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Estímulos Fiscales a las Artes, oportunidades a la vista

Estamos hablando de mejorar un programa, a través de los impuestos de los contribuyentes
Foto: Juan Manuel Valdivia

A lo largo de las semanas recientes y a propósito de la campaña para pedir al Comité del Efiartes un Grupo de trabajo, a la que se sumaron 128 firmas de postulantes (principalmente), he recibido pocos pero muy encendidos mensajes por lo mal que he hecho este requerimiento, o porque de plano no sé lo que digo. Les agradezco por sus comentarios, algunos muy atinados.

“No se trata de una bolsa ciega porque no es un presupuesto asignado”, me dicen, cuando lo sabemos perfectamente (no somos legos). Lo que hemos propuesto en los escritos que acompañan la Carta (para quienes hayan podido leerlos), es que se cree un mecanismo o procedimiento nuevo que garantice los recursos (impuestos por cobrar) a los proyectos seleccionados desde el principio del proceso, ya sea a través de una efectiva vinculación con las empresas, o a través de una forma “ciega” de lograr que esos recursos (por cobrar por parte  del SAT) queden reservados, es decir, un mecanismo híbrido que no impida que las empresas seleccionen a su gusto proyectos (aquellas que conozcan el programa), sino que abra la posibilidad de otra línea que permita que otras empresas y sus recurso fiscales ya estén inscritos en automático al programa y sus impuestos comprometidos para ser dirigidos a uno de los proyectos seleccionados (comenzando con los mayores puntajes). Pero insisto, es una idea que se puede trabajar en la mesa. Descartarla de entrada se acercaría a una posición patriarcal. “Esto no se puede hacer porque nadie lo ha hecho nunca”. Hay que pensar fuera de la caja.

Otro tema –me insisten– es que el programa no es para estimular a los artistas, (“no es un programa de becas”) sino a los contribuyentes. Parece una obviedad, pero el enfoque es incorrecto. Podemos pensar que las empresas son quienes eligen los proyectos a voluntad, quienes ponen los recursos fiscales, pero también podríamos decir que esos recursos son impuestos por cobrar, en realidad son del SAT, y sería correcto pensarlo así dado que el programa está diseñado por las autoridades, no por las empresas. No es un programa de mecenazgo, porque entonces estaría diseñado por las empresas mismas y serían ellas las que invitaran a los artistas a acercar sus proyectos, como en los hechos ya lo comenzó a hacer BBVA, que es la única institución que ha hecho esto en la reciente edición, en forma pública, aunque apenas se le dio difusión. Tampoco es un programa de vinculación, porque no hay un esfuerzo público abierto para lograr este acercamiento. Si el INBAL hace esta labor (que sí lo hace, sobre todo este año pasado), es producto del esfuerzo del nuevo equipo, pero no se ha comunicado como un proceso con campañas abiertas y masivas, como podría y tal vez debería ser. Pero esta es otra idea que se puede trabajar. La cosa es no descartar nada por descabellado que parezca. 

Entonces, una vez más, son ideas que podemos poner sobre una mesa, pero primero hay que abrir esa mesa (con base en las Reglas), y ahí exponer por qué sí, o por qué no, pero siempre proponiendo el cómo sí se pueden hacer las mejoras, no sólo rechazando la sola idea de avanzar en esta dirección.

Otro punto fundamental que me han comentado, en forma respetuosa pero haciéndome el favor de explicarme cómo funciona el mundo, es que el programa busca que los artistas se profesionalicen en la procuración de fondos, en establecer relaciones de largo plazo con las empresas, o bien que se pongan en manos de especialistas, gestores y gestoras que sí saben cómo hacer esto, siempre bajo la lógica de que los artistas pueden o no pasar a este nivel, es decir, o se profesionalizan o se ponen en manos de profesionales.

Nunca he dicho que esto no deba o pueda ser así, por el contrario, bajo el régimen de la conversión al modelo de “industrias creativas”, que en resumen significa que cada quien se rasque con sus propias uñas, a los artistas no les queda de otra, o buscan sus propios recursos (fuera del Estado, porque el Estado ya no tiene) o se mueren de hambre. Pero esto es contradictorio en sí mismo, pues seguir este camino debería ser opcional, por un lado, pero no debería significar que el Estado deje de ser el productor número uno en materia de Arte y Cultura, aprovechando todos los mecanismos disponibles, como este programa.

Como dicen los catalanes (que por cierto trabajan arduamente por lograr el tan ansiado 2 por ciento a Cultura para su ciudad, meta que la Ciudad de México ya alcanzó, aunque no se ejerza), nos quejamos porque esperamos que el Estado subsidie a la Cultura, como si todos los demás sectores no estuvieran subsidiados por el Estado: Educación, Salud, Seguridad Pública, Energía, en todos los sectores el Estado pone el dinero público (“invierte”), y las empresas viven de ese dinero. Pero en la Cultura esto parece un sacrilegio. Ya lo dijo la secretaria de Cultura de la Ciudad de México: “hay que lograr que los artistas se ganen su lana sin que le cueste al Estado”. Si ésta es la lógica que queremos para los artistas, debería ser la misma para los científicos, los maestros, los médicos, los policías o los militares. Sería una regresión, todos prestan servicios esenciales a la sociedad, y para eso está el Estado. ¿Por qué para los artistas y la Cultura no?  Caminar en otra dirección –que también se vale si así se decide–, sería mover todo en esa dirección, reducir al Estado a un ente administrador, regulador, coordinador, adelgazado al extremo. Devolverle todo el poder al Mercado, como en los últimos 40 años. 

Coincidimos con estas voces que me han hecho llegar encendidos comentarios, en que la visión debe ampliarse para que toda la política cultural evolucione. En eso estamos, en esa batalla. Pero en este caso, estamos hablando de mejorar un programa, el de los Estímulos Fiscales a la Producción de obra artística, a través de los impuestos de los contribuyentes. Ampliar el monto autorizado de acuerdo al número de postulaciones e innovar en el mecanismo para garantizar los recursos a los seleccionados, corrigiendo algunos detalles en las Reglas y los Lineamientos. Pero para lograr esto, lo primero es una Mesa de trabajo, cuyos resultados sean vinculantes. De otro modo seguiremos gritándonos entre nosotros, aleccionándonos sin llegar a ningún lado.

Lograr esta mesa general de trabajo ya está en marcha, gracias a la disposición del equipo del INBAL. Nos toca aprovechar y darle viabilidad a la oportunidad.


Edición: Emilio Gómez


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