Opinión
La Jornada Maya
22/09/2025 | Mérida, Yucatán
Septiembre, además de ser el mes patrio en cuanto a conmemoraciones, se ha vuelto sinónimo de fechas para la protección civil, un concepto que no tiene muchas décadas en el vocabulario mexicano. Incluso, la alerta nacional que se lanzó como prueba el día 19 fue la primera en tener ese alcance. En contraste, los riesgos que enfrenta el país en materia de desastres naturales es tan amplia como su geografía.
La alerta del viernes 19 llevó el modelo de respuesta a una amenaza de sismo, el cual es el más difundido en buena medida porque mucha de la planeación y medidas preventivas de catástrofes surgieron a partir del terremoto de 1985, que dejó enormes cicatrices en la capital del país, de las cuales muchas aún son visibles. La península de Yucatán, por el contrario, es tenida por zona asísmica, pero en cambio, los huracanes y tormentas tropicales son una amenaza real cada año.
Si el 19 de septiembre es una fecha que ha quedado en la memoria de millones de habitantes de la Ciudad de México, la península debiera acumular en el recuerdo colectivo varias fechas en que ha sido impactada por devastadores fenómenos meteorológicos; pero para el mes en cuestión se encuentran los días 14 y 22, de 1988 y 2002, cuando pasaron los ciclones Gilberto e Isidoro, respectivamente.
La memoria del impacto de ambos fenómenos parece haberse desvanecido después de poco más de dos décadas, y porque también, en tiempos de redes sociales, hay quien espera que surjan calamidades para darlas como noticia sensacional, cuando la experiencia ha enseñado que quienes más sufren son las personas más desprotegidas; aquellas cuya vivienda está en un área invadida y está fabricada de materiales perecederos o frágiles; quienes se dedican al campo y ven sus cosechas y animales perdidos; quienes se encuentran en comunidades alejadas de las principales poblaciones y quedan expuestos a inundaciones.
Hasta eso, tormentas y huracanes son fenómenos con cierto grado de benevolencia, o al menos lo eran hasta hace pocos años cuando las condiciones climáticas eran más estables y estos meteoros, en su trayectoria, no encontraban aguas que les permitieran incrementar de categoría en unas cuantas horas, como ocurrió con Otis, en Acapulco, en 2023. Por lo general, desde que se forman son visibles y monitoreados, lo que permite una preparación adecuada para quienes tienen el tiempo y los medios; o para evacuar a quienes habitan las costas y las zonas más vulnerables.
Pero a pesar de esta cualidad, la falta de preparación sigue siendo el mayor factor de vulnerabilidad para una población al paso de huracanes. Aparte, el daño no depende de la magnitud del ciclón y la fuerza de sus vientos. Isidoro golpeó a Yucatán con magnitud 3 en la escala Saffir-Simpson, pero los destrozos que causó fueron más por las 36 horas que estuvo en tierra que por la cantidad de agua que dejó caer.
Debe mencionarse también que la prevención en 2002 había logrado instalar consejos de protección civil en cada municipio, algo que hasta ahora se mantiene. Sin embargo, el papel de la ciudadanía en las tareas previas al impacto de un huracán no puede descuidarse, pues es crucial para evitar tragedias. También es crucial que se llame a no seguir retos que impliquen exponerse a los vientos en las playas. Los likes no valen una vida.
La temporada de ciclones tropicales está próxima a concluir, pero esto no quiere decir que ya sea momento de bajar la guardia. Wilma, Ópalo y Roxana golpearon a Quintana Roo y Campeche durante octubre. Tal vez establecer una alarma como la alerta sísmica no sea funcional para la península, pero llamados a estar atentos a los reportes oficiales siempre serán oportunos si se salva una sola vida.
Edición: Fernando Sierra