Ilan Vit Suzan
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Martes 5 de julio, 2016
En días recientes, especialistas del mundo entero se reunieron en Izamal para compartir avances de investigación. Mientras arqueólogos, historiadores y epigrafistas de prestigiadas universidades europeas y norteamericanas discutían la continuidad ideológica entre el posclásico y la conquista, en un pequeño salón del CECIDHY, un grupo de estudiantes compartían relatos etnográficos de algunos pueblos de la península. Ahí, discusiones acaloradas y preguntas incisivas surgían ante presentaciones interesantes, como una que abordó la forma en que el croar de los sapos (muucho’ob) llama al sol o al huracán. También interesó la presentación del relato de un profesor rural que solía cazar con indígenas Chajules avecindados en Campeche. Ante la excesiva atención del ponente en el canto de los sapos asociados a rituales al sol y la lluvia, un compañero reclamó la obsesión con la “alta cultura” y la desatención del ámbito doméstico, donde actualmente se mantiene gran parte del conocimiento prehispánico. Como ejemplo, mencionó la forma en que niñas yucatecas aprenden a tortear mediante la cuidadosa manipulación de un pequeño sapo. La delicadeza necesaria para mantener al sapo entre las manos adiestra la manera de hacer una tortilla. En este juego, lleno de estímulos sensoriales, el sapo transmite su conocimiento milenario. Este es un hermoso ejemplo de cómo la producción de conocimiento en Mesoamérica sigue íntimamente relacionado con la naturaleza. El pensamiento prehispánico nace de la pertenencia de la humanidad a la naturaleza.
[b]Mal viento, guía de manadas[/b]
Otra presentación interesante abordó la existencia de un pequeño animalito multicolor, de unos veinte centímetros de largo, un mal viento; una cosa del demonio que guía las manadas de puercos salvajes y que los chajules llaman paybe’. El investigador leyó parte del relato de un profesor rural de los años sesentas, sobre sus experiencias de cacería con estos indígenas guatemaltecos exiliados en Campeche. El paybe’ aparece cuando se juntan muchos puercos, para convertirse no sólo en el guía de la manada, sino en su nahual o way, también. Esto se basa en la creencia que ante la muerte del paybe’ en manos del cazador, la manada entera se para en seco y puede ser capturada totalmente. Sin embargo, cazar al paybe’ es prácticamente imposible, además de ser sumamente peligroso, como lo atestigua el relato del profesor. Resulta que para demostrar su hombría, el profesor intentó matar al guía diminuto, un azotador multicolor que emite un olor fétido con el que se satura el ambiente. Para ello, el profesor se separa del grupo, ya que siente al paybe’ cerca; incluso lo ve, le dispara, pero el paybe’ esquiva la bala. Desde ese momento, el profesor entra en un estado alterado de conciencia, abalanzándose sobre el animalillo, pero empieza a marearse, pierde el sentido de orientación. Así permanece un par de días, mareado, perdido en la selva, sin hallar rumbo. En su testimonio declara que había perdido toda voluntad, tras un par de días dando vueltas en el monte, sin el mínimo interés por regresar. Cuando sus compañeros de caza lo encuentran al tercer día, le explican que su osadía había generado la pérdida del alma. El paybe’ se la había robado, integrándolo a la manada, cuando esquivó la bala. Este animalillo que “ladra como perro y chilla como hombre” conforma la manada capturando cazadores ambiciosos, los que todo quieren. Cuando intentan matarlo, el cazador pierde el alma, volviéndose un fantasma en la selva, pasando a ser un miembro más de la manada. Descubrimos aquí un fascinante concepto que prefigura intentos actuales por definir la sustentabilidad. Apoyándose en él, los chajules generan una explotación sustentable de recursos limitados, ya que un cazador sensato sólo matará los puercos que necesita para alimentar a su familia; mientras que el cazador voraz, el que busca ganar todo de un disparo, pierde el alma.
[b]Nikolai Grube[/b]
Esta presentación resuena con una ponencia magistral que cumplió la promesa de difundir nuevo conocimiento. La plática de Nikolai Grube hizo eco con este ámbito masculino, donde la testosterona y adrenalina saturan el modo de ser y actuar de hombres en grupo, armados con cerbatanas y navajas de sílex u obsidiana, recorriendo la selva en busca de codiciadas presas. Grube mostró la relación entre el ámbito de la cacería y el de la guerra, así como el del juego de pelota. Todos ellos actos colectivos que distinguían el comportamiento de la nobleza maya durante el clásico, principalmente. Al yuxtaponer imágenes e inscripciones epigráficas, el especialista reveló una íntima relación entre el cautivo de guerra y el venado que se caza en el monte, transformándose simbólicamente —por no decir metafísicamente— en la pelota que atraerá toda la atención del público en el sacrifico lleno de drama emocional. La forma en que se ata y acarrea el venado, desde el ámbito masculino del monte silvestre al entorno femenino de la comunidad edificada, es similar a la forma con que se representa a cautivos de guerra en altares de Tikal, estelas de Yaxchilán o esculturas de Toniná. En estos monumentos algunos reciben el nombre de “Venado Celeste” (Chan Chij) o “Venado Negro” (Ik’ Chij). De igual manera que el venado será repartido entre la comunidad, el procedimiento ritual —y, por ende, simbólico— con el que se presenta al cautivo atado como un venado en el campo de juego de pelota hará que su sacrificio y desmembramiento unan a la cacería y la guerra como parte de un mismo concepto civilizatorio. Esto es, los hombres de la comunidad salen a cazar enemigos en el ámbito indómito de la selva, trayendo de regreso al entorno civilizado del asentamiento el producto de la cacería. Nuevamente encontramos aquí una enorme enseñanza para buscar un futuro sustentable, ya que no deberíamos seguir permitiendo que el ámbito político sea un club exclusivo de hombres en constante estado de guerra.
[b]Efectos evangélicos[/b]
Con esta breve relatoría nos damos idea de la riqueza cultural que se conserva aún en el pensamiento de mayas contemporáneos, junto con los restos materiales de sus antepasados. Quizá la presencia más incómoda del congreso fue la duda epistemológica que merodea cualquier interpretación del pasado mesoamericano, sobre todo si no se consideran los efectos de la evangelización desde los inicios del siglo XVI y su efecto acumulado hasta este momento en que la modernidad hace que la certeza se diluya en cualquier escenario. Definimos esta duda como epistemológica, cuando en ella se anida el problema filosófico de “La Verdad”, conjugada en singular y mayúsculas.
La interpretación del legado prehispánico exige gran humildad al presentar resultados de investigación. Exponer datos duros es relativamente fácil. Responder preguntas del ¿Qué?, ¿Cómo? o ¿Cuándo? es más fácil que pensar en el ¿Por qué? o ¿Para qué? Algunos especialistas logran desarrollan un método impersonal, objetivo y científico que limita la especulación y, por ende, ofrece una base firme para el conocimiento. Sin embargo, la ciudadanía anhela respuestas a preguntas profundas, aquellas donde se aborda la identidad, continuidad cultural y relación respetuosa con los ancestros. Investigaciones serias atienden esas preguntas con cautela. La divulgación de sus resultados debe realizarse con la misma seriedad. Esperamos que esta breve relatoría ayude a reconocer el tesoro que subyace en el estudio del pasado maya y en el contacto con sus descendientes, los pueblos actuales, donde reside la mayor riqueza, el conocimiento vivo, lleno de imaginación y sabiduría con el que se puede construir un mejor futuro, un futuro sustentable.
Director de la zona arqueológica de Dzibilchaltún, INAH
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