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Texto y foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 5 de septiembre, 2016

[i]No hay necesidad que me desprecies tu ponte en mi lugar, a ver qué harías [/i]
Juan Gabriel

La semana pasada fue convulsa, mediática y política; una en la que el debate y la histeria se fundieron y confundieron, una vez más.

Dos hechos de alto impacto como lo son la muerte de Juan Gabriel y la invitación-entrevista Peña-Trump, produjeron entre luto colectivo, condenas en consenso, análisis insólitos, reveladoras declaraciones de intelectuales, políticos y periodistas, hasta linchamientos en redes con memes voraces que en secreto todos conocemos y difundimos. Hubo también destituciones.

La pifia mayor ya tuvo costos en imagen y popularidad para quien la cometió (Enrique Peña Nieto y luego Luis Videgaray), pero no parece haber posibilidades de que se traduzca en sanción alguna. Ni en el marco de la división de poderes ni en el orden de los instrumentos ciudadanos para exigir castigo para quienes, teniendo la responsabilidad de conducir el país, cometieron un error diplomático y político que ya tuvo y tendrá implicaciones, sobre todo para los migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos, que están padeciendo el acoso xenofóbico y la amenaza punitiva de los sectores derechistas y conservadores de aquel país. Eso en el orden externo; en el interno queda un correlato de agravio a los ciudadanos y la burla del candidato republicano al Presidente mexicano.

Esto no quiere decir que no haya exigencias más severas, como la revocación de mandato, o para acceder a información real respecto a lo ocurrido, las razones y la mecánica utilizada para caer en el error de invitar y validar a un abierto enemigo del país; pero de destituir a alguien por ello, no se habla ni por asomo.

Sin embargo, en tratándose de Juan Gabriel la cosa toma ribetes más que sorprendentes. Sin formalizarse, sobrevino de manera natural una polémica y un “debate” sobre si la obra del cantante michoacano tiene algún valor cultural o artístico. El veredicto, al parecer, se empezó a escribir con manifestaciones abiertas en las calles, homenajes espontáneos, artículos elogiosos y otros no tanto.

Algo despertó este fallecimiento que no deja muy en claro qué fue lo que se juzgó a la hora de tomar decisiones punitivas contra los no creyentes del credo [i]juangabrieleano[/i] y que llevó, por ejemplo, al alcalde panista de Mérida, Mauricio Vila Dosal, a la destitución del titular de la dirección de cultura del del Ayuntamiento de Mérida, el intelectual yucateco Irving Berlín Villafaña, después de que también la Rectoría de la UNAM hiciera lo mismo con Nicolás Alvarado en la Dirección de TV-UNAM.

Irving Berlín quien tiene una trayectoria sólida en Mérida, como comunicólogo con origen en la izquierda, mesurado, atento y que ha participado de los proyectos democráticos y laicos que han enriquecido la vida de esta ciudad y del estado. Aceptó que le “daba hueva hablar de Juan Gabriel”. Reprodujimos una frase de un diálogo y sin más, el festín de críticas, insultos, memes (mofas) y análisis, llevaron a una rica, divertida y cruel exposición del funcionario en las redes y la prensa.

Alvarado por su parte, dijo que le “venía guango Juan Gabriel” y argumentó su propio “clasismo” en su rechazo y distancia en gusto y predilección por la obra del divo juarense, y se burló de las lentejuelas.

Cabe decir que Nicolás Alvarado es un intelectual complicado, veleidoso e inclasificable, que no gusta en ocasiones –precisamente– por su estilo barroco, andrógino y kish y “clasista”, características que ¡oh paradojas! son bien vistas en diarios, suplementos y revistas y por supuesto también si se trata de programas televisivos en barras de cultura, moda o espectáculos.

Luego entonces, la claridad y franqueza para expresar sus opiniones sobre una figura de la cultura popular, de ninguna manera debieron llevar al presidente municipal de Mérida y al rector de la UNAM a despedir a estas dos personalidades tan disímbolas y equidistantes como los referidos.

A Irving y Nicolás lo podrían correr por otras razones, pero no por ejercer sus opiniones estéticas y culturales. Huele mal que los rencores y miedos digitales que despiertan Facebook y Twitter, despierten la histeria de los funcionarios quienes con reflejos sacrificiales y pavlovianos –siempre selectivos– lo único que alientan es la voracidad innata de las nuevas tecnologías que son capaces de demoler en minutos, horas y en un día, trayectorias y prestigios.

Hay elementos de vodevil, doble moral y oportunismo en este embrollo, pero sobre todo, hay injusticia en los dos casos, [i]bullying[/i] de [i]clóset[/i] y la comprobación de que Facebook ha derivado del monstruo amable que idealizan millones, al infierno digital que pocos alertaron y ahora muchos temen: en FB se puede ser el más conocido, reconocido, pero también el más condenado e infeliz.

Como corolario a esta comedia de enredos que hemos presenciado, vale decir que a Juan Gabriel lo hizo singular –además de sus logros artísticos– el haber liberado del [i]corsé[/i] machista al canto popular realizado por los hombres, para llevarlo a la zona andrógina, femenina y homosexual, pero no cabe duda de que hay [i]clósets[/i] que nunca serán abandonados y que en ese travestismo perverso, los sacrificios correrán a costa de otros; los diferentes, los lúcidos y los lúdicos que a veces son parecidos, la más de las veces distintos entre sí, pero que se distinguen siempre por dar la cara, hacer lo que desean y decir lo que piensan sin temor a ser juzgados.


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