Opinión
La Jornada
07/10/2025 | Ciudad de México
El presidente Donald Trump confirmó que los camiones medianos y pesados importados a Estados Unidos enfrentarán un arancel de 25 por ciento a partir del 1 de noviembre. De acuerdo con la Casa Blanca, la medida fue tomada por cuestiones de “seguridad nacional” y tiene el objetivo de apoyar a los fabricantes estadunidenses de vehículos de carga y protegerlos de la “competencia externa desleal”. La Cámara de Comercio estadunidense, opuesta a los nuevos gravámenes, ha señalado que los cinco principales orígenes de las importaciones son México, Canadá, Japón, Alemania y Finlandia, “todos aliados o socios cercanos de Estados Unidos que no representan una amenaza para la seguridad nacional”.
La realidad es que estos aranceles buscan subsanar el daño ocasionado por gravámenes anteriores: tal como se advirtió al magnate, sus tarifas al acero, aluminio y otras materias primas incrementaron los costos para la industria local, borrando su competitividad frente a los productos importados. Ahora se trata de restablecer la capacidad de competir de empresas como Peterbilt, Kenworth, Freightliner o Mack Trucks a expensas de subir los precios de todas las mercancías movilizadas en camiones más costosos y con menor disponibilidad. También se verán afectados otros sectores, desde la construcción hasta el transporte escolar y los servicios de recolección de basura.
Dado que México alberga a 14 fabricantes y ensambladores de autobuses, camiones y tractocamiones, y a dos fabricantes de motores que surten al mercado estadunidense, la medida resultaría especialmente nociva para la economía nacional. Al imponer el oneroso gravamen de forma unilateral, en rompimiento de acuerdos alcanzados tras meses de arduas negociaciones conducidas por expertos, el magnate confirma que su palabra y su firma no tienen valor alguno y que violará cualquier entendimiento según se lo dicten sus conveniencias y caprichos de cada instante.
Asimismo, se ratifica que existen serias razones para preocuparse por la salud mental del mandatario estadunidense. No está en sus cabales una persona con tantas dificultades para discernir entre los hechos y sus propias fabulaciones; que miente por sistema, incluso cuando la más somera revisión de sus declaraciones permite desbaratar sus falacias, y se exhibe incapaz de hilvanar ideas en una secuencia lógica.
Pero acaso la perspectiva más inquietante de la condición mental de Trump no sea la económica; el que sea el comandante en jefe de la fuerza militar más letal de la historia –como se ufana en presentarla, en una muestra más de su carácter pueril– y tenga un poder crecientemente unipersonal sobre las políticas de la mayor economía mundial supone un riesgo permanente de desestabilización e incluso de aniquilación para todas las naciones.
Por lo que concierne a México, resulta inevitable confirmar que en tanto el magnate permanezca en la Casa Blanca, el gobierno de nuestro país tendrá que seguir haciendo acopio de capacidad negociadora, serenidad y una paciencia infinita para volver, cuantas veces sea necesario, a la mesa de negociaciones a fin de sortear o despejar arrebatos que contradicen acuerdos previos, como es el caso de esta decisión, contraria no sólo a lo convenido en meses pasados, sino a las reglas del acuerdo comercial tripartita.
Edición: Estefanía Cardeña