de

del

Tótem y nagual

Memoria hemerográfica
Foto: Facsímil

La poesía concurre a poner en orden ideas dispersas, a reavivar emociones y a marcar el ritmo de la experiencia propia en proyecciones vicarias. También invita a retocar el gesto que se expone a la faz cambiante del mundo, por su fuerza para forjar el halo de figuras singulares o para mitigar incomodidades y carencias, mezclándose con gozos que a veces llegan en silencio. Es la síntesis de lo diverso en la unidad esencial que cada día escapa de la conciencia y que es preciso cortejar para traer de regreso al punto en que se descubre el don de nutrir vidas desde una voz que sugiere atisbos de libertad.

En la historia de la cultura impresa se hallan varias revistas literarias, algunas de las cuales concentran sus bríos en aliento poético, que acaso se transmita inadvertidamente en actitudes serenas y en percepciones limpias. En la primavera de 1993 nace El Cocodrilo Poeta. Revista de Poesía. Raquel Huerta Nava (1963-2018), su directora –hija y hermana de poetas– honra con ella la memoria de Efraín Huerta (1914-1982), progenitor suyo y guía de sus vocaciones, emblema de esta publicación descrito como tótem y nagual desde la perspectiva de Alejandro Aura.

El creador guanajuatense y militante comunista preside estas ediciones con su sobrenombre y con el prestigio que evoca haciéndolas entrañables por varias razones, sea por medio de poemas inéditos –provenientes de su pluma– que algunos de sus contemporáneos guardaron para compartirlos al fin con los lectores; también se hace presente a través de composiciones con dedicatoria para él, y en la correspondencia que recibió de amigos poetas, como Eliseo Diego. Entre otras formas de revivir su legado, el número 13 reprodujo un artículo suyo referido a la obra de Carlos Pellicer, el cual apareció inicialmente en el Diario del Sureste el 30 de mayo de 1937, cuando residió en Yucatán junto con otros intelectuales mexicanos que participaron entre los maestros fundadores del Internado Federal Mixto número 5 de Enseñanza Secundaria para Hijos de Trabajadores, situado en Mérida.

De formato pequeño y con un tiraje de mil ejemplares, El Cocodrilo Poeta formó parte de la Red de Publicaciones Independientes; en su consejo editorial predominaron las mujeres, algo que puede interpretarse como acto de reconocimiento y solidaridad de género, sin que esto signifique desdén hacia la presencia masculina, porque igualmente se deja ver con mérito propio. Sus ilustradores aportan trazos sobrios con un sentido discreto que equilibra el diseño general. Sería erróneo suponer que su contenido consistiera en un abigarramiento de versos sin mayores afinidades que una línea imprecisa de semejanza de espíritu. Aparte de las variaciones de estilo hay colaboraciones que mueven a reflexionar acerca de la materia compartida y notas que informan asuntos de interés literario.

Para facilitar la apreciación de la poesía que se produce en los estados del país, los representantes de la revista visitaron algunos de ellos, como Chiapas y Tabasco, invitados por colegas y amigos, con voluntad de evaluar experiencias, presentar libros e intercambiar ejemplares con otros editores, en donde también hicieron acopio de materiales para publicar, según registra su número 4. Trae consigo muestras creativas de autores mexicanos que hacen de la palabra un vehículo sutil de expresión; muchos de ellos han muerto ya en el transcurso de los años, otros continúan en la senda elegida y todos emanan el soplo vital que su oficio echa a vuelo hasta trocarlo en realidad autónoma y en puerta de universos paralelos desprendiendo vibraciones del ser colectivo, como se observa en algunos ejemplos: “Yo / la de fuerte palabra / Sangré mi seno para fructificar la tierra / Dispuse de mi fertilidad ante el deseo ajeno / Até con lagrimas mi condición de mujer / Callé cuando debí hacerlo / ¿De qué me acusas si soy al fin y al cabo / la sangre que corre por tus venas?” (Yolanda Gómez Fuentes, Monólogo de Malitzin).

La oralidad y la escritura confluyen en la zona sacra de la poesía para llenar vacíos, como expone con claridad el ensayo alusivo de Humberto Ak’abal, escritor de origen quiché que revela sus aproximaciones iniciales a la literatura como elemento detonador de introspecciones y avistamientos; al mismo tiempo espiga los hilos finos de su lengua materna: “Si uno está solo y habla en voz alta, el eco no es una repetición de lo que se ha dicho, sino una respuesta. Es una lengua poética, gutural y muy rica en onomatopeyas, intercala música entre sus palabras, los nombres de los pájaros los tomamos de su canto, de modo que nombrar a un pájaro es cantar con él”.

En 1997 aún circularon números impresos y en el año siguiente inició sus ediciones en portal electrónico. Aunque se afirme que las personas que leen poesía forman una minoría, este hecho no desacredita su valor intrínseco ni su aspiración de conectar con un orden superior de vivencia porque la belleza sólo es una y se manifiesta de distintas maneras, se estima en la medida en que los sujetos aprenden a reconocerla y, en el inventario de las contradicciones humanas, encarna la paradoja de vislumbrar la fugacidad desgajada en signos de esplendor perenne.


Lea, de la misma columna: La familia de Hipócrates

Edición: Fernando Sierra


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