Opinión
Rafael Robles de Benito
10/06/2025 | Mérida, Yucatán
Hoy en día no resulta fácil encontrar motivos para el optimismo. Por eso me resulta particularmente gratificante hablar del anuncio que hiciera la Dra. Alicia Bárcena la semana pasada, de que incorporará el espíritu de la estrategia ABC en el corazón del programa sectorial de medio ambiente. La estrategia ABC ha sido formulada por un destacado grupo de académicos y conservacionistas mexicanos, y suscrita por un número relevante de expertos, personas dedicadas a la conservación de los recursos naturales, y representantes de organismos de la sociedad civil. Nombrada con las tres primeras letras del alfabeto, integra otros tantos ejes que bien se pueden considerar los tres pilares de una política ambiental pertinente y con aspiraciones de éxito: agua, biodiversidad y clima.
La importancia vital del agua es más que un lugar común: el nuestro es un territorio que incluye zonas áridas y semiáridas en la mayor parte de su superficie, y cuenta también con áreas que sufren inundaciones frecuentes, o el impacto de fenómenos hidrometeorológicos catastróficos. El agua disponible para el consumo humano directo, o para las actividades propias del desarrollo, incluyendo el riego, suele resultar insuficiente, inoportuna, o de calidad inapropiada, lo que coloca a la vida nacional en una tesitura casi permanente de crisis hídrica (aunque muchos ingenieros hidráulicos de indudable capacidad profesional y experiencia en la materia sostengan que esto no tiene por qué ser así). Orientar el esfuerzo del estado mexicano a la ejecución de políticas que permitan manejar las cuencas hidrográficas del país de manera que resulten capaces de surtir el agua que la sociedad mexicana requiere para asegurar una desarrollo sustentable y aspirar a una calidad de vida satisfactoria, implicará no solamente dotar de infraestructura hidráulica a los sitios que aún la requieren, sino restaurar los bosques y selvas deteriorados para abatir la erosión y el arrastre de sedimentos cuenca abajo, e incrementar la capacidad de almacenamiento de agua. La restauración de los ecosistemas forestales, conservación de la biodiversidad, y reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (al incrementar el potencial de secuestro de carbono en la masa forestal) son tres tareas que solamente pueden concebirse a partir de una visión integradora.
La conservación de la biodiversidad va mucho más allá del mero compromiso de cumplir con los acuerdos que México a suscrito ante la comunidad internacional, para honrar la condición nacional de ser el cuarto o quinto país que aloja mayor diversidad biológica en el mundo. Centro de origen de muchos de los alimentos de hoy consume el mundo, nuestro país salvaguarda entre sus fronteras un tesoro genético que podrá contribuir a adaptar nuestra especie a nuevos escenarios climáticos. Tendremos además que entender la biodiversidad como una trama de fronteras que hacen más difícil que contraigamos – o que las especies que son útiles a nuestra alimentación contraigan – enfermedades zoonóticas que pueden alcanzar proporciones pandémicas. Proteger la biodiversidad es mucho más que el capricho de unos cuantos que lo ven como un compromiso moral, o un prurito estético: proteger la biodiversidad es una responsabilidad social, fundamento irrenunciable para cualquier aspiración de sustentabilidad que incluya – como tiene que hacerlo – un sólido sentimiento de solidaridad intergeneracional.
El Estado cuenta con las herramientas apropiadas para incrementar la ambición de proteger la biodiversidad y los ecosistemas que la incluyen: una organización ejemplar para conocerla y recomendar buenas prácticas para su uso (la Conabio), una agencia que maneja con experiencia y conocimiento de causa las áreas protegidas con que cuenta México, y bien puede ir creando las que aún hacen falta (la Conanp); y con el respaldo comprometido de un sólido colectivo de centros e institutos generadores de conocimiento y de organismos no gubernamentales conservacionistas que pueden resultar aliados formidables para el cumplimiento de esta misión. Hoy cabe además el optimismo de ver abiertas vías de diálogo y colaboración que durante demasiado tiempo estuvieron cerradas por un encono incomprensible. Habrá que insistir sin tregua en la necesidad de considerar las áreas naturales protegidas como uno de los mejores instrumentos con que se cuenta para instrumentar acciones de adaptación al cambio climático, dado el papel que juegan no solamente para la protección del patrimonio natural, sino para la conservación de la capacidad ecosistémica para proveer a la sociedad de servicios ambientales, y el fortalecimiento de la resiliencia del paisaje.
Aquí debo dejar sentado que tengo una discrepancia técnica con lo que ha dicho la secretaria Bárcena: ni las áreas protegidas mexicanas son “pequeñitas” (esto lo debe saber ella de primera mano, ya que fue subsecretaria cuando se decretó la Reserva de la Biosfera Sian Ka’an, entre otras áreas de importancia global), ni las pequeñas resultan siempre irrelevantes o despreciables: suelen proteger rasgos espectaculares de paisaje, endemismos amenazados, o sitios sagrados para pueblos y comunidades indígenas y rurales. Tampoco es tan cierto que los corredores biológicos sean una especie de substituto de los esfuerzos convencionales de protección de los recursos naturales: sin áreas protegidas no hay corredor biológico que pueda considerarse tal. De hecho, fueron concebidos como conectores para permitir el desplazamiento de material genético entre áreas protegidas que, de otra manera, se encontrarían aisladas.
Al margen de este detalle, la adopción de la estrategia ABC por parte de la Semarnat es una buena noticia, y merece todo el aplauso y apoyo de quienes consideramos importante salvaguardar el paisaje nacional. Con un programa poderoso de restauración de ecosistemas, un conjunto eficaz de áreas naturales protegidas, una red de corredores biológicos empeñados en construir formas sustentables de aprovechamiento del entorno, y una planeación del desarrollo basada en cuencas y ecosistemas, las cosas podrán reorientarse en un curso más prometedor que el que hemos visto en las últimas décadas. Falta, sin embargo, asegurar el financiamiento de este esfuerzo. Hasta ahora, los presupuestos resultan insuficientes, y tienden a disminuir.
Edición: Fernando Sierra