Opinión
La Jornada
24/11/2025 | Mérida, Yucatán
Las historias de adolescentes que se ven obligados a abandonar la escuela para ingresar al mercado laboral suelen tener un trasfondo de penurias, resumidas en el término políticamente correcto de “pobreza alimentaria”; cuando el ingreso de la familia es insuficiente para asegurar la nutrición de todos sus integrantes. El nudo de la narrativa general es que el protagonista debe abandonar el hogar para desempeñarse en trabajos rudos que no requieren mayor calificación.
Desde hace ya varias décadas, el campo yucateco ha nutrido esos puestos. Cancún fue la válvula de escape a través de la cual miles de jóvenes fueron ocupados en la construcción de la zona hotelera. El patrón a seguir fue el de un contratista llevando la oferta laboral a municipios ubicados en los límites entre Yucatán y Quintana Roo: Chemax, Valladolid, Dzonot Carretero, Tixcacalcupul, terminaron enviando a gran parte de su población masculina que desde el puesto de “chalán” fue obteniendo el sustento que en otros ramos, cerca del hogar familiar, le estaba vedado.
Por eso mismo, por lo conocido de la historia, a nadie debió alarmar que el quinceañero Joel Lizandro López Collí haya respondido a una supuesta oferta laboral en Tulum, y que acudiera en conjunto con otros jóvenes de su misma edad. Desde el 27 de octubre, Joel Lizandro contaba con Alerta Amber, pero fue hallado muerto, asesinado, el pasado 9 de noviembre en un restaurante de la zona costera de ese destino turístico.
Sobre el móvil del crimen, Edgar Aguilar Rico, titular de Seguridad Pública y Protección Ciudadana de Tulum, ha expresado que se debió “a un tema de narcomenudeo, en razón de que el occiso distribuía droga de un grupo contrario”; una declaración que deja más interrogantes, comenzando por si Joel Lizandro fue en verdad reclutado para un trabajo legal, formal, o si fue engañado o coaccionado para enviarlo, como carne de cañón, a entregar enervantes. Cualquier respuesta deja ver la vulnerabilidad del sector juvenil frente a un crimen organizado que recurre a patrones ya muy conocidos para ofrecer empleos regulares, pero que resultan en una espiral de violencia para los jóvenes que se atreven a responder.
No es casual que el esquema de oferta de empleo sea uno ya muy conocido. Resulta innecesario citar a los interesados en terminales de autobuses o advertirles que se presenten sin compañía, como ocurre en el occidente del país. Aquí, la promesa de un puesto como auxiliar en la construcción en Quintana Roo es de sobra conocida como para que genere desconfianza. Sin embargo, el mercado turístico ha terminado por generar sus propios demonios que despedazan los sueños de jóvenes de uno u otro sexo que se vuelven carne de cañón para quienes buscan, y pagan, por la permisividad excesiva: la del narcótico, la prostitución, la pedofilia, para la que no existe más límite que el dinero, y no importa el daño que se produzca a las víctimas.
En este momento, hay dos detenidos relacionados con el asesinato de Joel Lizandro. Sin embargo, todavía falta que se inicien las audiencias de vinculación a proceso y se llegue a la sentencia definitiva. Pero esto solamente resolvería la superficie, no se alcanzaría la justicia en un sistema que mantiene como “desechables” a miles de personas que únicamente buscan mejorar la situación económica de sus familias, y se topan violentamente con que ese es un sueño que mejor hubiera sido no perseguir.
Pero igualmente, toca reforzar las estrategias para que toda la población juvenil, y especialmente la más vulnerable económicamente, permanezca en espacios formativos sanos, libres de violencias. Esto no es solamente que les lleguen los programas de apoyo económico sino también fortalecer la infraestructura escolar y planta docente en zonas de alta marginación, además de garantizar el acceso al disfrute del arte, la cultura y el deporte; algo que requiere la coordinación en los tres niveles de gobierno.
Edición: Ana Ordaz