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La cabeza de Canek

La laboriosidad del Abuelo estuvo volcada en el rojo nudo de raíz de caoba
Foto: Salvador Peña

Corría el mes de febrero de 1973, al salir por la tarde de la Escuela Modelo, me dirigí a mi casa, en la calle 60. Cruce, como casi todas las tardes, al mágico taller del Abuelo Gottdiener. Siguiendo el protocolo del lugar, me dispuse a preparar el café y servir los pistaches para el aquelarre de artistas que, al ponerse el sol, empezaría a poblar el taller y, uno a uno, irían ocupando sus butaques, alrededor de la mesa redonda. El Abuelo, andaba muy atareado trabajando una serie de figuras, era gente del campo, personajes sacados de sus apuntes obtenidos en su estancia en Dzitás, en su labor en las Jornadas Culturales Cardenistas. Doña Zenaida, una enfermera de la clínica de campo de Henequeneros de Yucatán, nos miraba con su cofia; Don X’Pil, su esposo, un campesino henequenero, sostenía en la mano una coa; la célebre composición Don X’Pil y Doña Zenaida, una figura que mostraba a la pareja de mestizos, sentados en una banca del parque de Dzitás, y que, por alguna causa se habían molestado, y se daban la espalda. Esta escultura se encuentra en las galerías del Palacio de Buckingham, pues el gobernador, Carlos Loret de Mola, se la obsequió a la reina Isabel II en su visita a Yucatán en 1975. Eran también parte de la serie, las figuras, Nixtamal al molino y Cazadores de Venado.

Nudo de roja caoba

La caída de la tarde, trascurría entre el vuelo de astillas de caoba que salían del bloque de roja madera que, al golpe de las gubias, iba cobrando nueva vida. El trabajo del Abuelo, de pronto, se vio interrumpido por golpes en la puerta, y al abrirla, ¿Cuál no sería la sorpresa? Era de nuevo Simón Charat que llegaba con nuevo cargamento de roja caoba para servir de noble material del Abuelo. La descarga fue relativamente rápida y ágil, y los hombres de Charat fueron abordando de nuevo el gran camión de carga. Uno de ellos regresó trayendo sobre su hombro, algo así como una enredada maraña de tiras de madera que formaban un nudo indescifrable; era un enorme trozo de raíz de caoba. Charat le dijo al Abuelo: “Maestro, esto se lo traigo de regalo, usted sabrá qué hacer con ello”.

El Abuelo se quedó mirando el enigmático nudo, y me dijo: “Ahora sí que Charat me ha puesto en un dilema, esta pieza de madera no es para que yo haga de ella lo que yo quiera, sino lo que ella me permita hacer. Tengo que estudiarla muy detenidamente, a ver que trae en el alma”.  

Muy pronto, el Aquelarre empezó a arribar; el primero en llegar fue el poeta Clemente López Trujillo, con su proverbial guayabera blanca, abotonada hasta el cuello, su inseparable paraguas negro y su ligero borsalino de jipi japa. Poco después llegaron, el Dr. Pedro Hernández, el Bacatete, el poeta Raúl Renán, el pintor Armando García Franchi, y finalmente, Juan Duch, Alberto Cervera y Raúl Casares, que venían muy bien acompañados de una botella de Curvoisier VSOP. Muy pronto, la conversación se había tornado animada y se hablaba de los más diversos tópicos con la mayor de las energías. La noche fue alegre y placentera, y los comensales no se retiraron del mágico taller, sino bien pasada la media noche.  

Una semana después, al regresar al taller, después de la salida vespertina de la escuela, el Abuelo me recibió con una sorpresa. “¿A qué no sabes que encontré en la raíz de caoba? –y levantando la mano, empuñando una gubia, con el mango, golpeó con fuerza el trozo de madera y exclamó– ¡Es Canek, aquí adentro, está la cabeza de Canek!”, y lanzó al aire una alegre risa de satisfacción.  

En el tiempo que siguió al hallazgo, la laboriosidad del Abuelo estuvo volcada en el rojo nudo de raíz de caoba, que día a día, iba dejando salir las duras facciones del líder libertador del pueblo maya. Cómo el Abuelo había dicho, las curvas formas de la cabeza de Canek, se iban aviniendo dócilmente a las rutas que las hebras de la madera iban marcando en su trayectoria. Muy pronto, la cabeza estuvo terminada y se fue a la fundición. A su vuelta, fue montada en un gran bloque de madera dura y se hizo la placa alusiva; la obra de arte estaba destinada al inicio de la avenida que llevaría el nombre del líder maya. Junto a la entrada del servicio de urgencias del Hospital O’Horán, se destinó un espacio que da a la avenida, y ahí fue colocada la cabeza y la placa alusiva que explica la designación de la importante arteria de circulación. Y Estuvo ahí por años.

Hace poco más de seis años se hicieron muy importantes obras de ampliación y remodelación del Hospital O’Horán, éstas llegaron al área de la sección de urgencias, y por los trabajos, se puso una tapia de madera y la escultura y placa fueron retiradas “provisionalmente”, con la promesa de ser repuestas a su sitio al concluir los trabajos, cosa que no ocurrió.  

Hace varios años, que la cabeza de Canek está desaparecida. Puede ser que esté olvidada en alguna bodega de la Secretaría de Obras Públicas, o, tanto peor, que le hubiera gustado a algún funcionario de la dependencia, y hoy este guardada como apreciada pieza de un acervo particular. En cualquiera de los dos casos, la valiosa escultura debe ser devuelta a su legítimo dueño, la ciudad de Mérida. ¡La cabeza de Canek, debe ser devuelta sin más dilación!

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Edición: Ana Ordaz


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