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La resistencia

En los aeropuertos la gente parece haber olvidado al COVID-19
Foto: Fernando Eloy

La pandemia del COVID-19 ha tenido muchas consecuencias, pero posiblemente no hay ninguna industria que se encuentre más afectada que la aviación; por naturaleza operativa enfrenta los retos más grandes en las medidas preventivas para evitar el contagio del virus. La negligencia colectiva no lo hace más fácil.  

Las líneas aéreas fueron las primeros en lograr que grupos de entre 180 a 250 personas que estén dispuestas de manera voluntaria a convivir todas juntas en ese espacio de acero y aluminio, donde básicamente caben sólo las sillas. Personas que gozan plenamente de sus facultades mentales, cuando menos la mayoría, dispuestas a compartir el uso de salas de espera, asientos, baños, etcétera.  

Sin embargo, muchas de esas personas parecen haber olvidado que existe un contagioso virus y que los viajes deben ser reducidos a lo esencial, sólo con el fin de que la actividad económica no cese. Posiblemente el aburrimiento y el desgaste del prolongado encierro contribuyan al olvido y a la pérdida de todo sentido común.

Pero aún hay ciudadanos dispuestos a mantener las recomendaciones de salud, aunque parece que ahora somos minoría quienes nos resistimos a abandonar los cuidados, en tanto la propagación del bicho no haya sido controlada.  

De entrada, el uso del tapabocas debe ser ya el uniforme cotidiano para atender compromisos con otros. Una muestra muy sencilla de respeto básico por los demás. Este implemento acredita a su portador como miembro de La resistencia contra la indiferencia. El uso de careta confiere algo parecido a poseer un símbolo de oficial de alto rango.

Susana Distancia fue desterrada

A pesar de que decidí radicar una temporada en Mérida, me vi en la necesidad de ir a la capital de todos los mexicanos, ese lugar en donde todo es posible. Aunque el aeropuerto de la CDMX empezó con buenas ideas para cumplir algunas normas, el borreguismo y el hartazgo colectivo van ganando la batalla. Susana Distancia fue desterrada: “Señor, recórrase por favor” “No puedo, señorita, si lo hago no habría metro y medio de distancia con la señora de adelante”. “Pues hágale como quiera pero viene más gente atrás”.

Las cruces en el piso parecen más las marcas de las tumbas donde yace el sentido común. Con ojos fulminantes los miembros de La resistencia, pedimos al sujeto que viene atrás que guarde su distancia, ante la mirada conformista de los empleados y muchos viajeros a lo que se les hizo tardísimo y les urge pasar ya. Así las salas de abordar: unos encima de otros. “Señores pasajeros, el vuelo viene completamente lleno, así que les pedimos su colaboración. Abordaremos en orden, así que manténganse sentados y sólo aproxímense cuando su fila sea nombrada”.

El virus parece que también daña el oído, porque no habían acabado de dar la indicación cuando ya había una muchedumbre en bola para abordar. Ya adentro de cabina, puede constatarse que en efecto el vuelo estaba lleno. Algunos ven al sujeto de junto con algo parecido a la repulsión, como si su cara fuera la representación del virus, una bola verde con picos; otros se reconocen entre sí. A trompa talega todos ocupan su lugar, a pesar de no estar a la distancia ideal unos de otros. Despegue correcto. Ya estamos en el cielo, todos con su cubrebocas; pero, en el horizonte aparece el carrito de las botanas. Demos tres hurras y ¡fuera máscaras! ¿Algo de tomar? ¿Le ofrezco hielo? ¿Gusta botana? El milagro, por increíble que parezca sucede: a 10 mil pies sobre el nivel medio del mar el virus no existe, se pueden pasar los vasitos con las manos, sin ninguna precaución, y el universo es feliz.  

Falta el sentido común  

La llegada, otra maravilla. Reina el caos; “señores pasajeros: ¡siéntense!, de lo contrario no podremos desembarcar”. La cosa medio se serena. “Fila uno, por favor, pueden bajar. Fila dos…” Se oye la expresión típica de algunos habitantes del altiplano: ¡schiales! Los miembros de La resistencia de la fila 29 hacen acopio de paciencia. la cual caracteriza a todos sus agremiados. Yo me pregunto como un mantra ¿Dónde estas tolerancia mía? Te busco y no te busco. Todos quieren todo, pero lo quieren ya. Necesitamos un mucho más de sentido común.

Por fin bajo del avión y confirmo mi declaración de rebeldía, portando con orgullo el uniforme de La resistencia. Espero que más miembros quieran unirse, por el bien de México y de todos. Sobre todo, porque cuando se acabe el mundo, no cabremos todos en moloch en Mérida. Eso sería básicamente impensable.

Twitter @rojogr

Edición: Ana Ordaz


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