Opinión
Felipe Escalante Tió
11/12/2025 | Mérida, Yucatán
Sin duda, quien quiera saber algún día acerca de los contrastes en el ejercicio del que Gabriel García Márquez llamó el mejor oficio en el mundo, hallará en la prensa la cornucopia de testimonios al respecto.
Pero por algo existe el refrán que reza que por donde menos uno piensa, salta la liebre. Porque si bien es cierto que las historias de cientos de periódicos incluyen conflictos entre periodistas, lo más sensato sería hallar expresiones sobre cómo cada quien entiende la profesión precisamente en las publicaciones de mayor renombre; mas si desviamos la mirada un tantito hacia la “prensa menuda”, de ocasión, la que no fue concebida para durar más que unas cuantas entregas, podemos llevarnos muchas sorpresas porque también usadas para la expresión de las partes involucradas en el conflicto.
Un caso ilustrativo se encuentra en la revista El Trancazo, semanario elaborado por, según indica en su primer número, un grupo de “jóvenes que, cansados de soportar las majaderías que impunemente hace pesar sobre la sociedad, continuamente un inmundo pasquín que se llama Chispas, tras del que se escudan dos o más profesionales fracasados, pero que han logrado hacer fortuna merced a su posición política [...]”. En fin, la retórica que alimenta precisamente las separaciones en todo tipo de sociedades.
Algo pasaría entre los jóvenes de El Trancazo, pues su primer número, del 11 de junio de 1918, lo firmó Gabriel A. Menéndez como director; cuatro entregas después, el 4 de agosto de ese mismo año, figura Florencio Sánchez Esquivel. Lamentablemente, apenas se conservaron tres ejemplares del semanario, y aunque es posible que durara más de los dos meses que supone la colección, la pérdida de la secuencia impide conocer el diálogo que mantenía la publicación hacia afuera -precisamente con el odiado Chispas -como hacia adentro, entre sus editores.
Pero ya para el número 5, Florencio Sánchez dedicó su espacio (el texto se llama “Página del Director”) a abordar “la aparentemente incurable lepra que constituyen los periódicos que circulan en esta capital. Como perros y gatos se pelean día a día los señores Directores y redactores de dichas publicaciones, unas veces en la vía pública y otras en lugares más o menos apartados en donde consideran que nadie puede llegar a imponer el orden alterado por ellos”.
¡Vaya con estos “periodistas”! Resultaban mejores pugilistas que editores. Y seguramente, rascando un poco, encontraríamos prácticas que hoy en día tienen nombres como acoso laboral, abuso sicológico, y por supuesto, explotación laboral. Conste que el ambiente es para los periódicos del siglo XX, no para canales noticiosos y editoriales por redes sociales virtuales.
Volviendo a la opinión de El Trancazo, el fenómeno de la violencia entre periodistas (aunque se queda en “desmanes, que bien pudiéramos calificar de salvajes”) era ocasionado porque “muchos individuos sin tener criterio de periodistas y sin ser siquiera simpatizadores del periodismo, invaden el campo de éste y como es lógico los improperios sobrevienen constituyendo un legítimo insulto a la cristalina y honrosa tarea de la prensa y debido tal vez a tantas calamidades pocas son en nuestro suelo las personas que guardan alguna consideración a los periodistas, dignos sin duda alguna de mejor aprecio”.
Y a pesar de que El Trancazo nació para combatir a Chispas (y lo hizo hasta en caricatura, como se observa en la ilustración que acompaña a esta columna, en la que la Opinión Pública la emprende a garrotazos contra las posaderas de Chispas), Sánchez Esquivel meditó sobre la necesidad de hallar un punto de compromiso, una bandera común para resolver “el problema personalista de los periodistas”. El obstáculo que encontraba era que ya existía un odio entre periodistas, por lo que se imponía “hablar sin egoísmos para hacer comprender la razón”.
Finalmente, hacía un llamado, “pidiendo un consejo al Sr. Presidente de la Asociación de Periodistas de Yucatán a quien consideramos en este caso juez inmediato capaz de resolver el problema personalista en donde actualmente naufraga el periodismo”. Lo curioso es que no menciona a quien presidía esa Asociación, que llevaba alrededor de una década funcionando, aunque con toda seguridad fueron tantos los altibajos entre la Revolución, la Decena Trágica y el gobierno de Salvador Alvarado en Yucatán que difícilmente se tenía registro de esta organización; posiblemente, tampoco en El Trancazo supieron entonces el nombre del colega. Eso sí, pocos años después sería asesinado precisamente el presidente de la Asociación de Periodistas, pero eso es tema de una próxima nota.
Edición: Estefanía Cardeña