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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 23 de mayo, 2016

En términos sociales, la Noche Blanca ha sido un éxito rotundo: sesenta mil personas participaron en esa velada cultural que ni la luna quiso perderse. Sin embargo, en términos económicos habrá quién señale que se gasta más en la venta nocturna de unos grandes almacenes que en esa actividad organizada por el Ayuntamiento. Desde hace años, las decisiones más importantes relacionadas con nuestra sociedad se toman bajo premisas monetarias. Recitando, una y otra vez, el monólogo de la vocación comercial de nuestra sociedad se han hecho muchas cosas y se han dejado de hacer aún más. Una de ellas es el cierre del centro histórico.

Se repite hasta el cansancio, como si se quisiera que el aliento labrara una piedra, que el espíritu del primer cuadro es abastecer a la ciudad, que los comercios que ahí funcionan dan trabajo a miles de personas. Cerrar al tráfico vehicular ese sector causaría una taquicardia económica, incluso un mortal paro. El comercio, en ese discurso, es la sangre que da vida, que todo lo mueve; es lo único que cuenta.

Esta forma de pensar nos remite a la caverna de Platón, en la que se describe la realidad basándose únicamente en sombras. Con esa niebla en la mirada, con ese velo de ignorancia no podemos vislumbrar un centro histórico a donde la gente acuda a divertirse, convivir y aprender en lugar de comprar. Desde la caja registradora de nuestro negocio únicamente podemos calificar a los hombres y mujeres como clientes; sólo como sombras que buscan sombra en el calor para comprar y comprar.

Moneymakers miopes a los que no les da urticaria ver que su convivencia familiar de los domingos comienza con una visita a bodegas climatizadas en donde te venden desde mangos cortados hasta raciones industriales de salsa de tomate para una familia de cuatro. Ahí se platica, se saluda, se disfruta y, claro, se compra. El sueño de unos. La pesadilla de otros.

En 2001, tres años después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, José Saramago publicó una inquietante novela titulada La caverna. En ésta, haciendo igual referencia a la metáfora del filósofo griego, planteaba el papel en la sociedad actual de los centros comerciales. Para el portugués, “antes las gentes se reunían en las plazas o en los jardines, pero ahora ya no son lugares seguros. Los grandes almacenes son, a la vez, las nuevas catedrales y las nuevas universidades. No tengo nada contra estos establecimientos, pero sí contra una forma de espíritu autista de consumidores obsesionados por comprar”. La caverna, confesaba su autor, “ha sido escrita para que la gente salga de la caverna”.

La rebelión de los cavernícolas, sin embargo, no se puede dar de un día para otro. Acostumbrados a las penumbras, la realidad los deslumbra, incluso los ciega. Y por eso repiten, como derviches en su mantra bailable, que no hay nada más afuera de la cueva, que todo es una ilusión, que quién, en nuestro caso, caminaría en el centro de Mérida con este calor agobiante. Pues de día, respondería, sus clientes. Y de noche, sesenta mil personas, que disfrutaron y en muchos casos conocieron por primera vez una de las partes más bonitas de Mérida; que dejaron de ir a la plaza comercial para ir a la plaza de su ciudad.

La vocación del centro de Mérida no es únicamente comercial; convergen el mercado y el ágora. Los intercambios que se llevan a cabo ahí no deben ser únicamente monetarios: tú me vendes, yo te compro. Acudir al primer cuadro nos debe enriquecer a todos, no sólo a unos cuantos. Y, ojo, no me refiero sólo a las riquezas que dicen representar monedas y billetes.

Que todas las noches sean noches blancas, dirían, en contraste otros, ultras iluminados, intoxicados de la luna del sábado. Paso a paso. Los comerciantes, incluso los más reticentes, los que están vacunados contra la cultura, ya han aceptado cierres parciales, de noche. Ojalá que las autoridades les tomen la palabra, rápido; no vaya a ser una oferta efímera, una happy hour como las que abundan en sus negocios.

Así como se señala que en estos días será posible ver al sol en el cenit y a Marte en su máxima brillantez, en plena competencia con Júpiter, las condiciones para el cierre parcial del centro histórico están dadas: hoy comienzan trabajos de reparación en diversas zonas del sector y el plan del Situr comprende reubicar algunos de los paraderos más conflictivos. Asimismo, se erige el Palacio de la Música y el edificio central de la Uady se convertirá en un centro cultural. Un pequeño halo de luz se cuela por esa caverna en la que nos hemos estado enmoheciendo, presos en nuestros grilletes de consumismo.

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Mérida, Yucatán


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