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El influjo pernicioso del cine

Noticias de otros tiempos
Foto: Revista del Cinema, 8 de diciembre de 1916

Casi siempre, las novedades son cuestionadas en cuanto a sus efectos en las personas que creemos más vulnerables y/o influenciables. Esto sucede hoy con la inteligencia artificial, los teléfonos inteligentes, las redes sociales, y un largo etcétera. Muchas veces, las advertencias sobre los posibles daños van acompañadas de estudios con alguna base científica, aunque también ocurre que estas supuestas investigaciones resultan sofismas, apoyadas en información que no puede comprobarse.

También sucede que quienes difunden estos estudios son organizaciones que buscan incidir en la sociedad y también tienen un papel de intermediarias entre la información científica y técnica y el público en general. Algunas persiguen fines educativos y por ello muestran una preocupación genuina por la niñez, y pueden caer en el error de no verificar la veracidad de la información que difunden. Las intenciones suelen ser buenas, pero también es posible que las consecuencias se alejen de lo esperado.

En Yucatán existe todavía la ya centenaria Liga de Acción Social, que en su momento agrupó a un sector de la élite identificada con las corrientes sociales más progresistas y en su seno se discutían cuestiones como la manera de diversificar la economía de la entidad y agregarle valor a la producción de fibra de henequén. Esta asociación lanzó, en enero de 1913, la revista Acción Social. En el primer número de esa publicación apareció un artículo titulado “Influjo pernicioso del cinematógrafo en los niños”, el cual era, a su vez, tomado del Boletín de la Institución Libre de la Enseñanza, del cual se ignora todo lo relacionado a su edición, pero con seguridad se trató de una revista que veía la luz en España y de ahí llegaba a México.

El texto recuperado por Acción Social es la síntesis de otro artículo, obra del profesor O. Goetze, de Jena, Alemania, aparecido en una revista de paidología, en el cual aseguraba “que las películas en movimiento, en unión de las novelas de Nick Carter, están envenenando el alma de la juventud moderna”.

Este envenenamiento, según el mencionado profesor, se debía a que “La mayoría de las vistas que se exhiben en los cines, son inmorales o de carácter muy dudoso”, y para rematar esta enunciación, se presentaba el resumen de “una estadística publicada en Berlín por Herr Pakull”, según la cual resultaba que “el 50 por ciento de las vistas representaban actos crueles, el 300 por 100 [sic] eran eróticas, el 15 por 100 sensacionales, y sólo un 5 por ciento irreprochables moralmente”.

El estudio continuaba señalando que “esta excelente escuela de criminalidad y perversión atrae cada día a un auditorio infantil más numeroso” y para pruebas remite a una muestra de mil 50 niños que visitaron el cinematógrafo durante cinco semanas seguidas en el verano de 1909, plazo en el que, “con beneplácito y tal vez en compañía de sus padres, habían ido a corromperse la mitad de los niños de una escuela pública”.

El profesor alertaba que, desde el punto de vista de la higiene, “la rapidez del movimiento de las instantáneas, la vibración de las mismas, su centelleo, obligan a la retina a reaccionar con excesiva velocidad, y producen fotofobias, dolores en los ojos, etc., sobre todo, cuando la función se prolonga cuatro o cinco horas, como sucede con frecuencia”; la limpieza de los salones era cuestión aparte.

En seguida, saltaba al perjuicio moral: “el espectáculo frecuente de escenas criminales embota la sensibilidad y hace a los espectadores rudos y groseros. Los niños que asisten con frecuencia a tales representaciones hablan con indiferencia y hasta con la sonrisa en los labios de las cosas más horribles”, lo curioso era que los niños encuestados manifestaron preferir “los dramas de Sherlock Holmes”.

El profesor Goetze continuaba evidenciando, con cartas y confesiones, según indica el texto, “que el cine es un factor de delincuencia y de toda clase de bajezas morales”, que “está poblando de apaches, de ladronzuelos y de meretrices las ciudades de los pueblos cultos”. La conclusión resultaba hasta obvia: un llamado a que “los gobiernos establezcan una censura rigurosa de las películas en movimiento” y considerar en cambio que, bien dirigido, “puede ser un magnífico instrumento de educación popular”, mientras que “dejar que se convierta en un elemento pernicioso, es contribuir pasivamente a la disolución social”.

Con todas seguridad, ni el profesor Goetze ni los miembros de la Liga de Acción Social consideraron la posibilidad de crear un impuesto a las películas violentas y eróticas, algo que podría haber sido una medida saludable, pues al encarecer las entradas menos gente habría ido a las salas de cine, exponiéndose menos al envenenamiento de su alma. Pero esa clase de cargas fiscales pertenecen a otros tiempos…. y son materia de otras notas.



Lea, del mismo autor:  Pintar (al general) como querer


Edición: Estefanía Cardeña


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