Saber mirar

Gloria Serrano
Foto: Prensa del ayuntamiento
La Jornada Maya

16 de diciembre, 2015

[h2]Crítica a La Noche Blanca[/h2]

Hay que decirlo claro: el periodismo complaciente no le hace bien a la sociedad a la que sirve. Y cuando digo complaciente me refiero a ser benévolo, obsequioso, indulgente, tolerante, servicial ante el hecho que se informa e, incluso, con el propio oficio, con lo que publicamos, con lo que difundimos. En suma, les hablo de renunciar a “hacer periodismo” para convertirse en agente publicitario de una causa, sin importar lo benéfica o perjudicial que esta sea. ¿Es esto a lo que aspiramos en Yucatán? Sinceramente considero que no, que tanto los periodistas como los ciudadanos, merecemos un ejercicio periodístico más osado que funcione a manera de “colorante”, que sea esa técnica de tinción –como en la química– que permite distinguir las diminutas células bacterianas del medio que las rodea.

La noche del sábado 12 de diciembre salí a recorrer las calles de Mérida y me topé con una urbe sucia, con calles donde abundaba la basura y escaseaban los ejemplos de civilidad de una ciudadanía que, supuestamente, debería ser más consciente del cuidado de los espacios públicos porque la nutrida, gratuita y constante dosis de cultura que recibe permitiría pensar o, al menos desear, que surta un efecto, que transforme el modo en que las personas viven y se relacionan con su entorno; con esta casa que es de todos. Pero no fue así. Y en cuanto a “La Noche Blanca”, el evento cultural diseñado por la Dirección de Cultura del Ayuntamiento para que los habitantes trasnochen y se apropien de cada rincón en un ambiente de arte y cultura, permítanme decir que la edición de invierno puso en evidencia la necesidad de aplicarse con mayor ahínco para que los objetivos realmente se cumplan.

Las autoridades municipales hicieron su parte proveyendo los recursos materiales, técnicos, económicos, logísticos y humanos para llevar a cabo diversas actividades; sin embargo y salvo contadas excepciones, los artistas, creadores, gestores culturales, activistas y colectivos, dejaron pasar la oportunidad de mostrar su enorme talento y se conformaron con ofrecer obras, piezas, creaciones, performances, instalaciones, lo que ustedes gusten, de mínima calidad; es decir, que desertaron. Abandonaron la principal bandera de las artes y la cultura: maravillar, trastocar, conmover al espectador. Claro que hubo juerga, música y espectáculo. Claro que, también, corrió el alcohol y los restaurantes se llenaron de insaciables comensales que dejaron una derrama económica indeclinable para una población que vive del turismo. No obstante, me parece que “La Noche Blanca” fue concebida para hacer de esta metrópoli algo más que un agigantado centro de diversiones.

Vivo en el corazón de esta ciudad, a unos pocos metros del Palacio Cantón. A diario platico con esos extraordinarios hombres y mujeres a los que llamo “hacedores de cultura” y durante este año he sido testigo de sus admirables hazañas. Igual conozco sus miedos más terribles, como postular y no quedar entre los elegidos a recibir los apoyos del FONCA, o como verse en la necesidad de echar mano de la plataforma Fondeadora, o como ser la próxima casa de cultura que cierra sus puertas. A ellos, a esos rostros expresivos que nos han hecho estremecer, a esas manos afanosas que han trabajado para convertir a Mérida en un prototipo de “Capital Cultural”, a esos jóvenes impetuosos que ya antes han desafiado las estadísticas de un país habitado por sujetos adormilados que consumen refresco, padecen diabetes y ven futbol; sí, a ellos, a ustedes nuestros lectores, a mis compañeros de los medios de comunicación locales y a todos los que están apostando por esa nueva forma de interacción entre gobierno y sociedad que se llama gobernanza, les diré algo: no comencemos a creer que con lo que hacemos alcanza ni dejemos de producir crítica, contenido, historia, contexto, análisis, reflexión. No perdamos la voluntad del que se sabe a mitad del camino ni la humildad del aprendiz, del que todavía no es experto. O mejor aún, no nos endiosemos tanto como para creer que eso somos, expertos.

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