Opinión
José Díaz Cervera
23/10/2025 | Mérida, Yucatán
En enero próximo se cumplirán 135 años de la publicación de Nuestra América, un ensayo que cierra una serie de reflexiones en torno al ser y el destino de esa porción de nuestro continente que hoy llamamos Latinoamérica, al mismo tiempo que abre un camino donde nuestra región certifica sus compromisos históricos: “Es la hora del recuento…”, afirmaría José Martí, autor del texto referido.
Quizá nunca como ahora cobra sentido cada uno de los conceptos vertidos por el prócer cubano, como la referencia a los sietemesinos cobardes “que no tienen fe en su tierra” y que se avergüenzan de su sangre indígena; esos que abandonan con enorme indiferencia los afectos que deberían honrar; “los desertores que piden fusil en los ejércitos (y) que ahogan en sangre a sus indios”, los que arrastran el honor de nuestra región por suelos extranjeros, los que creen que la tierra sólo existe para que se les erija un pedestal, los arrogantes y los ambiciosos: todos ellos siguen aquí, son los aldeanos vanidosos que avalan el discurso del cine hollywoodense donde los superhéroes del imperio salvan al mundo de cualquier amenaza al orden establecido, los que claman por la intervención colonialista en nuestros países, los que, por lo demás, se sienten a sus anchas en un mundo lleno de desigualdades sin darse cuenta que ellos también están amenazados.
Nunca como ahora nos acecha el espíritu canijo de quienes se burlan de la patria y la maldicen o en el de quienes se pudren en el lujo venenoso.
Martí fue lúcido y premonitorio y por eso fue el gestor de nuestra consciencia regional, avasallada por el neocolonialismo y la perversidad de las élites locales.
Su gran lección es brillante por su simplicidad: el gran acto revolucionario supone cultivar la lucidez; pensar con orden es el gran acto subversivo y la más radiante lección ético-moral. Para Martí no hay causa suprema que no demande seres humanos generosos y en plenitud.
Ahora como nunca, José Martí debe ser una presencia constante, una guía que nos permita luchar en igualdad de circunstancias frente a quienes sólo tienen como herramientas el amago, los insultos y la beligerancia.
No en vano Rubén Darío lo llamó “El combatiente”.
Edición: Estefanía Cardeña