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La historia de México registra muy pocas ocasiones en las que se rompió el cerco de seguridad del jefe del Ejecutivo, y en todas se ha dado la comisión de un delito. La más reciente: un individuo masculino, ya identificado, presumiblemente en estado de ebriedad, ha realizado tocamientos inapropiados a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, incurriendo en acoso sexual -agravado por intoxicación, en caso de que esta se demuestre. El hecho se dio en un recorrido de Palacio Nacional a las instalaciones de la Secretaría de Educación Pública (SEP).

La respuesta de la Presidenta ha sido seguir el procedimiento judicial contra este sujeto, con intención de dar el ejemplo para que cualquier víctima de acoso siga esa misma vía y se castigue al responsable. “Presenté la denuncia porque no quiero que ninguna otra mujer pase por algo así”, ha dicho a los medios de comunicación durante su conferencia diaria.  Al momento se sabe que otra mujer ya había acusado al mismo individuo y éste ya ha sido presentado a la autoridad competente. Queda, pues, pendiente la actuación judicial.

El hecho, no obstante, deja muchas preguntas al aire, siendo la primera el fallo en el dispositivo de seguridad de la mandataria. Muy pocas personas han podido aproximarse a un Presidente como para hacerle daño. Así fue con Arnulfo Arroyo, supuesto atacante de Porfirio Díaz, el 16 de septiembre de 1897; José de León Toral, quien atravesó el cuerpo de seguridad de Álvaro Obregón con el pretexto de hacerle un dibujo y terminó disparándole; Daniel Flores González, otro tirador al presidente Pascual Ortiz Rubio. Más recientemente, Mario Aburto Martínez penetró la “formación de diamante” de los escoltas del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, para acabar con su vida.

“La Presidenta no está sola”, ha exclamado Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad de México. El contexto nacional, sin embargo, parece decir lo contrario. El 20 de mayo pasado, la propia Brugada perdió a dos colaboradores cercanos, José Muñoz y Ximena Guzmán, asesor y secretaria particular, respectivamente, a manos de la delincuencia organizada, que en los últimos días ejecutó a Bernardo Bravo Manríquez , líder limonero de Apatzingán, y de Carlos Manzo Rodríguez, presidente municipal de Uruapan, en Michoacán.

Se trata, sí, de que la Presidenta padeció este martes lo que lamentablemente sufren miles de mujeres, todos los días, en el transporte público, las calles, mercados y sus propios centros de trabajo. Pero también, a diferencia de ellas, Sheinbaum dispone de un cuerpo de seguridad, que pagan los impuestos de los mexicanos, que en esta ocasión brilló por su ausencia, al grado que quien intervino fue un integrante de la ayudantía de la titular del Ejecutivo. 

Para todo Estado, la seguridad de su jefe es primordial; de ahí que exista la palabra magnicidio cuando alguno es asesinado. El sujeto que acosó a la Presidenta bien pudo haber tenido en sus manos cualquier objeto que pudiera transformarse en arma, incluso un bolígrafo, y en estos momentos la conversación pública sería otra. Cuando los dispositivos de seguridad fallan, como con Carlos Manzo y ahora con la presidenta Sheinbaum, el mensaje es que la ciudadanía toda está a merced de la delincuencia organizada; todos somos vulnerables cuando se consigue atravesar con tanta facilidad los dispositivos de seguridad de quienes representan al Estado en sus máximos puestos; ese termina por ser el mensaje.

Lea, de la misma columna: Michoacán, en busca de remedio

Edición: Fernando Sierra


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