Texto y foto: Jorge Buenfil
Tu tío Cenobio, el que vive en México -decía mi chichí Alicia y a la par mi tía Aida-. Mi tía Uelita y mi tía Ali hablaban de él como si fuera el personaje de una película.
Era yo un chamaco de ocho años y me encantaba escuchar lo que contaban de mi tío, para mí eran como aventuras emocionantes. El puro hecho de que viviera en el DF convertía en mágico el relato, narraban de él sus visitas a los médicos; lo que caminaba para llegar a uno u otro consultorio y ofrecer los productos de la Senosiain, compañía para la que trabajaba; hablaban del lugar donde vivía, la calle de Costa Rica.
De mi tía Lupita decían: es una mujer guapísima, altota, más alta que tu tío, hermosa, educada.
Su compadre -el beisbolista de las grandes ligas-, Luis Tiant, fenómeno del montículo, aquel que siendo un jovencito de 24 años en su primer juego le propinó nueve ceros a los Yankees y ponchó a 11 de sus renombrados bateadores, ningún debutante había realizado tamaña hazaña desde que el gran Cy Young lo hiciera en 1906.
Así fue formándose en mí el mito del tío Cenobio. Finalmente llegó el día y estaba frente a él, hombre bonachón, simpático, con una peculiar y especial alegría, con un: “aquí no pasa nada” que lo mantenía siempre ecuánime, tranquilo, disfrutaba la vida al máximo, gran hombre.
Mi padre también hablaba de él con respeto y emoción, porque era el hermano que se había atrevido a irse de Tekax y buscar nuevos horizontes, un futuro más próspero para él y su familia. Mi padre lo admiraba, se le llenaba de orgullo la boca cuando decía: “mi hermano Cenobio”.
Hace poquito estuvo con nosotros aquí en Mérida, cumplía entonces 101 años -si no me equivoco. Comimos, charlamos sobre su llegada a la capital, lo impactante que fue para él y cómo se fue adaptando. Se acordaba de todo y bebimos como si tuviera 20, ¡tremendo! Hoy nos deja a punto de cumplir los 104, le dio COVID-19 y eso no lo mató, le hizo lo que el viento a Juárez y siguió con vida, finalmente él decidió cuándo irse, y se fue con su sonrisa socarrona, como burlándose del méndigo bicho que no se lo pudo llevar.
Vaya bien, tío querido. Cuando la gente como tú se va, sin duda deja un gran vacío, pero también uno festeja el que hayas disfrutado tu estancia en la tierra, con alegría, honestidad, rectitud y haciendo lo que tú quisiste hacer. Gracias mi buen Cenobio, tranquilo como siempre.
La vida se vive con alegría o con tristeza, tenemos la oportunidad de escoger, pero la muerte no nos permite ese privilegio... Buen viaje viejo hermoso, saludos a mi padre, a mi madre y a la tía Lupita...
Edición: Ana Ordaz
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