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El impacto de un periódico nuevo

Noticias de otros tiempos
Foto: Escoffié. El Padre Clarencio, 19 de junio de 1904

Algo que se ha perdido en el periodismo, y que se ha atomizado con las redes sociales, es el debate entre medios. A principios del siglo XX, las publicaciones interactuaban unas con otras, a veces estableciendo relaciones de jerarquía y otras en oposición diametral. Ocurría que los grupos políticos e intelectuales organizaban sus acciones de acuerdo a la circunstancia y su medio más sólido, el diario, le daba publicidad a los proyectos de ocasión en los que participaban algunos de sus colaboradores; ocurría también que los contrarios se propusieran socavar el prestigio del grupo rival, señalando errores en sus notas.

Las formas, por supuesto, debían guardarse. Toda publicación nueva iniciaba el “canje” con todas las que pudiera, y que aceptaran. Esto consistía, como su nombre indica, en intercambiar ejemplares con el compromiso de dar crédito a las notas que se tomara para reproducir todo o parte de su contenido. Esto era muy útil cuando no se tenía acceso a información de otros lugares, o el costo por obtenerla era muy elevado para la empresa.

El 21 de marzo de 1904 irrumpió en Yucatán un periódico nuevo encabezado por dos personajes que representaban a una generación de liberales que habían crecido durante el Porfiriato, con el país en paz. Esto no es lo novedoso, sino que este grupo fue el que fomentó la Revolución en 1910; en todo el país se veía el patrón de un colectivo coetáneo sumamente preparado pero que no hallaba espacios para participar en la política o la economía. El diario llevaba por nombre El Peninsular. Su director y propietario fue José María Pino Suárez y el jefe de redacción, Ignacio Ancona Horruytiner.

De inicio, El Peninsular se lanzó a conquistar circulación. Su tiraje mínimo fue de 5 mil ejemplares diarios, llegando a 5 mil 300. En alguna ocasión solicitó diarios del día anterior, porque había vendido todos los disponibles y tenía compromisos por cumplir, precisamente, de canje.

Luego estableció un concurso mediante el cual entregaría la nada despreciable suma de 100 pesos plata al voceador que en un periodo hubiese vendido la mayor cantidad de periódicos, siempre que fueran más de 10 mil. Considerando que en esa época los voceadores o papeleros solían ser niños, el premio debió ser muy atractivo. Lamentablemente, no sabemos cuál fue el resultado.

Pero El Peninsular llamó la atención fuera de Yucatán. El 9 de junio publicó el comentario, que le llegó a través del “servicio telegráfico exclusivo” para él, un comentario aparecido el 7 de junio en el diario El Mundo, de la capital del país, en el cual se indicaba que El Peninsular era “el que más circula y el que más se lee, no sólo en Yucatán, sino en toda la costa del Golfo de México, debido a su información abundante y oportuna y a sus artículos breves, juiciosos y de actualidad”.

El párrafo levantó ámpula. Al día siguiente, según indica la nota titulada “Los redactores de La Revista de Mérida en las oficinas de El Peninsular. Candorosas pretensiones”, personal del que era el diario más antiguo de Yucatán (si nos vamos a la genealogía, lo sigue siendo) llegó al edificio de El Peninsular “pretendiendo candorosamente que les enseñásemos los libros de la negociación, a fin de convencerse de si positivamente nuestro diario es el de mayor circulación en la Península y aun en el litoral del Golfo”.

El gacetillero apunta: “Como era natural, desechamos tan inocente exigencia… ¿En dónde habrá visto ‘La Revista’ que una negociación pretenda siquiera solicitar de su competidora o antagonista los documentos que comprueben el estado de su prosperidad, pero al propio tiempo denuncien las combinaciones, los secretos todos en que cifra sus ventajas y floreciente organización?...”

Y continúa ironizando, refiriéndose al conflicto internacional que llamaba la atención del mundo y del cual El Peninsular ofreció una cobertura sin competencia, gracias precisamente a su servicio telegráfico: “¿Qué diría el colega si el General en Jefe de las fuerzas japonesas fuese a preguntar al de las tropas moscovitas cuál es el estado que guardan las fortificaciones rusas y se mostrase empeñado en averiguar el verdadero plan de la guerra que se hayan trazado las armas del Czar?” Sin duda, el paralelo de la competencia empresarial con la guerra ruso-japonesa era también reflejo de cómo la nueva generación veía los negocios.

La nota de El Mundo había incluido también un comentario en cuanto a que El Peninsular, en unos cuantos meses, “ha llegado ya a alcanzar un crédito y popularidad tal, que rivaliza con la de los diarios antiguos”. Seguramente a La Revista le vino el saco y tal vez por ello involucró a Carlos Escoffié Zetina, director y caricaturista de El Padre Clarencio para que le hiciera un llamado a los del periódico nuevo a fin de que respetaran “a su abuela”, como muestra la caricatura que acompaña esta columna.

Un par de años después, Pino Suárez tuvo que vender El Peninsular, forzado por presiones del grupo político de Olegario Molina. Eso, sin embargo, es materia de otras notas, y otros tiempos.



Lea, del mismo autor: Era otro Duarte…

Edición: Estefanía Cardeña




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