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Tabacón B. Linus
Foto: Fabrizio León Díez / AP
La Jornada Maya

Lunes 9 de mayo, 2016

Hablemos de dos ciudades con mucho en común y –aun así- con un abismo de diferencia en su desarrollo, orden urbano y prosperidad.

Las dos ciudades están al noreste de la capital de su respectivo país, hasta en ese dato absolutamente fortuito se parecen. Las dos son capitales provinciales de regiones que siempre han resentido al “centro” nacional, siempre clamando autonomía y en algunas épocas hasta soberanía e independencia.

Ambas han intentado separarse del país al que pertenecen. Ambas hacen ondear sus banderas locales en fábricas y –en tiempos de tumulto- hasta en edificios públicos. Ambas se enorgullecen de su lengua regional; en una es un idioma propio, en la otra su lengua –aunque es la misma que el idioma nacional- está tan llena de regionalismos y acentos particulares que constituye casi en un idioma aparte. Ambas ven al mar, ambas apuestan al comercio, ambas han sido -desde hace siglos- polos regionales de golfos y mares del intercambio económico.

Las dos ciudades proclaman su belleza arquitectónica, ambas le han dado arquitectos de renombre a sus respectivos países. Si se trata de músicos y cantautores, las dos tienen juglares que nacieron dentro de las fronteras de la ciudad, las dos son emblemáticas del país entero, las dos cantan en sus idiomas nacionales y en su lengua materna regional. Si se trata de pintores, las dos ciudades pueden presumir creadores de gran calibre, que nacieron en la urbe. Y en las letras ambas tienen poetas y escritores para envidiar. Claro que si hablamos de la cocina -de la comida regional- las dos reclaman una cocina que piensan y sueñan como entre las mejores del mundo y, claro, han tenido su generación de chefs para presumir.

Vamos, las dos –y eso es especialmente cruel- se parecen hasta en el rango de su población, entre el 1.2 millones de habitantes para una, y el 1.5 millones de almas para la otra. Las dos apuestan a ser capitales del diseño, la cultura, el arte y la innovación (bueno, una ya lo es). Las dos quieren ser capitales de la intelectualidad, la ciencia y la tecnología, quieren tener casas editoriales de gran calibre (de nuevo, una ya lo es).

Esas ciudades tan parecidas y tan distintas, son Barcelona y nuestra Mérida. Los nombres que nos vienen a la mente son Armando Manzanero, Joan Manuel Serrat, Joan Miró, Fernando Castro Pacheco, Xavier Domingo, Ermilo Abreu Gómez, Ferrán Adriá y muchos más en distintas categorías. Y ahí, justo ahí, se acaban las comparaciones.

No hay manera de comparar la Barcelona cosmopolita, ordenada, limpia, con altísimos niveles de prosperidad y orden urbano con la Mérida de expansión caótica y contrastes sociales disfuncionales. No podemos comparar a Barcelona con la Mérida del [i]sur profundo[/i], de la contaminación del manto freático por sumideros y ausencia de drenaje, de tráfico de 600 mil vehículos (1 por cada 2 habitantes), de ausencia de un transporte urbano decente (ya no digamos envidiable como el Metro de 164 estaciones de Barcelona o su Tren de Cercanías) y un caos urbano en el que la autoridad brilla por su ausencia y permisividad, donde sólo el INAH intenta -como puede- mantener la línea de preservación y vocaciones urbanas lógicas. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué nuestras posiciones son tan diferentes, si el resto parece tan similar?

Las explicaciones pueden ser muchas, pero hay una que vale la pena señalar. Mientras Barcelona apuesta a compararse con las mejores ciudades del mundo, aquí a veces nos gana el regionalismo tan nuestro y nos conformamos con ser la ciudad más segura de México, cuando el país está en llamas y la comparación es fácil. Nos conformamos con ser la ciudad con mejor calidad de vida a nivel nacional, cuando es obvio que la administración local y municipal en el resto del país está rota. Nos conformamos con que nuestras universidades sean de las mejores de la región, cuando en ésta no hay mucha competencia. ¿Qué pasaría si en lugar de compararnos con los que están abajo o mal –que es fácil- nos comparásemos con los que están arriba o mejor? ¿Qué pasaría si viéramos más allá de México? Nos merecemos alzar la vista.

Barcelona nunca pensó simplemente en ser mejor que Navarra, Valencia, Murcia o Aragón y sus respectivas ciudades. Si hubiera hecho eso, no estaría donde está. Son dos ambiciones y proyecciones distintas: el de la comparación cómoda o el de construir algo mejor con las oportunidades y características únicas que se tienen.

Esa es la Historia de dos ciudades que, siguiendo en el parafraseo de la novela de Dickens, están en el mejor y en el peor de los tiempos, en la era de la luz y las tinieblas, cuando caminábamos derecho al cielo y nos extraviamos por el camino opuesto. Dos ciudades tan parecidas y tan diferentes.

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Mérida Yucatán


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