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RBG: la humana justicia

Ruth Bader Ginsburg buscaba la igualdad simple y llana
Foto: Ap

Ana Brun Iñárritu

Este viernes falleció el jurista más importante de las últimas generaciones, ella se llamaba Ruth Bader Ginsburg y era ministro de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos. Cuando recibió su nominación, era apenas la segunda mujer que ocupaba ese cargo.

Ningún ser humano dedicado a las leyes o la impartición de justicia tuvo mayor relevancia o impacto en las últimas generaciones que ella. Su inteligencia y claridad, en pluma o viva voz, eran algo raro en abogados, magistrados o ministros que rara vez saben decir lo que quieren decir. 

Ruth Bader Ginsburg capturó de tal forma la imaginación social, que millones se referían a ella por sus siglas, RBG, antes que por su nombre. Esas letras aparecieron en camisetas, posters y fueron objeto de películas, música y varias sesiones de rap. “No Truth Without Ruth” es una frase conocida por niñas, adolescentes y adultos que quieren construir un mundo mejor. 

RBG era lo más parecido que teníamos a la justicia encarnada en este planeta.

Tal vez por eso era pequeña, delgada y lucía frágil, aunque en realidad era recia, incansable, invencible y, sobre todo, divertida. “Uno puede decir que no está de acuerdo, sin ser desagradable”, era una de sus máximas. 

No se apenaba por quedarse dormida en los informes presidenciales, le parecía lo más natural del mundo (y tenía razón ¿quién tiene sano humor para esas cosas?). 

RBG profesaba que la clave de la felicidad en la Suprema Corte o el matrimonio es “ser un poco sordo”. No envenenarse con palabras envenenadas le permitió ganar muchas veces los debates en la Corte y la vida, por eso rezaba que “reaccionar con furia o molestia no mejora la capacidad de alguien para persuadir”. 

Claro que fue un ícono del feminismo; sin embargo, ella trascendía eso: no buscaba sólo reivindicar a la mujer, en realidad buscaba la igualdad entre géneros. 

En uno de sus casos más famosos, defendió a un viudo que pedía recibir la pensión de su mujer, para dedicar más tiempo a cuidar de sus hijos, en una época en la que las pensiones eran sólo para viudas. Le parecía tan injusto marginar a la mujer en oportunidades y salarios, como atrapar a los hombres en estereotipos de otros siglos. 

Su proyecto era radical y visionario, mientras muchos y muchas luchaban por la equidad de género, ella desde hace décadas buscaba la igualdad simple y llana, algo que apenas hace unos años se adoptó como la bandera amplia y correcta. Seres humanos todos y toda diferencia irrelevante. Esa era su lucha y sigue siendo la nuestra.

RBG tuvo una gran penetración social porque sus grandes motores no fueron la revancha o el ánimo justiciero, así haya tenido que superar mil obstáculos contra una mujer brillante en un mundo misógino. Sus motores eran nacidos del amor y la familia.

Sí, su primer motor era ser la hija de una mujer brillante que no pudo estudiar porque sus padres prefirieron que a la universidad fuera el hijo varón; una injusticia y un acto de discriminación familiar que seguimos viendo en miles de hogares. 

“Que las hijas sean tan atesoradas e impulsadas tanto como los hijos”, era una de sus fuentes inagotables de energía y su mejor compás moral. Ella decidió que sería lo que su madre no tuvo la oportunidad de ser, pero que pudo haber sido con acceso a la educación y la lectura, porque RBG profesaba que “la lectura es la llave que abre todas las puertas, leer le dio forma a sus sueños y leer más le ayudó a hacer realidad sus sueños.” 

El segundo motor de RBG fue el amor de su esposo: “el primer hombre que ella conoció al que le importaba que su pareja tuviera un cerebro”, en sus propias palabras. Su compañero de vida hizo eso, acompañarla, respaldarla, estar con ella en sus luchas. Si la clásica frase dicta que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, RBG demostró que era posible que detrás de una gran mujer haya un gran hombre. Hasta en eso su vida fue ejemplar. 

Que sus fuentes de energía profesional se nutrieran del amor y el compañerismo, la hizo formidable en las luchas por la justicia y la blindó de amarguras y radicalismos ociosos. Era implacable, pero nunca cruel o revanchista. Eso la hizo enorme, accesible y punto de referencia para todos. Su mejor amigo profesional, el ministro Antonin Scalia, era su némesis en posiciones jurídicas, morales e ideológicas.

 

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Ella estableció que “uno debe pelear por las cosas que importan, pero hay que hacerlo de una forma que invite a otros a unirse”. Por eso la vamos a extrañar tanto, porque nos sumó con coraje, pero amabilidad; con determinación, pero generosidad. 

Es inimaginable que la muerte de un ministro convoque a miles a mostrar su duelo afuera de la Suprema Corte, con una vigilia llena de identificación y cariño. Que su pérdida sea sentida en todo el mundo, incluso por infantes, es algo que nos debe invitar a revisar la vida de RBG. 

Brooklyn, Cornell, Harvard, Columbia, Profesor, Activista, Juez, Madre, Esposa, Ministro, RBG y, sobre todo, el rostro más claro de lo que significa la justicia y luchar por alcanzarla. Su partida nos deja un mundo con una luz menos, con una certeza moral restada, en donde será más fácil que el odio y la confrontación florezcan; sin embargo, en el contexto de estos tiempos, recordemos que ella también nos dijo que “no nos distraigamos en emociones como la furia, la envida o el resentimiento, que sólo restan energía y hacen perder el tiempo a una sociedad”.

No debemos perder la esperanza de que miles retomarán sus luchas, pues ella creía “que las cosas que uno ve como un impedimento en la vida, muchas veces resultan una gran fortuna” y “el cambio real, el cambio duradero, ocurre un paso a la vez”. 

Se fue una mujer decidida, que supo tomar decisiones que cambiaron vidas y que siempre creyó que “las mujeres deben estar en todos los lugares donde las decisiones son tomadas”. Qué descanse en paz. RBG, 1933-2020

 * Licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana, México; LL.M por Columbia University, Nueva York, y Magistrada del Tribunal Federal de Justicia Administrativa.

[email protected]

Edición: Ana Ordaz


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