El viernes 26, de nueva cuenta, se dio un apagón general en la península de Yucatán. Uno más a la cuenta de advertencias que se han seguido durante la última década y, como se ha advertido en varias ocasiones, otra señal de que la distribución del fluido eléctrico tiene varias deficiencias en primer lugar, por el aumento de la población en los tres estados que integran la región, y luego por la falta de mantenimiento a la misma.
Luego está la responsabilidad directa de la Comisión Federal de Electricidad en la falla que se dió alrededor de las 14:30 horas de la fecha mencionada. La misma paraestatal reconoció, en un comunicado, que había existido un fallo durante los trabajos de mantenimiento en dos líneas de transmisión, lo que provocó que nueve centrales del Sureste, con 16 unidades, salieran de operación, ocasionando que 2 millones 262 mil usuarios en la península se quedaran sin el suministro eléctrico. Esto no es menor: es un reconocimiento implícito de la misma paraestatal de que fallaron sus protocolos de mantenimiento, y esto fue lo que provocó la interrupción y los consiguientes daños a la economía regional.
Lo que también quedó de manifiesto es que los habitantes de la península tampoco nos hemos preparado para una contingencia de este tipo, a pesar de que nos encontramos expuestos a ella habitualmente, por el mero hecho de encontrarnos al paso de tormentas y ciclones tropicales, para los que debiéramos estar prevenidos e incluso contar con planes de protección civil a nivel unidad doméstica. Muchos, tal vez de manera inconsciente, aplicamos un plan de contingencia elemental, que implicó no exponerse como individuo o como familia a accidentes de tránsito, resguardar animales y recurrir a otros medios de iluminación, en lo que se obtenía información a través de la radio, pues también fallaron las redes de Internet. Lamentablemente, tampoco hubo llamados a la población, o estos fueron mínimos, para mantenerse a salvo en lo que se restablecía el servicio, algo sobre lo que no existió certidumbre.
Conviene recordar que no es la primera vez que ocurre un apagón general en la península. Pero también es cierto que, aunque se reconoce que durante la temporada de mayor calor, que coincide con la de huracanes, hay mayor demanda de electricidad y ésta supera por mucho la capacidad de producción, también es necesario insistir en que la red de distribución es obsoleta en muchas partes de la región; aquí nos referimos tanto al número y capacidad de transformadores instalados -y las condiciones en que operan -como al cableado tendido.
Así, en marzo y abril de este año hubo apagones que afectaron los siete municipios de Quintana Roo, y regiones de Tabasco y Campeche, así como algunos municipios de Yucatán. Un mes después, el descontento social se hizo presente cuando pobladores de Atasta bloquearon la carretera federal 180, lo que dio lugar a una fila de tráileres de 10 kilómetros de extensión a lo largo de esa vía; esta protesta sólo se apaciguó tras la promesa de la Secretaría de Gobierno de Campeche para habilitar una subestación eléctrica en el poblado de San Antonio Cárdenas. En agosto de 2024, otro apagón afectó a buena parte de Quintana Roo.
Por otro lado, tenemos que la entrada en operación de infraestructura estratégica como el Tren Maya o el Aeropuerto Felipe Carrillo Puerto, en Tulum, demanda todavía más energía eléctrica. De nuevo, se espera que la entrada en operación de las nuevas centrales, en Mérida y Valladolid, incremente la capacidad de generación, pero también hace falta que el gasoducto Mayakán, que abastecerá a estas centrales cuando esté listo. En síntesis, la península es sumamente vulnerable a la falta de suministro eléctrico, pero más si la CFE falla en la aplicación de sus protocolos.
Se agradece, por otro lado, el reconocimiento de que la falla se originó durante trabajos de mantenimiento, pues ya resulta poco creíble es que se recurra a explicaciones como la que se intentó en abril de 2019, cuando ocurrió otro apagón general, atribuido a un incendio en un cañaveral, que dejó a la península sin electricidad durante cuatro horas. Finalmente, el amor a la península se mide en voltios.
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