Contrario a la sabiduría o la predisposición a que incitan los chistes de suegras, mi relación con donia Ixtab es, si no amistosa, sí muy cordial, respetuosa y amable. Es más, mi experiencia es todo lo contrario a los chistes; varios amigos y parientes se llevan maravillosamente con las madres de sus consortes, incluso una de las esposas llegó a reclamarle a su mamá que le prodigaba demasiadas atenciones al hijo político. “¡Ay hija, si no lo atiendo, te lleva a vivir lejos!”, fue la respuesta de la aludida.
Esto viene a que ahora que nuestro excelso, sabio y misericordioso gobernador decidió levantar la ley seca, donia Ixtab me llamó aparte y me dijo: “No seas malo, hijo, ve por mi guardado y regresas a platicar”.
El guardado de mi suegra no es más que una botella de moscatel que suele abrir más o menos cada tres meses sólo para beberse una copa. Por supuesto, yo como macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga de libreta escolar (pasta dura o pasta suave), abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light, me encargo de abastecerla para su cumpleaños o Navidad. En agradecimiento, ella me invita cuando se siente contenta, pero esta vez tuve un mal presentimiento.
“Mejor le digo que con gusto la acompaño con el notario para que haga su testamento, aprovechando que es septiembre; hasta veo si le ofrezco pagar la cuota”, dije para mis adentros. Mi temor no es para menos. Luego capaz que me nombran interventor de su sucesión y la perspectiva de enfrentar en un intestado a las tías María Ahau Kaan, Guadalupe Chay Kaan, Juana Wóolpooch, Claudia Kalam y Elizabeth Éek’unejil me hizo sudar frío, así que en lugar de aceptarle una copa fui a servirme un whisky.
Les juro que ya me estaba viendo ante los reclamos de las tías, y ante mí pasaron imágenes de navidades futuras en las que yo era el señalado como el que se apropió de quién sabe cuántas hectáreas y un número inexacto de casas, o que a escondidas me pongo la filipina con botonadura de oro del abuelo. Tuve que darle un trago largo al moscatel para dejar de temblar.
“Hijo, necesito que me consigas unas botellas para estar tranquila de aquí a que lleguemos a semáforo verde. Ya ves que volvieron a hacerle caso al que cree que el vino se vende en presentación misil”, me dijo apenas me senté. Como podrán imaginar, el alma me volvió al cuerpo.
Por supuesto, pienso darle su gusto. Es cuestión de estrategia y de revisar el t’alkú para pagar el servicio a domicilio. Los que me dan pena en este momento son los de La Europea, que sólo pueden vender una botella a cada cliente. Si pudiera comprar directamente, mi suegra estaría ahí todos los días. En cuanto a los Six, aunque estuvieron cerrados, creo que se recuperan rápido si pueden vender por planchas o cartones.
“La verdad, hijo, no sé por qué castigan a quienes tomamos vino. Para eso sí se lucen estos funcionarios de tercera”, se lamentó.
Preferibles estos de tercera, le respondí; los de la cuarta meten iniciativas para reconocer el delito de “hombricidio” y además encuentran a quien las turne a comisiones, dije antes de ir por otro trago.
Macho omega que se respeta
Apenas van dos semanas de clases y ya quiero que llegue el primer puente. Entre las conexiones inestables y las tareas, La Xtabay y yurstruli ya estamos pidiendo esquina, y quién sabe si el camión nos va a dejar cerca. Mientras, mis rapaces, aparte de su buen desayuno, ya exigen que en su lunch no les ponga queso “imitación”. Mi cartera ya califica para hipertensa.
Edición: Elsa Torres
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