Opinión
La Jornada Maya
28/10/2025 | Mérida, Yucatán
Desde que se advirtió el potencial del petróleo como materia prima para la obtención de energía eléctrica o para mover buques, locomotoras y vehículos más pequeños, el desarrollo de su industria no ha dejado de tener críticos serios al igual que enemigos gratuitos.
Motor del desarrollo para unos, agente determinante del cambio climático y desmembrador de comunidades para otros, lo cierto es que el petróleo marcó una etapa de la economía mundial, aunque desde hace ya alrededor de cinco décadas que las advertencias de sus efectos en el medio ambiente han incrementado y que al reconocerse de que se trata de un recurso no renovable, la extracción ha ido disminuyendo, en nombre de una sustentabilidad que resulta contradictoria con los efectos que se atribuyen a la extracción de hidrocarburos.
Ante la proximidad de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-30), a realizarse en Brasil del 10 al 21 de noviembre, diversas organizaciones como cooperativas pesqueras y organizaciones de defensa ambiental de Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán exhortaron a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo para que “adopte un nuevo modelo de desarrollo que proteja los ecosistemas marinos del golfo de México y a las comunidades costeras que de él dependen”, en tanto acusan que la extracción daña actividades como la pesca, ocasiona pérdida de empleos, desplazamiento de comunidades y contaminación de playas y mares.
Sin duda, solamente tomando en cuenta la biodiversidad del país, México está llamado a asumir tareas clave en la protección al medio ambiente en el mundo y ser una de las voces más activas en los foros internacionales. Sin embargo, las alternativas existentes tampoco representan mucho menor impacto ecológico y social.
Entre las quejas expresadas por las comunidades pesqueras se encuentran la disminución significativa de la talla de las especies marinas que explotan y la necesidad de buscar en el turismo “una forma de subsistencia alternativa”. Se atribuye a la extracción petrolera, por parte de Pemex, el daño a las especies, sin hacer mención a la pesca furtiva, y el tono refleja cierta resignación a ejercer una actividad que se justifica cuando se respetan las vedas.
No se trata de minimizar el daño que sí causa la explotación petrolera mal llevada y los actos de corrupción que permiten la contaminación con chapopote de las aguas y la consecuente afectación al lecho marino, su vegetación y las especies. Al contrario, debe señalarse como conducta criminal el retrasar la emisión de una alarma de derrame y la activación de protocolos de contención, especialmente en la proximidad de zonas altamente vulnerables como los manglares.
Pero si se va a acusar a Pemex y sus subsidiarias de desarrollarse a costa de los ecosistemas marinos y costeros, debe apuntarse igualmente a los campos eólicos y de extensión de paneles solares, que también alteran el paisaje y cambian sustancialmente el uso del suelo, creando también zonas de exclusión para el tránsito y de peligro para la fauna.
El hambre por la energía es grande, y el reemplazo de la infraestructura de distribución de electricidad que se ha desarrollado a partir del petróleo, siguen siendo metas difíciles de alcanzar por las llamadas energías limpias. Frenar la expansión de una implicará favorecer el crecimiento de otra, con nuevas consecuencias ambientales y sociales, nuevamente, porque la demanda está ahí y siguen apareciendo productos y servicios que requieren del abasto energético, independientemente de la fuente que lo origine.
Edición: Fernando Sierra