Foto: OSY
Pese a ser milenario, con una historia de más de tres mil 500 años, el arpa como instrumento de concierto representa en este siglo XXI un raro acontecimiento colectivo, pero bienvenido.
Eso ocurrió en la reciente velada musical de la Orquesta Sinfónica de Yucatán que tuvo como solista a Ruth Bennett en la interpretación del Concierto para arpa y orquesta en Si bemol mayor, Op.4 No. 6 del compositor barroco George Frederic Haendel.
Pocas veces programan al arpa como instrumento solista en las salas de concierto, pese a la existencia de un amplio repertorio legado por compositores como Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Benjamín Britten, Paul Hindemith y Joaquín Rodrigo, entre otros.
El concierto del viernes pasado fue la oportunidad para el arpa de Ruth Bennett, un armatoste de casi dos mil piezas de más de 40 cuerdas con pedales construido en Chicago, del que arrancó los sonidos angelicales, diáfanos, plenos de quietud y dulzura de la obra estrenada en 1736 en el Covent Garden de Londres.
De las manos de la concertista británica, el instrumento reclamó el espacio que le fue dado: ocupó sutilmente los rincones del Teatro Peón Contreras con su sonido prístino, acaso inmaculado, evocador del cielo y la tierra y de todo lo visible e invisible.
Bajo la batuta de Jesús Medina, en calidad de director huésped, la sinfónica y la concertista cautivaron desde el principio a la concurrencia: los querubines bajaron de la bóveda del teatro para acariciar los sentidos.
Para no opacar el prístino sonido de las cuerdas del arpa, el autor cuidó mucho la delicadeza de la orquestación con violines tenues, pizzicatos en los bajos y flautas en lugar de los habituales oboes.
Con una participación de músicos más reducida, la orquesta anunció desde el principio el tema principal para luego acompañar discretamente en los solos extendidos del arpa.
Ruth Bennett mostró la catadura de la que está hecha, la tenacidad que la caracteriza y el dominio sobre el instrumento con el cual practica de tres a cuatro horas diarias al desarrollar los 46 de los 66 compases de que consta el primer movimiento.
En un diálogo concertante con la orquesta, el arpa llevó al público a la senda del Olimpo, a las nubes donde las musas de Apolo enaltecen con su arte a los mortales.
Abrió el concierto la Sinfonía No. 8 en fa mayor Op.93 escrita por Ludwig van Beethoven al mismo tiempo que la séptima, durante los años 1811 y 1812. La obra, estrenada el 27 de febrero de 1814 por el propio compositor en la Grosser Redoutensaal de Viena, fue recibida sin agrado por el público al compararla con la grandeza de la anterior.
Por el contrario, la concurrencia del Peón Contreras, a un tercio de su capacidad por restricciones de la pandemia, la aceptó con entusiasmo y aplaudió el trabajo de dirección de Jesús Medina con la Orquesta Sinfónica de Yucatán.
Vino el epílogo, muy al estilo de la alegría del folclor y la música de nuestro país con la Suite Mexicana del compositor Eduardo Angulo, quien incluyó pasajes de obras muy conocidas como La Zandunga, Cielito lindo, La Negra y temas de la Revolución Mexicana.
Estrenada en 1987 en el Rathaus de Schweinfurt en Alemania, la obra festiva, alegre, incluye diversos pasajes bailables que evoca el mosaico musical de México, por lo que se ha convertido en una de las obras más interpretadas y populares del compositor nacido en Puebla en 1954.
La Suite Mexicana es una obra neonacionalista y puede ser comparada en su contenido, orquestación y sentimiento mexicano con Sones de Mariachi de Blas Galindo e incluso con el Huapango de José Pablo Moncayo.
Edición: Elsa Torres
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