de

del

Manuel Alejandro Escoffié
Fotos: extraídas de ctstudentfilms.org
La Jornada Maya

Viernes 21 de octubre, 2016

Hace dos semanas, participé como uno de los muchos ponentes en una serie de pláticas didácticas organizadas por el colectivo “CINE CON”; mismo que busca convencer al sector empresarial del estado, respecto a la viabilidad económica de una industria fílmica local, a través de una capacitación intensiva de los inscritos a las pláticas en las ramas productivas (dirección, guión, fotografía, vestuario, etc.). Respaldado por el Instituto Yucateco del Emprendedor (IYEM), dicho colectivo pretende contribuir al surgimiento de condiciones en las que todos los habitantes de la región con deseos de hacer cine puedan hacerlo no a raíz de un mero “amor al arte”, sino en calidad de un sólido medio de vida.

Desde hace diez o quince años, el interés por la actividad cinematográfica en Yucatán, así como el número de espacios técnicos para nutrirlo, se ha ido incrementando. Cursos, talleres, seminarios, diplomados, convocatorias y festivales se multiplican como si fueran Oxxos. Esto ocasiona que preguntas anteriormente planteadas regresen con mayor insistencia: [i]¿Cómo consolidar una industria cinematográfica en Yucatán? ¿Cómo formar a más y mejores cineastas? ¿De qué manera liberar a quienes sueñan con llegar a serlo del estigma cultural asociado a la profesión?[/i] Preguntas más que legítimas. Sobre todo considerando el innegable impacto de Yucatán en la historia del cine mexicano; entre otras cosas, como responsable del primer largometraje de ficción en el país ([i]1810 o Los Libertadores, 1916[/i]).

Ciertas personas, dentro de la engañosa euforia de esta abundancia, han declarado que dichos objetivos están en proceso de cumplirse, o incluso que han sido cumplidos. Sin afán de ser aguafiestas, me declaro fuera de tal grupo. No por oponerme al prospecto de una industria estatal propiamente dicha, sino por considerar incorrecto el ángulo desde el cual se han planteado las interrogantes para justificar la necesidad de que tal industria exista. El “¿cómo?” debería más bien cederle espacio a un [i]“¿por qué?” ¿Por qué queremos una industria cinematográfica? ¿Por qué capacitar y reclutar a cada vez más jóvenes para que formen parte de ella? Y sobre todo… ¿Por qué tantos de ellos insisten en dedicarse al cine? [/i]

Al igual que en cualquier vocación, sobra la gente que elige el cine por motivos menos que congruentes. No diré cuáles merecen ser vistos como lo último. Pero las más comunes de ellas suelen materializarse en respuestas del tipo “porque tengo historias que contar”, “porque necesito expresar muchas cosas”; o mi favorita personal, “porque amo al cine”. En rara ocasión me he topado con una motivación que, lejos de corresponder a idealismos abstractos o pretensiones de auto-superación, denote una meditación profunda, real y concreta alrededor de lo que esa persona espera que el cine aporte a su vida; así como también de lo que ella espera aportar al mismo. Yo, por ejemplo, amo las hamburguesas. Pero no por tal motivo tendría el más mínimo interés en ser gerente de un McDonald´s.

En 8 y medio (Otto e Mezzo, 1963), cuando el cineasta Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) se ha visto obligado a cancelar la realización del que iba a ser su próximo filme, Carini (Jean Rougeul), crítico al que invitó a colaborar en el guión, le asegura para consolarlo: [i]Destruir es mejor que crear cuando no creamos aquellas pocas cosas verdaderamente necesarias[/i]. Teniendo lo anterior presente, albergo la diminuta esperanza de que tanto candidatos a estudiantes de cine, como gestores culturales y políticos desesperados por crear un “Yuca-wood”, no tomen ninguna de sus decisiones cruciales a la ligera o con el hígado. Que lo que sea que ellos luchen, por brindarle a una posible industria del cine en Yucatán, aunque no sea mucho, sea por lo menos absolutamente necesario.

Mérida, Yucatán


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