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Narrativa campechana

'La piel del mar' de Vadillo Buenfil expresa el espíritu de indagación de alguien que ejerce su pasión de narrar
Foto: La Jornada Maya

Pese a los acercamientos virtuales que traen consigo las innovaciones tecnológicas actuales, prevalece el desconocimiento mutuo de la producción literaria entre las entidades federativas de la república, incluso cuando se trata de aquellas que, como Yucatán y Campeche, comparten una matriz cultural que las asocia en sus orígenes étnicos. Acaso en otros tiempos hayan circulado las letras con mayor fluidez de un lado hacia el otro, aunque esto hubiese derivado a veces en escaramuzas literarias entre vecinos, como las que sostuvieron algunos redactores de publicaciones periódicas como El Reproductor Campechano y Pimienta y Mostaza, quienes en 1894 intercambiaron dardos satíricos.

Pero lo anecdótico debe situarse en su justa medida. Se resiente más la carencia de suficientes estudios panorámicos que expongan pautas generales de creación escrita durante un lapso determinado en su espacio respectivo. En La piel del mar. Cuatro décadas de narrativa campechana (1950-1989), Carlos Vadillo Buenfil cumple eficazmente con el propósito enunciado. Se trata de una edición de la Universidad Autónoma de Campeche (1999) que expresa fielmente el espíritu de indagación de alguien que ejerce profesionalmente su pasión de narrar.

Vadillo define con claridad su metodología, sus marcos interpretativos y sus instrumentos de análisis estructural; para aplicarlos destina un capítulo a cada decenio abordado, en que además presenta los contextos socioeconómicos y culturales que hacen posible una comprensión adecuada de las obras y los autores de referencia. Así describe sintéticamente los vaivenes de la economía de Campeche, la llegada de colonos a sus tierras y las dificultades que se hicieron visibles en el propósito de consolidar su infraestructura. En lo que toca a las prácticas culturales, muestra la acción de grupos de teatro, instituciones de enseñanza, periódicos, ediciones diversas, premios literarios y otros hechos significativos como la fundación de talleres de escritura creativa que en los años ochenta abrieron cauce a nuevas vocaciones artísticas.

El autor escudriña bibliotecas públicas y colecciones privadas a las que consigue acceso, libros y suplementos literarios para trazar un repertorio de obras narrativas entre las que pudo comprobar la ausencia de novelas publicadas durante las primeras décadas de estudio, y la recepción de cuentos que sus autores intercalan en ocasiones con relatos tradicionales, estampas, ficciones breves y prosa de varia invención que tal vez hagan más amplio el registro de opciones lectoras pero que no se ajustan estrictamente al género que circundan.

La valoración crítica de los textos hallados pone de relieve la diversidad de técnicas, modelos e influencias que los escritores ponen en juego, así como sus pretensiones estéticas, sus méritos y sus insuficiencias. Enumera cuentos realistas, incursiones a la literatura fantástica, novelas testimoniales, restauraciones poco convincentes del romanticismo decimonónico y escritos que a veces no logran sortear los desafíos que se imponen. Brilla en este acervo bibliográfico un título que, en 1987, se orienta excepcionalmente hacia un público desatendido, con narraciones infantiles que recrean elementos míticos de la cosmovisión maya.

El analista literario encuentra soltura narrativa en ciertos autores, guiños picarescos, reminiscencias kafkianas y cervantistas, finales sorprendentes que rozan los linderos del surrealismo, recreaciones del habla autóctona, superposición de planos temporales o, en otros casos, linealidad en el relato. Pero también observa exceso de pausas digresivas, argumentos endebles, inclusión de moralejas con afán didáctico, desenlaces forzados, abundancia de lugares comunes, atmósferas acartonadas, inverosimilitud y otros defectos que restan vigor y agilidad a los textos.

Llama la atención la manera en que muchos narradores describen ambientes propios de la región para desarrollar sus historias, con entornos costeros y selváticos así como pueblos de ascendencia maya, en los que figuran personajes como chicleros, ejidatarios y trabajadores sindicalizados. El libro se ocupa también de aquellos que, habiendo nacido en territorio campechano, publicaron su obra fuera del estado al modo de Juan de la Cabada que alcanzó renombre fuera de su lugar de origen.

Trabajos sistemáticos como éste, animados de valores humanistas, reclaman continuidades que probablemente la comunidad académica y literaria de Campeche haya atendido. De no ser del todo así, queda el ejemplo como un llamado para las generaciones de hoy.

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