. La lectura debe estar hasta en todas partes: las escuelas, los hogares, las bibliotecas, las Salas de Lectura, las esquinas del barrio, los parques… De qué sirve aprender a leer y escribir en el primer grado de primaria si, a la larga, una importante mayoría termina como analfabeto funcional, es decir, que, a pesar de saber leer, no leemos.
Para rescatar las bibliotecas y promover la lectura en ellas, es necesario un programa integral de lectura y escritura, como el sugerido en líneas anteriores. Así mismo, contar con un programa de capacitación destinado a los bibliotecarios, pero también a los docentes y los padres de familia. Todos deben compartir la responsabilidad de promover todos los tipos posibles de lectura entre la población infantil y juvenil. Incluso, el programa sugerido podría estar enfocado hacia el programa estatal Renacimiento Maya, ya que esta propuesta intenta hacer renacer las bibliotecas públicas de Yucatán para potenciar la lectura en la población infantil y juvenil.
Edición: Fernando Sierra