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Manuel Alejandro Escoffié
Foto: Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

18 de diciembre, 2015

No soy fan de [i]La Guerra de las Galaxias[/i]. Jamás lo fui, no lo soy actualmente ni creo llegar a serlo en el futuro. Mi actitud frente a la franquicia creada por George Lucas es la misma que acostumbro mantener frente a la selección mexicana de futbol; sé que existe, le doy su lugar, y lo que haga o deje de hacer me tiene sin cuidado. No obstante, hay una razón específica por la que me siento agradecido con ella: el haberme dado algo de lo cual poder reírme. Me explico. No insinuó que la trilogía original, las precuelas, los comics, los videojuegos o cualquier otra de sus derivaciones me parezca necesariamente un objeto de burla. Digo, por supuesto que intentar escuchar los diálogos de [i]El Ataque de los Clones[/i] con una cara seria puede ser doloroso hasta para el más devoto aprendiz de Obi Wan Kenobi. Pero a lo que me refiero más bien es que, si bien la franquicia no ocupa un lugar en mi corazón, las parodias a su alrededor constituyen una historia diferente. Y pocas de ellas ocupan un lugar tan distinguido como [i]Spaceballs [/i](1987).

Para quienes no pueden presumir de ser conocedores (o como en el caso de un servidor, conversos empedernidos) del universo cómico de Mel Brooks, quizás uno de los aspectos curiosos de esta película sea el hecho de que, a pesar de que la saga pedía a gritos un símil humorístico desde el comienzo y que cualquier director hubiese aprovechado el momento en que la fiebre por la misma se encontraba en su más alto punto de ebullición, Brooks decidió esperar diez años después del estreno de [i]Episodio IV: Una Nueva Esperanza[/i] antes de hincarle el diente; esto con el propósito de darle a su “victima” la oportunidad de que sus convenciones y clichés fueran asimilados por el inconsciente colectivo, y por consiguiente, susceptibles de ser reducidos al absurdo, infantil y escatológico nivel que caracteriza a títulos más conocidos de su currículum como [i]Locuras en el Oeste[/i] y [i]El Joven Frankenstein[/i] (1974). De esta forma, el “imperio galáctico” de Lucas se ve degradado al gobierno del planeta Bola Espacial, mismo que acaba de agotar sus reservas de aire puro gracias al incompetente desempeño de su presidente (Brooks); la presencia maligna de Darth Vader es intercambiada por la del patético Dark Helmet (Rick Moranis), tanto Han Solo como Luke Skywalker son burdamente fusionados en el caza recompensas Lone Star (Bill Pullman), y la sabiduría de Yoda acaba corrompida con delicia en la persona de Yogurt (también Brooks); pequeño ser verde encargado del descarado posicionamiento de productos derivados de la película misma. En uno de sus diálogos, sugiere abiertamente la posibilidad de una secuela titulada [i]Spaceballs 2: La Búsqueda de Más Dinero[/i].

Pero más allá de su irreverencia al legado cultural de la franquicia, otro elemento coloca a Spaceballs en una posición aparte de los demás territorios fílmicos “profanados” por la mano de Brooks. Mientras que sus obras anteriores se esfuerzan por mantener cierto grado de fidelidad con la identidad narrativa de los blancos de sus burlas, ésta no da señales de preocuparse más que por tomar prestado lo mínimo que remite claramente a la galaxia de Lucas y usarlo como un pretexto para dejar volar lo más lejos posible a su irrespetuosa imaginación, al punto de lograr una parodia que bien podría existir al margen de su propia inspiración original. Mucho más que parodiarla, Brooks la desmantela parte por parte y la reconfigura de acuerdo a su visión tanto particular como retorcida.

Siendo honestos, [i]Spaceballs[/i] difícilmente merece ser recordada como uno de los puntos altos en la carrera de su creador. Sobre todo tomando en cuenta que varios de sus chistes delatan lo mucho que ha envejecido. No obstante, su deconstrucción implacable de una de las piezas de ficción más populares de todos los tiempos se antoja en estas fechas como un exquisito bálsamo de anarquía para todos los que somos ajenos a lo mucho que la saga tiende a ser tomada y a tomarse en serio. De modo que, en retrospectiva, me siento en deuda con Lucas. Después de todo, sin el poder de la Fuerza, ¿cómo hubiera yo podido conocer el poder del [i]Schwartz[/i]?

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