de

del

Hakam y Shams

Ancestral infusión
Foto: Juan Manuel Valdivia

La palabra café viene del turco kahve que, a su vez, se deriva del árabe qahwah, que se refiere a un tipo especial de vino. No es una mala etimología, pues el café, en sus inicios, era eso: un vino para los seres humanos religiosos, los estudiosos, los académicos, para los que se emborrachaban con las ideas. 

Sin embargo, la palabra qahwah, se deriva de quwwa, que significa “energía”. Así, el café, desde su nombre original, no ha estado muy lejos de los usos modernos que le damos: café para abrir la mente, seguir despierto o abusar de la cafeína en bebidas energizantes. 

Hakam y Shams, los comerciantes que abrieron la primera cafetería en Europa, la abrieron en Estambul, en 1555, no se sentirán del todo extraños en un Starbucks. Pues las primeras cafeterías eran lugares decorados y preparados para pasar un largo rato, con cómodos sillones, sillas y cojines.

Eran lugares para ir a trabajar, discutir, debatir, intercambiar textos, armar conspiraciones, negocios y, también, conocer gente. De hecho, Starbucks y todas las compañías y negocios similares -los de moda- no están inventando nada, simplemente volvieron comercialmente al origen: la cafetería como un lugar para ir y visitar, no un simple lugar para ir a comprar un café y marcharse. 

Claro, una de las cafeterías más antiguas del mundo, establecida cuando la bebida llegó por primera vez a Europa Occidental, está en la cuna del conocimiento inglés, en la Universidad de Oxford: Queen´s Lane Coffe House ha estado ahí despertando neuronas desde 1654 y fue de las primeras en servir café a las mujeres, sin que ello significara poner en duda su buena reputación. 

La embriaguez del café ha acompañado el Renacimiento, la Ilustración, las Revoluciones y las mejores novelas. Ahí está Honoré Balzac bebiendo 50 tazas diarias, para liberar “los jinetes de la creatividad” y escribir 15 horas los 7 días a la semana. Murió de un infarto a los 51.

También está el café como la bebida esencial del obrero, del minero, de la mujer atrapada en la fábrica. Aunque el café al trabajador norteamericano no le llegó sino hasta el Siglo XX, antes tomaba té. La chispa de la Guerra de Independencia, en Boston, no fue por café, sino por té. Los norteamericanos de a pie tomaron café diluido y malo hasta hace muy poco, el buen café era de las élites.

En México el café no llegó con la conquista. Hasta 1790 el café llegó a Veracruz y ahí se quedó para combinarse con leche. El café chiapaneco vino desde Guatemala y Brasil a principios del Siglo XIX y el mejor café de esa era, el Moca, llegó a Jalisco, Nayarit y Michoacán con la Nao de China, directamente de Yemen. Por eso, muchas de las más antiguas y mejores cafeterías están en Morelia. Claro, en el centro de la Ciudad de México, hacia mil 1796 ya había un expendio de café en la calle de Tacuba, el primero en toda la capital: hervidero de ideas, discusiones y complots. 

Claro, el café ha traído explotación humana en Brasil, Centroamérica, el sudeste de Asia y decenas de lugares más. Unos pocos se han hecho billonarios y otros muchos han sido despojados de tierras, paisajes y medio ambiente. Hasta en eso el café es muy humano. 

Cada día se beben 2 mil 500 millones de copas de café en el mundo y los principales bebedores no son hombres, sino mujeres. Casi todo el café se produce en países en desarrollo y básicamente todo el café de calidad se bebe en el mundo desarrollado. Hasta en eso nos refleja.

Beber una copa de café es beber a la humanidad con todas sus contradicciones, maravillas y atrocidades. El café es ya un ritual. Hasta la palabra “junkies” se la debemos al café. Los primeros junkies eran y siguen siendo las cafeinómanos. 

En cada sorbo hay injustica social, pobreza, belleza, inspiración y el futuro mejor que falta construir. Hakam y Shams pusieron esa primera cafetería para ayudar a los filósofos, los estudiantes, los gobernantes y los comerciantes a pensar, pero hay que saltar de esos sueños y planes del café, a las acciones en la realidad concreta que requieren madrugar con una taza de ese negro líquido. 

Tomarse un café, pues, es tomarse historia o prepararse para escribirla. El café no nos transforma, en realidad nos confirma y aumenta. Honor, pues, para esa cereza -arábiga o robusta- pero siempre despierta. 

 

Edición: Mirna Abreu


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