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Texto y Fotos: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

18 de diciembre, 2015

[h2]Uno[/h2]

Hace un año en la costa de Quintana Roo, rumbo a la ciudad de Mérida, paré por unas horas para descansar en Puerto Morelos, sabiendo que no hay manera de escapar a la sensación de que uno es un turista que sueña despierto con la enorme oferta de paisajes y paseos predispuestos con que cuenta la Riviera Maya. Playas intervenidas, restaurantes que parecen ser marcos para asomarse a pinturas de atardeceres y joyas naturales que se exploran en primera instancia con aplicaciones de smartphones.

Detuve el auto rentado para preguntar alguna minucia; de pronto mi vista quedó fija en dos palabras: río y secreto; juntas invitan a imaginar un paisaje de ensoñación, que intriga y fascina, como una descripción poética de Cardoza y Aragón, o las narraciones de Julio Verne y sus imágenes colmadas de calificativos proféticos.
Los juegos mercadotécnicos para atraer turistas a la Riviera Maya, exaltan las sensaciones eróticas y parecen describir orgasmos.

Por suerte la profesión de periodista es un estatus que a veces funciona. Atraído por el nombre exploré la recepción de este parque temático y me permitieron hacer un recorrido especial, que sin mayor pretensión se convirtió en uno de los breves viajes que alteran la conciencia, sin tener que ingerir alguna sustancia psicotrópica.

Luego del protocolo donde los guías explican e implementan las reglas de seguridad, me condujeron a una vereda donde un hombre viejo realiza una ceremonia recitando una oración en lengua maya. Con una copa humeante de copal y ese rictus en el rostro que permite saber que las palabras siempre son buenas, el joven guía políglota indica el camino hacia la cueva que se convierte, luego de algunos pasos, en una playa. Una playa que conduce a una cueva y ahí empieza un viaje al centro de la roca.

Como si fuera un microbio me sentí inyectado por una aguja a una vena de ese órgano de naturaleza completamente desconocido. Fui expulsado en una caverna inundada. Caminé, nadé y luego nada. Se bucea en tonos verdes y ocres hasta llegar a la penumbra, a la oscuridad. El guía solo cuida que la suerte sea programada. Finos hilos de nailon, supongo, son los conductos de supervivencia para no perderte en los 200 kilómetros de estos ríos, que como arterias alimentan a las pozas, a los cenotes. Gota a gota el agua que se filtra por estalactitas, estalagmitas y electitas. ¿Qué son ellas?

[h2]Dos. [/h2]

Con motivo de cubrir la información de un conflicto sobre posesión de tierras en Oaxaca, el 11 de julio de 1991 me sorprendió el eclipse total de sol en la sierra mazateca. En Huautla, dos días después, conocí a una curandera que me trato mediante el ancestral modo de alterar la conciencia ingiriendo hongos. Luego de una dieta matutina, al caer la noche y frente a un altar, la mujer cantó rezos en su lengua y oró. Cantos hermosos que se trenzaban en llantos.

Mientras ella colocaba en el piso una decena de velas delgadas de cera encendidas, que en la oscuridad parecían bailar a partir de sus manos; como seres muy delgados, las sombras temblaban en las paredes buscando el refugio de la imaginación.

Al final de la ceremonia, cuando uno cree que ya acabó, la curandera observa a los ojos y con sus dedos busca el pulso de la muñeca de mi brazo y da su diagnóstico; usted tiene demasiados ojos. Solo necesita dos, lo demás no existe, me dice. No entiendo y su hijo traduce, no comprendo.

[h2]Tres.[/h2]

23 años después en las cavernas de Río Secreto, mientras flotaba en aguas duras filtradas por minerales, en la completa oscuridad que sólo se consigue si estás en medio de una piedra hueca; es decir, en medio de la nada, el joven guía que se había mantenido prudentemente en silencio, me dice que cierre los ojos y solo oiga el múltiple tintineo de las gotas que caen. Y ahí, acostado, sin soñar me sumerjo en pensamientos pendejos, banales, sin rumbo, con la ansiedad del miedo, buscando la certidumbre de tener todo controlado. Imagino escenas de sexo, con la prisa que te lleva rápido a un lugar conocido. La voz interrumpe y ordena: abre tus ojos y mira. Prende una potente luz y solo con los dos ojos que tengo, se me vienen encima los detalles del interior de una roca; como un microbio inyectado percibo que la caverna inundada tiene las figuras de la literatura dispersa que he leído; en el fondo está una biblioteca rugosa, en una esquina una ciudad barroca de una película que todavía no se filma. Aquél diagnóstico sobre mis “demasiados ojos”, cobra sentido.

Las estalactitas son los rezos de la curandera, las estalagmitas aquellas velas que bailan y las electitas son las respuestas sin preguntas.

Un viaje a Río Secreto, bien vale para una misa.

Sí, sé que el preámbulo del turista y el protocolo publicitario siempre genera desconfianza; uno piensa que ya no hay nada virgen que explorar; pero este lugar es cierto: cierre los dos ojos que tiene y flote en el centro de una roca inundada, a cuatro horas de Mérida, en el estado de Quintana Roo.


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