Opinión
José Díaz Cervera
17/08/2025 | Mérida, Yucatán
Hacia finales del siglo XVIII, Kant estructuró una especulación sobre el razonamiento humano a partir de la cual se desarrolló el pensamiento crítico (Crítica de la razón pura). La pretensión de Kant se centraba en estructurar criterios para reconocer los alcances y los límites del razonamiento humano más allá de nuestra experiencia empírica; es así como Kant concluye que la razón tiene como función fundamental la capacidad de sintetizar el mundo en conceptos que expresan nuestra actividad empírica y de establecer con ellos juicios de orden cognitivo (verdadero o falso), ético (correcto o incorrecto) y estético (“me gusta” o “no me gusta”).
En sus investigaciones sobre los juicios éticos, Kant encuentra que la razón humana puede ir más allá de la actividad empírica y encontrar conceptos de orden superior en los cuales se sustenta el ámbito ético-moral que rige las acciones y las decisiones humanas; estos conceptos de orden superior toman la forma de valores en los cuales se cimienta el ámbito de las responsabilidades individuales, independientemente de nuestras inclinaciones e impulsos biológicos, por lo que se determinan a partir de la autonomía racional del individuo y no por principios externos a su racionalidad.
Tal autonomía determinativa de la voluntad del individuo es ejercida libremente y sin coacción alguna, a partir de principios racionales que puedan tener la cualidad de asumirse como leyes de validez universal, lo que equivale a considerar que son correctos independientemente de que nos sean convenientes o no, o de que vayan, incluso, en contra de nuestra ideología y convicciones, lo cual implica la necesidad de que nuestros sistemas de creencias se concreten en sistemas de valores que se aglutinen bajo un principio al que Kant denomina “imperativo categórico”, cuya aplicación sólo puede ejercitarse a través de una voluntad libre, misma que no se diluye en la proscripción de cualquier tipo de restricciones, sino en el ejercicio de una voluntad que decide, de manera autónoma y racional, una línea de acción en la que se busca el ejercicio armónico de valores éticos diversos.
Así, el ejercicio de la libertad individual debe ser indiscutiblemente coherente con el respeto hacia los demás, con la solidaridad, con la justicia y con todo aquello que la racionalidad ha sintetizado en el concepto de “bien”, noción de orden superior.
Kant nos da la pauta para entender que el concepto de libertad tiene como fundamentos, por un lado, la determinación de que nuestros actos sean voluntarios y, por el otro, que operen en el ámbito del imperativo categórico, lo que implica que el ejercicio de la libertad se sustenta en una decisión y que ésta tiene sus límites en el bienestar comunitario. No es, pues, un acto libre aquel que atente contra algún valor ético-moral; cualquier ejercicio de libertad sólo se cumple cabalmente cuando es armónico con otros valores y/o con un sistema axiológico, algo que está muy lejos del pensamiento libertario, mismo que promueve una perspectiva viciosa de la libertad en la medida en que a ésta se le vincula decisivamente con la permisividad y el egoísmo ético, una perspectiva moral desarrollada en los años sesenta del siglo pasado por Ayn Rand, filósofa y escritora ruso-norteamericana que defendía el individualismo y que desarrolló los fundamentos del egoísmo racional, cuya tesis básica sostiene que actuar en beneficio propio es la virtud moral más importante, planteamiento revisaremos para cerrar estas meditaciones en la próxima entrega.
Para Kant la libertad es un acto que se ejercita desde la voluntad a partir de una racionalidad que nos permite reconocer que nuestras acciones voluntarias se vinculan con obligaciones indiscutibles que no pueden ser soslayadas, porque su alcance desborda al propio sujeto.
Este planteamiento deja en el aire dos preguntas pertinentes. La primera: ¿hasta dónde tenemos que asumir responsabilidades morales para con los demás?; la segunda: ¿operar en favor de nuestros intereses personales es un acto de inmoralidad?
En el espectro, la discusión en torno al egoísmo ético que defienden los libertarios debe revisarse y ponderarse críticamente, lo que haremos en la meditación final en torno a este asunto.
Lea, del mismo autor:
Edición: Fernando Sierra