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Pablo A. Cicero Alonzo
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La Jornada Maya

Viernes 20 de mayo, 2016

Todo comienza con un censo. El primer paso es identificar quién es de los míos y quién no. Quién es negro; quién, judío, gitano, indígena, maya, homosexual, lesbiana, cristiano, protestante, priísta, panista, zurdo… Quién es yucateco y quién no. Quién es fuereño.

Gonzalo Vera Sosa, director de la policía municipal de Hunucmá, dice que la gente de esa población está preocupada; que tiene miedo. Mucho miedo. ¿La razón? Los foráneos que a últimas fechas han llegado a esta ciudad, que en su mayoría trabajan en la construcción de la fábrica de cervezas de Grupo Modelo.

Ante esa situación, avisa el jefe policial, se levantará un censo de estas personas, a quienes les preguntaremos el motivo de su presencia, para qué empresa trabajan, dónde viven, quién es su jefe inmediato, entre otros. Lo anterior salió publicado ayer en el Diario de Yucatán.

Una vez ya identificados los fuereños, ¿qué se va hacer? La historia está llena de ejemplos que el jefe de la policía de Hunucmá podría replicar. Darles un salvoconducto especial. Que se costuren una estrella en la camisa. Hacinarlos en un lugar específico. Prohibirles que salgan por la noche. Formas de discriminación. Guetos y toques de queda, desafortunadamente, abundan.

“No vamos a acosarlos, sino más bien les vamos a pedir su colaboración, haciéndoles ver que los datos que proporcionarán servirán únicamente para saber cuántas personas han llegado en las últimas fechas a la comunidad y el motivo de su presencia”, matiza Vera Sosa. Al igual que Hitler, antes de la noche de los cristales rotos.

Estas declaraciones son más graves de lo que parecen. No son únicamente una expresión folclórica de un funcionario municipal. No es una iniciativa provinciana que refleja un sentir generalizado. En este escenario, en que Yucatán, dicen, se abre a nuevas inversiones, el atávico sentimiento xenófobo debe ser erradicado. El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando, reflexionó Miguel de Unamuno. Y ambos, fascismo y racismo, se exudan en la propuesta de levantar un censo a los no yucatecos en Hunucmá.

Efectivamente: llegan delincuentes de otros estados y países a nuestras ciudades. Tienen razón: Hay empresas que en lugar de generar riqueza y empleos únicamente se instalan en el estado para ordeñar la ubre, por ejemplo, de los gobiernos, estatal y municipal, con pautas publicitarias que consiguen en algo muy parecido a la criminal extorsión. Coincido: no hablan como nosotros, no se ven como nosotros, no piensan como nosotros. Sin embargo, repruebo y condeno cualquier tipo de etiqueta y diferenciación. Ya sea por su sexo o preferencia sexual, por su raza, por su origen, por sus creencias, por su ideología.

El parto a la modernidad está siendo más doloroso y complicado de lo que se esperaba; Yucatán se aferra a su pasado, a esa política aislacionista que nos definió y continúa definiendo. La encrucijada, entonces, está clara. Seguir como estamos o cambiamos. No hay espacio para gatopardismos. Ambas posturas tienen puntos a favor o en contra, pero la última implica un mayor avance económico y social.

El regionalismo exacerbado desentona en la armonía globalizada de nuestros tiempos. De nosotros depende ser parte del mundo o de tapiar con barreras de prejuicios al estado. La disyuntiva parece fácil de resolver, pero personajes medievales como Vera Sosa nos demuestran lo contrario. Y lo menciono porque es el único que ha dicho —y hecho— lo que muchos, estoy seguro, piensan y desean.

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Jefe, me dijo un reportero. Mire lo que le traje, añadió, estirando su brazo y ofreciéndome una botellita de aguardiente. Es nuestra bebida tradicional; algo así como el pisco. Tómese un trago en la noche a mi salud. Dejé el alcohol en el cajón de mi despacho, y ahí lo olvidé en la tempestad de la edición del periódico. Recordé el regalo días después, cuando nos comenzaron a llegar notas que advertían un incremento alarmante de personas fallecidas por ingerir aguardiente. Abrí el cajón: el mismo alcohol, la misma marca. La mía no sería la primera ni última aventura equinoccial que acabaría con una muerte. Y eso que disto mucho de ser Lope de Aguirre. Únicamente iba a rediseñar un periódico.

¿A qué va? Yo he sido fuereño. Varias veces. En mi país y en otros. En éste y en otro continente. La última vez, en Ecuador. He sentido en carne propia lo que es ser excluido, apuntado, relegado, temido; incluso, amenazado, en palabra y acción, vilipendiado… También, lo que es ser acogido y arropado. La metralla de primero provino de personas ruines y mezquinas; lo segundo, de excelentes, generosos seres humanos. Yo quiero ser como estos últimos. Y sé que lo primero que tengo que hacer es seguir su ejemplo. Bienvenido. No me importa de dónde vienes. Si eres de aquí o no. Tu trabajo habla por ti.

[b][email protected][/b]
[b]Mérida, Yucatán[/b]


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