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El ensayo real sobre la lucidez

Esta fábula profética la escribió Saramago
Foto: Rosario Ruiz

Mal tiempo para votar, también aquel domingo. Una lluvia de gotas gordas, en las que la luz del sol se descomponía, anunció desde temprano que el día sería triste. A uno, incluso, le arrebataron el aniversario de su vida, por lo que se refugió en el de una muerte. 

En las mesas de votación, los funcionarios de casillas levantaban el tinglado con la certeza que, junto a ellos, se instalarían la soledad y el desencanto; ahí estarían todo el día, todas las horas perdidas. Se tragaron esa amarga compañía intentando no hacer gestos, como cuando recibieron la notificación de perderse el domingo. 

De aquella lluvia rebelde, más gaseosa que líquida, quedó un goteo de hombres y mujeres, poquísimos, que por una razón u otra decidieron arrastrar los huesos e ir a votar. Fueron los menos; los más, se quedaron en sus casas, rumiando y contando los minutos para que dieran las seis de la tarde. Una verdadera happy hour.

Ya se sabía que muy poca gente acudiría, pero nunca se pensó que tan poca. Muchos llegaron con chafitas, como aquellas que esconden en sus bolsillos los estudiantes que llegan en blanco a sus exámenes. Los funcionarios de casilla hacían como que no veían; sólo les faltaba chiflar. 

Esa apatía reveló que, más que sociedad, somos parvada, que vuela guiada por elementos externos; estorninos que renuncian a su nombre propio para crear difusos manchones anónimos, que responde sólo a las corrientes aéreas, al miedo a las rapaces: no vayas a votar, ve a votar. La brújula del otro es la que nos guía. 

Desnudos de opiniones, también, unos y otros se vistieron con los harapos que les lanzaron: la elección fue un “éxito”, o la votación fue una “farsa” y una “simulación”. Todas prendas ajenas, remendadas con prisas y sin ganas. Y salieron a las calles a pasearse en fachas, intentando olvidar. 

El tema se fue diluyendo con el paso de los días; el sedimento de la vergüenza se posó en el fondo. A otra cosa, mariposa. La vida sigue: Trump se está peleando con Musk, los maestros continúan en paro y yo te sigo queriendo, incluso más que antes. Pero aquí viene lo bueno: Como epílogo se reveló que la mayor cantidad de votos fueron en blanco. 

En la elección para integrar el Tribunal Superior de Justicia de Yucatán, 478 mil 866 personas votaron por nadie. Fue un mazazo de votos nulos, cuatro veces más que los obtenidos por la candidata más votada, Erika Torres López, que arañó los 119 mil 829 votos.

En otro rincón del laberinto electoral, el Tribunal de Disciplina Judicial recibió también su lección de lucidez: 267 mil 645 votos nulos, el doble que los de Sara Estrella León, la nueva presidenta, con 121 mil 905 votos a su favor. Ganó, sí, pero entre las ruinas del entusiasmo.

Todo ya fue escrito, incluso lo que pasó el domingo. Hace dos décadas, José Saramago publicó la novela Ensayo sobre la lucidez (Alfaguara, 2004), en la que describe a detalle nuestra jornada para elegir ministros, magistrados y jueces. La náusea que se refleja en arcadas a pie de urna. 

Los personajes del portugués y los que anularon el domingo 1 de junio votaron como si estuvieran rayando el coche de su enemigo. Tachas de trazos firmes o temblorosos, o sutiles o que hicieron surcos en el papel; una equis con la caligrafía de un benedictino medieval, una artera mentada de madre.

Esa fue la catarsis de los que no cayeron en la trampa de no ejercer su derecho, como esa mujer que el año pasado votó horas después de que falleció su esposo; le podrían arrebatar el sentido de la vida, pero su deber, no. El resto de las boletas, según la descripción que hizo un consejero del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Yucatán, siguieron un mismo patrón.

El funcionario electoral habló con cuidado, como quien camina sobre porcelanosa: no quería resbalar, pero tampoco callar. Hubo algo que no cuadró. Las magistraturas ganadoras, dijo, obtuvieron entre tres y cinco veces más votos que los segundos lugares. 

Lo extraño no era solo el tamaño de la ventaja, sino su persistencia.“Extraordinariamente constante”, rumió, como quien mira un tapiz y descubre que todos los hilos vienen del mismo ovillo. Cargos distintos, elecciones distintas, boletas distintas… y sin embargo, el mismo guión. La misma música. La misma partitura.

Las mayorías, añadió, parecían cortadas con el mismo molde. El mismo número de votos, la misma distancia entre ganadores y perdedores. Una regularidad matemática que no se da ni en los dados cargados. Lo dijo sin decirlo: algo no estaba bien.

“Es muy difícil que estos resultados se presenten de manera genuina”, concluyó. Y ahí quedó la frase, colgando del aire. Luego vino la palabra incómoda: inducción. 

Saramago escribió Ensayo sobre la lucidez después de Ensayo sobre la ceguera, fábula que sumerge a la sociedad en una pandemia. Ambas novelas comparten protagonista: la única mujer que conservó la vista. No sólo se trata de ver, sino de ver con lucidez. 

Lea, del mismo autor: Miedo larvario

Edición: Fernando Sierra


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