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La lucha cultural contra los ''zurdos de mierda'' (Parte 1 de 2)

El cliché típico de la ultraderecha: la ''amenaza comunista''
Foto: Ap

Llama la atención la estrategia por su carácter burdo, pues en ella se intenta disfrazar de una manera grotesca la defensa de los intereses de las oligarquías amafiadas y de los grandes capitales, reduciendo el asunto a una batalla entre sistemas de valores y perspectivas del mundo en donde la izquierda es caracterizada como retardataria y retrógrada y es estigmatizada a través de la palabra “zurdo” (cuyo origen incierto connota no solamente falta de habilidad, sino también la condición de turbio o siniestro).

El centro de la estrategia se sitúa en la apología de una ética cuyo valor fundamental es el de la libertad, valor considerado como inherente a la condición humana.

A partir de ponderar la libertad como valor supremo (sin argumentos de por medio), se instaura un discurso cuyo centro de gravedad es la defensa de las libertades individuales por encima de cualquier otro valor. Sin embargo, cuando uno revisa la bibliografía del libertarismo no aparece definido de manera clara y contundente el concepto de libertad y éste parece vincularse a la acción espontánea de los seres humanos, donde los más aptos y capaces no solamente logran sobrevivir sino hasta destacarse por encima de los demás, argumento que permite legitimar las desigualdades sociales, el individualismo y el clasismo.

Desde una conceptualización incierta que legitima el egoísmo (la forma más espuria del del individualismo), los libertarios del siglo XXI han estructurado un discurso en el que prevalecen los insultos y las denostaciones por encima de los argumentos. La tesis es simple: las libertades individuales son inalienables y el Estado debe operar en función de ellas, sin ir más allá de proteger la vida, la integridad individual y la propiedad privada.
 
El punto de partida de la ética libertaria lo encontramos en la noción de que el mercado no solamente debería ocuparse de la producción de bienes de consumo, sino también de funciones sociales esenciales como, por ejemplo, la seguridad pública o la impartición de justicia, mismas que hasta ahora han sido monopolizadas por el Estado que, por tanto, debería reducirse a su mínima expresión e intervenir lo menos posible en la vida social. 

La “batalla cultural” de los libertarios se constituye entonces como una estrategia discursiva con ejes muy claros, constituidos a la manera de mandamientos religiosos:

1) La prosperidad es producto de la asociación libre de individuos.

2) El Estado no debe intervenir determinando lo que haya de producirse ni cómo habrá de instrumentarse la producción de un bien.

3) El Estado debe reducirse a garantizar tres cosas: la vida, la propiedad privada y la libertad.

4) El Estado no debe desarrollar programas de combate a la pobreza, pues ésta se combate creando riqueza a través de la economía de mercado y la educación.

5) Competencia y meritocracia son los factores fundamentales del desarrollo humano.

Como quiera, en un análisis somero podemos ver que la “batalla cultural” de los libertarios esconde una agenda económica congruente con los postulados del neoliberalismo que se instrumentó en el último cuarto del Siglo XX en muchos países latinoamericanos, mismo que dejó una estela de pobreza, corrupción y criminalidad en la región.

Esta agenda, sin embargo, se instrumenta con una marcada dosis de agresividad (con motosierra incluida), aunque repite los clichés típicos de la ultraderecha: el prurito de la “amenaza comunista”, el ataque a los valores del mundo occidental, el inminente fin de la democracia, la cancelación de nuestras libertades (sobre todo la económica y la de libertad de expresión) y la necesidad de abolir del lastre de la burocracia.

Habrá que poner atención en el hecho de que los libertarios, al carecer de argumentos sólidos para defender su postura, han echado mano de la agresividad y su estrategia consiste en exacerbar los miedos de nuestras clases medias, jugando también con el aspiracionismo que las caracteriza.

Ante ello, debemos hacer un esfuerzo de racionalidad para ofrecer los argumentos en contra de posturas fascistas como las de los libertarios, pues no debemos olvidar que el neoliberalismo trajo mucha desolación a América Latina.

Asimismo, debiéramos reflexionar sin prejuicios sobre un aspecto que usualmente nos pasa de largo, pues a mí me parece que no hay argumentos ni razones históricas suficientes para poner el valor de la libertad por encima de otros valores. Paralelamente, también deberíamos reflexionar sobre la extensión y límites que suponen el que seamos libres, así como el ámbito donde nuestra libertad se constituye en un ejercicio de bienestar individual y comunitario. 

Tenemos mucha tela de dónde cortar; tenemos muchas cosas que discutir, pero la agresividad con que los libertarios nos proponen un proyecto (motosierra incluida) parece más un ejercicio de amenaza y represión que una verdadera acción libertaria. 


Lea, del mismo autor: Ciudadanía en construcción

Edición: Fernando Sierra


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