Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya
Miércoles 6 de julio, 2016
“¡Qué maravillosos son los libros. Cruzan mundos y siglos, y vencen la ignorancia e inclusive el tiempo cruel!”
Juliano El Apóstata, Gore Vidal
El invierno y las vacaciones eran propicias para la lectura. En España, en esa época, en los últimos años de la dictadura del Caudillo, la televisión todavía era en blanco y negro y los programas infantiles escasos: apenas una hora los domingos por la tarde. El resto del tiempo nos las ingeniábamos con las enciclopedias y los cuentos de los vikingos, [i]El Príncipe Valiente y Las Islas Brumosas[/i], los que imitábamos corriendo por el campo con nuestras espadas de madera a la búsqueda de cardos a los que apodábamos moros, como la Guardia Mora del tirano.
Madrid no era la ciudad luminosa en la que se convirtió, tras la muerte de Francisco Franco, en los años del famoso destape. Los taxis Seat con su cascabeleante motor diésel, de negro riguroso, pintados con una línea rojo sangre en los costados, circulaban por la Gran Vía y la Cibeles hasta que fueron cambiados, tras la llegada de la democracia por los taxis blancos –también con línea roja– que hoy circulan por la capital española.
No había celulares, ordenadores ni tantos aparatos electrónicos con los que hoy nos distraemos, informamos o matamos el tiempo tan escaso de nuestras existencias, por lo que la lectura y la imaginación llenaban muchas de las horas de los niños de entonces.
Ya de vuelta en México, mi padre siempre compraba, semana a semana, el semanario [i]Proceso[/i] y entre los cotidianos [i]La Jornada[/i]. La lectura, ya más política y literaria, siguió acompañándome durante los estudios en secundaria y preparatoria. Y después en la UNAM. Tras un primer año en la ENEP Acatlán, entre viajes sin fin en el metro, payasitos y merolicos, me incorporé a la Facultad de Ciencias Políticas donde La Jornada era una lectura obligada todos los días.
Parte del día lo dedicaba a la lectura de sus páginas y columnistas, las primeras planas las saboreaba al alba, entre sorbos de café y las prisas en los pasillos de la facultad.
Con el tiempo, y gracias a Internet, pude seguir leyendo desde el extranjero [i]La Jornada[/i]. Ya fuera desde España, Italia o Estados Unidos, países en los que los viajes se alargaron por años, convirtiéndose en parte de mi cultura y formación como periodista. Otros periódicos se incorporaron a mi vida cotidiana, ya fuera porque publicaba en sus páginas o porque los leía como parte de mi quehacer como corresponsal en el extranjero. [i]La Repubblica, El País, Il Corriere della Sera, The Independent[/i] o [i]Il Manifesto[/i], eran parte de las lecturas diarias, entre otros. [i]Il Manifesto[/i], en particular, fundado por un grupo de italianos que fueron purgados del Partido Comunista por sus posiciones críticas y no sometidas al [i]diktat[/i] de Moscú, solía comentar o citar a La Jornada. En sus notas no faltaban los análisis sobre México, Chiapas y el Comandante Marcos. Inclusive tuve la oportunidad, en Roma, de entrevistar a Rossana Rossanda, una de las fundadoras y lúcida intelectual italiana, junto con Luigi Pintor y Aldo Natoli.
Ya instalado de nuevo en México, pero ahora en la península, echaba de menos más información en [i]La Jornada[/i] nacional sobre el acontecer de esta parte del país en profundas transformaciones, en las que la cultura ancestral de la región, así como los mayas, sufren todo tipo de abusos y atropellos.
Grande fue la sorpresa cuando supe de la llegada de [i]La Jornada[/i] a Yucatán y conocí a Fabrizio León, legendario fotógrafo y fundador de "La Jornada de Enmedio", quien tomó la decisión de fundar un nuevo periódico, [i]La Jornada Maya[/i], cuando todo parecía indicar que los cotidianos impresos se mueren. Históricos diarios y revistas han abandonado la tinta y el papel, por Internet, sin embargo, hay quien todavía se embarca en la heroica tarea de fundar un nuevo cotidiano.
Quienes crecimos leyendo diarios impresos, saboreando un café sentados mientras hojeamos sus páginas, con la cadencia del tiempo que se desgrana entre renglón y renglón y a cada sorbo en una plaza, sabemos que la fundación de un periódico tiene algo de poesía pero también de intrépida aventura. Y qué mayor aventura que formar parte de la tripulación de un nuevo cotidiano, máximo honor y pasión de un periodista, quien creció leyendo y saboreando sus páginas a lo largo de tantos años de este México que no ha logrado sacudirse el autoritarismo y la violencia de un régimen corrupto.
Las procelosas aguas de los tiempos que vivimos en nuestro país, y el furibundo embate de Internet –donde realizamos gran parte de nuestro trabajo periodístico cotidiano, por cierto– no han exterminado la pasión por hacer periodismo impreso. Fabrizio León es muestra de ello. Enhorabuena y felicidades en éste primer aniversario. Vienen muchos más. Lo sé, a pesar del boicot publicitario, de la cerrazón a la crítica, de la negación a dialogar.
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