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José Juan Cervera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

3 de diciembre, 2015

Entre las formas en las que el hecho escénico puede llegar a nosotros, el teatro popular ocupa un lugar significativo en la construcción de identidades colectivas y en la recuperación de contenidos históricos que han quedado relegados en los reacomodos de las luchas por el poder.

Hoy, como siempre, la noción de lo popular convoca múltiples definiciones, que van adquiriendo matices reveladores de acuerdo con las épocas y sus respectivas atmósferas de opinión, sus perfiles culturales y el escenario cambiante de las relaciones sociales. Por eso es que el concepto que la envuelve puede ser enaltecido con la práctica y la reflexión, o desvirtuado por las tendencias compulsivas y por la vacuidad de las consignas sin raíz y sin sustancia.

Durante tres décadas (1967-1997), un grupo artístico encarnó una iniciativa que la experiencia acumulada y la evolución intelectual fueron conduciendo, desde una juventud ávida de horizontes nuevos, a la concreción de un proyecto de vida que siguió manifestando las variadas facetas de una búsqueda continua que, sin ociosas idealizaciones, aún rinde frutos notables.
El grupo de teatro Zopilote se gestó en el ambiente estudiantil de la capital de San Luis Potosí, se fundó con el nombre de Teatro Experimental Independiente para ser conocido posteriormente como Asociación de Ideas, y hasta 1974 se le comenzó a llamar como el ave que le confirió una identidad perdurable. En ese año, sus siete integrantes eran Fernando Betancourt, José Ignacio Betancourt, Mario Enrique Martínez, Arturo Medellín, Óscar Ortiz, Alfredo Martínez y Raquel Arellano.

Los artífices de Zopilote explican así su origen nominal: “los artistas, en cierta forma, al representar en escena problemas sociales, situaciones injustas o simplemente cosas imaginativas, de alguna manera están limpiando la atmósfera cultural, la atmósfera espiritual de donde se presentan, y es una actividad equivalente a la que los zopilotes realizan de limpieza en el campo.”
Su posición crítica y su desenfado escénico hicieron que el grupo fuera objeto de ataques frecuentes en la prensa y en volantes anónimos con los que las fuerzas del conservadurismo creían alertar contra una amenaza que se cernía sobre la estabilidad familiar y las buenas costumbres. A pesar de todo ello, a esta asociación teatral se debió la fundación de la Escuela Popular de Arte en el barrio de San Miguelito en la capital potosina.

Inicialmente, el grupo realizó adaptaciones de Ionesco, Brecht y Picabia, combinó la experimentación y la investigación, se presentó en calles, plazas y espacios convencionales de acuerdo con las circunstancias y residió en Sinaloa y en la ciudad de México, donde tuvo una intervención solidaria tras el terremoto de 1985. Recorrió el territorio nacional y visitó otros países. En Yucatán estuvo durante el Tercer Encuentro Nacional de Teatro efectuado en 1976. Ignacio Betancourt es el autor de la mayor parte de las obras que Zopilote representó.

Por fortuna, Zopilote reunió una abundante documentación que refiere puntualmente su trayectoria, material que sirvió de base al volumen conmemorativo dedicado a Mario Enrique Martínez Rivera (1948-2006), uno de sus fundadores.

El arte y el humor, la disciplina y el compromiso con la conciencia social y con la memoria histórica son los ingredientes que dieron cuerpo a este grupo, ejemplo de una necesaria lucidez que de acrecentarse pudiera sobreponerse a la carroña que incontenible sigue dañando la vida nacional.

Fernando Betancourt (editor),[i] Zopilote 30 años[/i]. 1967-1997, México, CONACULTA-INBA-CENART, 2015, 40 pp., ils.


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