Opinión
Cristóbal León Campos
02/10/2025 | Mérida, Yucatán
Hoy se cumplen 57 años de la Matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, y su significado y trascendencia siguen siendo tema de análisis. A pesar de que año con año se realizan actividades, manifestaciones y se publican diversas opiniones, e incluso se revelan nuevos datos, aún pesa sobre esos hechos un manto de impunidad que cubre lo acontecido.
La escritura de la historia (en México y el mundo) suele tener sello e intención de quien se erige vencedor, las versiones de lo acontecido están estructuradas para reforzar ese posicionamiento, los vencedores escriben para sí mismos y para extender su hegemonía ideológica al resto de la población. Esto ocurre con toda la historia oficial; versión de arriba impuesta a los de abajo. El 68 tiene encima ese manto impune de la historia del vencedor que nubla la comprensión de lo acontecido.
Es necesario reconocer que aún no se ha logrado romper totalmente el cerco informativo que el poder conservador persiste en imponer, quedando en entredicho la propia lógica sistémica que dio lugar a que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz tomara la decisión de asesinar a cientos de mexicanos con el fin de conservar el statu quo y mantener los intereses de la clase burguesa en el poder. La historia oficial buscó, durante décadas, que lo sucedido en Tlatelolco se mire como un hecho aislado, siendo en realidad la expresión álgida de la violencia que el capitalismo mexicano ha impuesto a nuestra realidad histórica, llegando a nuestros días con casos como el de Ayotzinapa. Por eso, ahora, debemos impulsar una relectura de la historia desde abajo, rompiendo así con la imposición discursiva conservadora.
Los mismos hechos de la tarde-noche del 2 de octubre han cubierto el significado de todo el movimiento del 68, quedando por encima de sus orígenes, demandas y logros, el velo trágico de la matanza. La ponderación por la justicia de una forma u otra ha contribuido también a dejar de lado las aportaciones para la vida social, política, económica y cultural que se realizaron los meses de protesta y resistencia en México, enmarcados en la gran revolución cultural que se vivió en el mundo en ese año iniciada con el Mayo Francés.
La contrahistoria es el desenmascarar la forma en que se ha ocultado el rostro de los hechos y sucesos históricos, pero, sobre todo, es el reconocimiento de los sujetos sociales que han sido expulsados e invisibilizados por la historia oficial conservadora del acontecer social. La historia tradicional justifica la dominación, es usada para mantener el control ideológico de la población y negar toda posibilidad de interpretación crítica de los sucesos históricos y presentes. Pero la contrahistoria es la respuesta a la dominación, es el ejercicio de la crítica a través del tiempo para ir reconstruyendo y explicando las razones del hoy. La contrahistoria es también la confrontación con la tradición histórica y con los historiadores que defienden al sistema mediante la falsa erudición aplaudida por el cinismo de la derecha.
El movimiento del 68 fue una crítica aguda al sistema o a los sistemas de la época, cuya transcendencia sigue revelándose; fue una ruptura con el poder y sus maneras de representación, la generación de la conciencia por medio de la relevación de lo oculto. El 68 marcó el camino para la revolución cultural que se comenzaría a vivir en su seno, y que hoy se observa en cada una de las demandas en materia de reivindicación social. El movimiento del 68 necesita la alternativa abierta por la contrahistoria que otorga la posibilidad de dar su lugar a cada uno de los protagonistas desterrados del mapa descrito desde el poder, para que su espíritu se revele en toda su dimensión.
Edición: Mirna Abreu