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Giovana Jaspersen
Foto: Luis Pérez Guarneros
La Jornada Maya

Jueves 7 de octubre, 2016

Los palenques fueron comunidades fortificadas fundadas por los esclavos fugitivos en el siglo XVII como resguardo. El de san Basilio, en Colombia, fue de esclavos huidos de Cartagena; se dice, fue el primer pueblo libre de América, título que se disputa con Yanga, Veracruz. Con él comparte además, la idea de un libertador de la nobleza africana y la inexactitud en fechas y datos respecto a su liberación de la corona española hacia el fin del S.XVII o inicio del XVIII. Seguramente hoy no nos alcanza la razón para comprender el peso de la libertad en aquel contexto, más de 100 años antes de cualquier lucha independentista en América.

En textos y análisis de san Basilio hoy, se lee de forma recurrente: “la organización social de la comunidad se basa en las redes familiares y en los grupos de edad llamados ma-kuagro”; ”los complejos rituales fúnebres y las prácticas médicas son testimonios de los distintos sistemas espirituales y culturales que enmarcan la vida y la muerte”; “expresiones musicales tales como el Bullernege sentado, el Son palenquero o el Son de negro acompañan las celebraciones colectivas”; “un elemento esencial (…) es la lengua palenquera, la única lengua criolla de las Américas que combina una base léxica española con las características gramaticales de lenguas bantúes”. Todo ello, cierto, sí, pero distante y etnográfico, no describe el cotidiano de los Palenqueros.

El camino a palenque comienza en Cartagena, en camiones coloridos y desvencijados que llegan a un entronque, del que se sigue en una moto que llega finalmente a un sitio marcado por pobreza y sonrisas. En el día a día no hay tambores ambientado caminos, ni coloridos trajes; es un pueblo pequeño y sin pavimento; con problemas -entre otros- de electricidad, drenaje, agua potable, acceso a la educación, alcoholismo, servicios de salud, etc. El día corre entre botellas de “costeñita”, con hombres que juegan dominó; niños que corren y jóvenes que bailaban champeta. Todo, mientras una mujer octogenaria de ojos nublados, habla de la muerte de dos de sus hijas; un día, dice, solo no regresaron de trabajar y se les encontró muertas, a ambas, y en distintas épocas, como pesadilla repetida. La trata de personas, feminicidios y diferencias culturales marcadas por la discriminación, son tema que se asoma de forma recurrente; así como la pérdida de tradiciones por la necesidad de adaptación al entorno; las casas de “material” desplazando al bahareque; las burlas por hablar en lengua criolla y la falta de continuidad en su enseñanza.

Todo contrasta con la postal de una mujer palenquera de piel obscura, vendiendo frutas, tan voluminosas y coloridas como ella, en las calles de Cartagena. Y es que, de la realidad a la postal, en Latinoamérica aún nos hace falta tanto camino por andar.

El primer pueblo libre, hoy no posee autonomía económica ni administrativa, parece una ironía. Sin embargo, su rico patrimonio inmaterial -con declaratoria de la UNESCO en 2005-, no puede ser sin la libertad, ahí encontraron su diferencia, orgullo y formas. Tan libres y tan esclavos como lo fue su libertador Benkos Biohó.

Uno se pregunta si algún palencano habrá estado en África; si pueden ubicar su pasado en un mapa; si saben la diversidad y diferencia que encierra la abstracta idea de África, con 54 estados; si imaginan la cantidad de grupos desplazados e inconexos con la idea de “lo africano”; o si saben que cuenta con alrededor de 2000 lenguas distintas. En ellos, el lazo es tan delgado y resistente que no tiene preguntas ni respuestas, los palencanos son africanos en oposición y respuesta, en tanto que no son lo otro. Así, su África, su origen, puede ser cualquier cosa que necesiten para defenderse y sobrevivir. Su identidad, como los peinados de sus mujeres, está llena de significados incuestionables. En san Basilio, una mujer muestra su cabello mientras afirma: “este peinado que da vuelta a toda la cabeza, simboliza el camino entre África y San Basilio”, y solo así se puede entender. Ahí, como en el peinado, no hay claridad en el inicio o el fin, esas son cosas dadas; el camino se trenza, cambia y gira, es lo que vemos; ese proceso constante que se apropia, defiende, modifica, adapta, grita, canta y soporta. Imposible saber qué es Palenque de san Basilio o qué es África, lo único que tenemos es el camino cambiante y adaptable que los une.

Hoy, ellos se preocupan por cómo integrar en su lengua criolla palabras como lavadora. Nosotros, deberíamos preocuparnos porque su esclavitud actual, compartida con tantos pueblos, no se coma su libertad simbólica; que se sepan siempre libres, siempre negros, siempre ellos.

Mérida, Yucatán


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