de

del

Gloria Serrano
Ilustración Inti Santamaría
La Jornada Maya

24 de diciembre, 2015

Cantaba Carlos Gardel que veinte años no es nada y, sin embargo, también lo es todo. Entregarse a desarrollar un proyecto con la suficiente determinación como para que la vida se vaya en ello implica, sin duda, estar dispuesto a probar primero el sabor amargo de las dificultades y, solo después, el dulzor inigualable del triunfo cuando se llega a la cumbre que tantas veces se percibió infinitamente lejana de alcanzar. Esto es algo que la maestra Graciella Torres Polanco, responsable del Departamento de Danza de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (Sedeculta), sabe y ha experimentado en primera persona porque detrás del cargo que ahora ocupa, se encuentran décadas de constancia puesta al servicio de la danza en Yucatán.

Uno de los reflejos de este inmenso acto de voluntad es el Festival Nacional e Internacional de Danza Contemporánea Oc’-Ohtic (lo bailamos, lo danzamos, en lengua maya), que en 2015 cumple veintiún años de realizarse con el aval del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (Sedeculta). La oportunidad de escuchar la voz pausada, enfática y oronda de la maestra Torres, días previos al inicio del festival, implicó adentrarse en una historia personalísima a la vez que colectiva de pasión por la danza, que fincó los cimientos de un importante movimiento estético, artístico y cultural no solo en Yucatán, sino en el sureste mexicano.

Después de meses de preparativos, la ocasión llegó y del 5 al 13 de diciembre, los yucatecos tuvieron la oportunidad de disfrutar un amplio y variado muestrario de danza contemporánea a través de este festival que constituyó toda una celebración en torno al movimiento y la expresión corporal. Bailarines, coreógrafos y profesores, nacionales (Distrito Federal, Monterrey, Tijuana, Xalapa y Cancún) como extranjeros (Costa Rica y Estados Unidos), se dieron cita en la capital del estado para exaltar con total devoción uno de los lenguajes más potentes que tiene el ser humano para comunicar emociones y sentimientos: la danza. De este modo, fondo y forma armonizaron la gran gala, comenzando por la imagen del festival cuya creación estuvo a cargo de Inti Santamaría, artista egresado de la UNAM que representó este esfuerzo con un robusto y frondoso roble cuyas ramas son vibrantes cuerpos humanos en acción.

El maestro Jorge Domínguez Cerda, un creador rotundamente enamorado de las artes con estudios en psicología, actuación, dirección escénica y danza, fue quien recibió la Medalla Oc’-Ohtic 2015. También hubo un homenaje post mortem a la bailarina alemana Maya Plisétskaya (1925-2015) y otro más, en vida, a la bailarina italiana Rossana Filomarino con motivo de celebrar 50 años de creación artística y, en sus propias palabras, “de sucumbir a la pasión por la danza viviendo sus placeres y sus dolores”. Es decir, que durante el festival además de apreciar el dinamismo del cuerpo humano mediante la ejecución de originales e innovadoras coreografías, quienes asistieron preservaron la memoria y, de nuevo, abonaron con su participación a crear futuro.

El de cada bailarín fue un modo propio de jugar con el tiempo y el espacio que, al ser puesto en común, se convirtió en una creación única propiedad de todos. Ya fuera en espacios alternos como la Escuela Modelo, la Casa de Cultura del Mayab y Espacio de Danza Yolizma, en Hunucmá; o en los tradicionales recintos como el Teatro Armando Manzanero, el programa que se llevó a cabo incluyó pláticas con los artistas, talleres, seminarios, clases magistrales y conferencias. Nueve días dedicados a un arte que no requiere demasiada explicación, que se presenta solo, que dota de significación el transcurrir de la existencia y contribuye a agudizar la capacidad de discernimiento sobre todo aquello que conforma la condición humana.

Eventos como el Festival Oc’-Ohtic ponen de manifiesto la disposición transformadora de artistas y creadores, su continua búsqueda de una sociedad mejor porque entienden que la cultura no es un bien menor y que siempre genera un mínimo de reflexión. Para constatarlo, resulta indispensable dar cabida a las voces de los espectadores, del público que alrededor de los distintos escenarios siempre ofrece elocuentes testimonios de lo ocurrido, como fue el caso de quienes presenciaron Versus, el palpitante monólogo de la bailarina, coreógrafa y co-directora de la compañía de danza-teatro Lasafueras, Andrea Catania, quien al término de su representación conversó con parte de la audiencia.

“Disculpe, yo no sé de esto, sólo soy público, pero lo que usted hizo me pareció impresionante”, comentó cierta persona con ingenuidad. “Me transmites todo, tocas sensibilidades, fue muy orgánico. Tengo el corazón así, palpitando”, exteriorizó otra chica visiblemente emocionada. “¿Cómo se llama este tipo de espectáculo?, ¿a quiénes está dirigido?”, preguntó un señor de la tercera edad. El director, actor y escritor soviético Andréi Tarkovski (1932-1986), afirmaba que “el trabajo del artista es generar preguntas y no respuestas”. En sincronía con lo anterior, Andrea Catania respondió cuestionando a los asistentes qué significa para ellos la danza y explicó que, en su caso, tiene inclinación por buscar la “no respuesta”, evitando así categorizar este arte que se revela como una de las variopintas formas en las que el ser humano manifiesta su creatividad.

“Es lo que hago, lo único que sé hacer y, si no lo hago, me pego un tiro. Esta pieza surgió a raíz de la muerte de mi padre, fue mi manera de sobrevivir al dolor”, compartió esta bailarina con sus interlocutores que la escuchaban atentos. “Yo soy un músico que no sabe de danza, pero pude sentir tu densidad, llenaste el escenario y te desnudaste sin necesidad de hacer un desnudo”, dijo después un joven al tiempo que Andrea, enternecida, intentaba no soltar las movedizas lágrimas que colgaban de sus ojos. Esta charla informal dejó ver que su presencia en el escenario ejemplificó el aliento vivificador que tiene la danza y su aptitud para suscitar la comunicación entre quien transmite y recibe un mensaje, entre quien escenifica un fragmento de realidad y el que la observa.

¿Qué lecciones deja el pasaje anterior? A raíz de los conflictos bélicos y las problemáticas sociales que se padecen en distintas partes del mundo, diversas voces han insistido en la necesidad de reivindicar la condición de esencial que tienen las artes para el desarrollo de los pueblos. Su poderosísimo influjo en la cotidianidad de cada individuo, ha contribuido a paliar los elevados índices de violencia en anárquicas urbes como Medellín, en Colombia, o Ciudad Juárez, en México. Por ello, no es casual que el poeta Yves Bonnefoy, quien recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en la edición 2015 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, sostenga que “la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”.

La anterior, es una frase que bien podría aplicarse de manera equivalente para las artes escénicas, como la danza contemporánea. En cuanto al supuesto, cada vez más difundido por intelectuales, académicos e investigadores que la cultura está en el centro de todo y toca transversalmente cualquier ámbito del quehacer humano, este se ve reforzado por aprendizajes como los sucedidos durante el Festival Oc’-Ohtic que, no sobra decirlo, también dan cuenta del aporte social de aquellas personas decididas a dejar constancia de su querencia profesional, pero sobre todo, de la necesidad que tienen de mostrar -a través de una disciplina- su profundo amor por la vida.

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