Opinión
La Jornada
17/09/2025 | Ciudad de México
El secretario de Economía, Marcelo Ebrard, anunció que hoy se inician las consultas públicas para la revisión del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), cuya renegociación está programada para julio de 2026. De acuerdo con la Representación Comercial de Estados Unidos (USTR, por sus siglas en inglés), que también arrancó la implementación de dicho mecanismo, el objetivo es identificar recomendaciones de cooperación trilateral, posibles acciones frente a políticas de terceros países que afecten la región y decidir sobre las medidas pertinentes a fin de “garantizar que el T-MEC continúe fortaleciendo la integración económica de América del Norte y el liderazgo tecnológico y productivo de la región”.
Por su parte, la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo saludó la certidumbre que traerá este proceso, cuyas “propuestas, observaciones y decisiones”, estimó, “impactarán directamente en las reglas de origen, la facilitación comercial, los servicios, la propiedad intelectual, el medio ambiente, las disposiciones laborales, las contrataciones públicas, la economía digital, los mecanismos de solución de controversias y la competitividad de las empresas mexicanas”. Aunque Ottawa no ha dado el banderazo formal para sus consultas internas, el primer ministro, Mark Carney, ha dejado claro que actuará para preservar el instrumento de libre comercio.
Pero es posible que lo que debería ser un trámite rutinario entre las tres economías que integran el espacio de libre comercio más grande del mundo sea una negociación compleja y ríspida debido a la actitud agresiva y la inestabilidad mental del presidente Donald Trump. El mismo hecho de que sea necesario renegociar un tratado vigente desde hace apenas seis años responde al capricho del magnate de mantener la puerta siempre abierta a la posibilidad de obtener concesiones a expensas de sus vecinos, por más que debilitar al T-MEC signifique un balazo en el pie a la productividad y la competitividad estadunidense frente a sus rivales globales. En este sentido, cabe recordar que el actual tratado trilateral fue acordado por presiones del propio Trump, quien en su momento lo llamó “el mejor acuerdo de la historia”, mientras ahora lo califica como una mera transición hacia sus verdaderos objetivos, los cuales, como es bien sabido, están sujetos a cambios arbitrarios sin previo aviso.
La experiencia previa de tratar con el magnate republicano indica que el proceso de actualización (o finalización) del T-MEC correrá por tres vías: la de las negociaciones propiamente dichas, que conducirán equipos profesionales en términos técnicos; la de las declaraciones estridentes y difamatorias que Trump hace de cara a su electorado, y el terreno de los hechos consumados que se imponen al margen del diálogo, a la que también es afecto el mandatario.
En suma, comienza un periodo crítico para la defensa de los intereses económicos de México, de la soberanía y el respeto como principio rector de las relaciones internacionales ante un trumpismo que sólo entiende de arrebatar e imponer, no de la construcción de escenarios mutuamente benéficos. Por fortuna, México cuenta con instituciones sólidas y la inestimable ventaja de la unidad nacional para encarar el desafío.
Edición: Estefanía Cardeña