Opinión
Margarita Robleda Moguel
21/12/2025 | Mérida, Yucatán
Los viajes podrían parecer semejantes, pero no, cada recorrido tiene su personalidad y me provoca distintas inquietudes. El año pasado me inquietaban las actividades que mil 500 navegantes realizaban para tener la ciudad flotante funcional y confortable. Las preguntas surgieron y escribí un texto que publiqué en La Jornada Maya.
“¿Cuántas servilletas se lavan de los más de 3 mil pasajeros comiendo tres veces al día?”, pregunté y el señor me miró como si le hubiera hablado una marciana y decidí seguir investigando. Su cara me hizo ver cómo al vivir sin que las preguntas nos sacudan, la juventud se va diluyendo, por más que los cirujanos, con precios exorbitantes, intenten hacer magia.
Al día siguiente conocí a la responsable del lavado y me dijo que tres turnos trabajan 24 horas los siete días para surtir de toallas, sabanas, edredones y servilletas, entre otros, a las mil 780 habitaciones, ya sean cabinas o suites familiares y los camarotes de la tripulación, que luego me enteré, es de unas 60 nacionalidades.
Las preguntas comenzaron a surgir una tras otra. ¿Cómo consiguen agua? ¿Cómo se surten de víveres? ¿Cuántas toneladas por día? ¿Cómo diseñan los menús y cocinan para tantos? ¿Cuánto personal se necesita para realizar este increíble ballet que va embonando actividades una tras otra según lo programado?”
Este año, la inquietud se ha ido más por las personas, los navegantes, pasajeros y personal que suman, algo así como casi 5 mil.
Sabía que muchos canadienses y norteamericanos han descubierto una manera más agradable de vivir, en lugar de hacerlo en una casa de descanso. Según esto, es más barato y tienen sus necesidades cubiertas. Lo que no sabía es que los barcos cuentan con una morgue para cerrar el episodio llamado vida y lo que no he averiguado es que sucede con sus cenizas ya que me pregunto si existe alguien interesado en recibirlas. Mi curiosidad inició con la vista de un cuarto que, a la mitad del viaje, tenía sellos de clausura. Infinidad de historias recorren los mares.
En el viaje anterior mi intención era aislarme para cerrar mi novela. La realidad es que la abundante socialización me impidió hacerlo y decidí repetir para concluir el proyecto. Pensé que era la única trabajando, pero no, ahora existe una gran cantidad de personas que trabajan a distancia y no se preocupan por sus necesidades. Hay oportunidad de socializar con personas similares y el precio va de acuerdo a sus gastos en tierra. Conocí a una mujer y a su marido que llevan más de 59 cruceros que les da un grado de atención especial por la naviera, encantada de tenerlos.
De Filipinas son la mayoría de los meseros de los barcos Princess. Navegar les ofrece salarios inalcanzables en su país y llegan con toda actitud de meterle todas las ganas para hacer un capital que les permita independizarse. Aunque hay muchos que después de años de 9 meses de trabajo y dos de vacaciones, se dan cuenta de que la tierra no es su hogar, que pertenecen al mar y prefieren continuar navegando hasta el final. También me encontré jóvenes mujeres que están extendiendo sus alas, rompiendo tabús y aprendiendo a volar cual gaviotas.
Se dan matrimonios, noviazgos, coqueteos, aunque no sé cómo. Los horarios son entre 11 y 12 horas de trabajo. Ahora que la mayoría lleva el gorrito rojo y blanco de navidad, les canto Jingle bells, cuya letra no conocen, pero el ritmo los invita a bailar y cerrar el coro con los brazos para arriba gritando. ¡Ayyyy! Para mi representa preparar en mi corazón el camino a Belem, para ellos un ratito de alegría que rompe la rutina.
Los viajes nos muestran que somos tan distintos, como iguales, unos más escandalosos que otros, algunos más amables otros más desconfiados; que una sonrisa, conecta sin conocer el idioma.
Me gustaría poner en un crucero a los gobernantes del mundo, sin lambiscones que aplaudan cualquier tontería que nos llene de deudas, ni inversionistas de sus campañas que pasan facturas; que las olas les recuperen los ideales juveniles de un mundo mejor navegando hasta que logren ponerse de acuerdo para trabajar juntos por el bien común del planeta y la humanidad.
Navidad es la invitación de: ¡feliz nacimiento del hombre nuevo!
Edición: Fernando Sierra