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Los públicos de Chichén Itzá

En 1934 un grupo de estudiantes vandalizó los monumentos de la zona arqueológica
Foto: Tierra num 12

Aquello debió parecer la caída de una plaga sobre Chichén Itzá. Debieron llegar a bordo de autobuses, pues eran aproximadamente 150 personas. Una excursión, simplemente, pero aquel grupo se dedicó al vandalismo; no fue a aprender, sino a destruir los monumentos y cometer actos reñidos con la moral.

La noticia, publicada el 28 de marzo del 1934 en el Diario del Sureste, relata las hazañas de lo que debió ser un viaje que tuvo lugar el sábado 24 de ese mes, organizado por diferentes sociedades estudiantiles, aunque lo encabezaba Federico Stein Sosa; se encontraba también Federico Alcalá G. Cantón, presidente del Círculo de Estudiantes Normalistas, y alumnos de la secundaria Cisneros Cámara. El corresponsal del periódico en Dzitás se encargó de referir la comparecencia de Arcadio Salazar, guardián de la zona arqueológica, ante la agencia del Ministerio Público adscrita al Juzgado Mixto y de Hacienda.  

Salazar relató la destrucción de varios puntos de la ciudad maya, que al siguiente día confirmó la inspección ocular.

Durante las primeras horas, según el testimonio, los jóvenes se entretuvieron en visitar los distintos edificios y monumentos, pero más tarde se dedicaron a tirar las piedras seleccionadas para los trabajos de reconstrucción, le arrancaron las narices y los dedos a algunas figuras y ensuciaron con excrementos varios objetos, y a pesar de llamarles la atención, fue imposible someter a dicho grupo al orden.

El 31 de marzo, el periódico publicó un extracto del resultado de la inspección ocular, que realizaron el agente fiscal del Juzgado, Carlos Góngora A., con los peritos Galo Martín y Félix Madáhuar, confirmaron los hechos, y en el acta decía:

Que la “Mesa de los Sacrificios” del “Templo de los Guerreros” estaba llena de inmundicias; la puerta que da acceso a los subterráneos del mismo edificio estaba destruida y tirada como a unos dos metros de dicho lugar; en el interior del referido subterránea, en el salón de la “Pieza Sagrada”, donde se encuentra la reina “Chacmola” [¡¿cuándo se le cambió de género?!], encontraron destruida la verja que la resguarda y borroneadas algunas pinturas; en el salón de las mil columnas observaron que la “Chacmola” que se encuentra en ese lugar tenía desprendidos algunos trozos de la cabeza; en el “Mercado de las Mil Columnas” destruyeron varios bustos tallados en piedra; en el “Osario de Nachi Cocom” arrojaron varias piedras sobre el busto del famoso guerrero y quebraron los pies de las figuras de dos centinelas colocadas a la entrada de dicho recinto; en el “Castillo” encontraron destruidas las puertas que impiden el paso a los subterráneos.

También, según refirió Salazar, en los sótanos del Templo de los Guerreros encontró algunas prendas de vestir, pertenecientes a los jóvenes Venancio Cervera Z., Manuel González y Augusto Irigoyen, y un alumno de la Secundaria Cisneros Cámara, Luis H. Castillo Casares, se distinguió entre los que más maltrataron los vestigios.

 

Chichén y el turismo

La promoción de Chichén Itzá como atractivo turístico tiene una historia ya centenaria. Desde la visita que hicieron en 1846 John L. Stephens y Frederick Catherwood, plasmada en el libro Viaje a Yucatán, el sitio no ha dejado de ser un punto de visita obligada para nacionales y extranjeros.  

Sin embargo, el público ha tenido que ir formándose. El episodio de la visita de 150 estudiantes deja ver que las zonas arqueológicas pocas veces fueron valoradas en su justa dimensión, como reclamaba el periódico entonces.

En 1934, la carretera Dzitás-Chichén Itzá llevaba ya poco más de 10 años en operación y, por lo que se percibe en la nota, se había logrado poco entre el público local. Desde entonces, cada cierto tiempo hay un episodio que parece enardecer los ánimos en una sociedad que se dice conocedora y guardiana del patrimonio cultural, aunque terminan haciéndose grandes negocios con él.

El pasado viernes, Ulises Carrillo nos ofreció un especial sobre el Jaguar Rojo que se mantiene ahí, en ese espacio que comparte con “la diosa Chacmola” y que estudiantes yucatecos convirtieron en baño. Ambos son, por supuesto, un gran atractivo para el turismo, junto con el Chichén Viejo. Ambos, en un ánimo de preservación extrema, están cerrados al público. Sabiendo que bajo El Castillo hay grafitis realizados por manos poco dispuestas a apreciar esta maravilla, el cierre parece una medida adecuada.

Y sin embargo, ese mismo cierre impide el acceso a un público dispuesto a maravillarse y dispuesto a aprender un poco más de la cultura maya pasada y actual. Cabe aclarar que este público no corresponde al perfil del turismo masivo, no es el que acudirá un 21 de marzo a Chichén Itzá. Al contrario, es el que aprovechará hacer un viaje largo, que permanecerá posiblemente un par de noches más que el promedio, que visitará una población de cultura maya viva y los museos que pueda. ¿Habrá algo para ofrecerles?

 

Lee: Chichén Itzá, nuestro trágico espejo

 

Y no deja de ser una contradicción que sea un patrimonio cerrado para quienes vivimos en el área maya, ladinos y mayas contemporáneos a la vez. Pero en historias como la de los estudiantes encontramos los motivos del temor. Ahora, será bueno discutir cómo formar al público local, el que debiera ser el primer conocedor y promotor del patrimonio natural, histórico y cultural. Las excursiones de estudiantes, si no están acompañadas de conocimiento previo, pueden quedar en malos recuerdos para todos.

 

¿Y qué pasó después?

Federico Stein Sosa envió una carta en supuesta defensa del grupo a su cargo, en la que termina por culpar al guardián de no estar atento al comportamiento de los estudiantes. El periódico no avanzó más en lo sucedido, y aunque hubo un proceso judicial, ignoramos si el expediente llegó al Archivo General del Estado de Yucatán. Queda pues, como un relato inconcluso de nuestra historia.

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Edición: Elsa Torres


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